El feminicidio como lenguaje

Feminicidio como lenguaje

Estoy de acuerdo con Rita Segato[1] cuando plantea que los feminicidios son la expresión de una estructura simbólica y que toda violencia incluye, precisamente, esa dimensión expresiva, que funciona como una jerga, o más específicamente, como un argot. Es decir, que el feminicidio tiene una gramática propia, una sintaxis coherente, una semántica específica; incluso, si seguimos la postura de Rossana Reguillo,[2] hasta cuenta con sus epílogos.

Segato afirma que eso que se dice en un feminicidio es horizontal. Es un habla de hombre a hombre. Los interlocutores de esa infamia son, pues, los semejantes. Es un texto que se dirige a los iguales y que funciona, justamente, como un argot, por los versados en ese lenguaje. Y, ¿qué expresa? Segato asegura que es la capacidad de dominio como gesto ritual de virilidad. Como si fuera algo que un hombre escribe y firma en un cuerpo femenino para demostrar a los demás hombres que pertenece, que merece su lugar en la cofradía masculina.

Aunque me parece que el feminicidio es, efectivamente, una escritura que expresa el poder sobre el cuerpo y la dignidad femeninas; a diferencia de Segato, creo que el mensaje que se anota es vertical y no como ella estima, horizontal. Es un comunicado que está dirigido a las mujeres; a la víctima y a las que van quedando vivas. La violencia expresiva, a diferencia de la utilitaria[3] es una anotación en mayúsculas de la capacidad y disposición de poder dar muerte, y más aún, un bosquejo de la facultad de aniquilar la subjetividad alternativa.

Si consideramos, como lo hago aquí, que el feminicidio va más allá de una muerte utilitaria,[4] y que es una escritura feroz, que busca declarar su distintivo de poder total, “la violencia se ha convertido en el relato fuerte en la narrativa de la contemporaneidad”.[5] No hay un solo día en el que no sepamos de una mujer “escrita” con extrema violencia. Corremos el peligro, incluso, de normalizar estos “textos” y de olvidar, –desensibilizarnos– que los cuerpos tienen nombre y apellidos y que ellas mismas vivían y contaban una vida.

¿Cómo respondemos a este lenguaje brutal que se constituye en forma de monólogo? ¿Cuál es nuestra posibilidad de réplica ante la impunidad absoluta? ¿Qué hacer ante el aumento sistemático de los feminicidios? ¿Contamos nosotras con un lenguaje que pueda siquiera dar cuenta de la crueldad y brutalidad que se está ejerciendo en nuestra contra?

Reguillo afirma que la legalidad, ante esta situación, presenta un límite. “Podríamos decir que el juego de policías y ladrones está agotado”.[6] Parece ser que las instituciones ya no son capaces de hacer frente a este problema. Es clara la necesidad de una reforma completa al sistema de impartición de justicia. Es evidente, también, que las mujeres debemos tener una mayor participación política.

Para esto es necesaria una organización planeada y estructurada. Sin embargo esto no sucederá pronto. Las mujeres estamos enojadas. Salimos a las calles a protestar una vez al año. Ese día el actual presidente rodea su palacio con vallas, cubre y protege los monumentos, ordena a la policía restringir contingentes vehementes. La sociedad se queja de los actos violentos de algunas feministas.

Las mujeres que protestan son familiares, amigas y muchas más que apoyan a tantas víctimas de muertes siniestras como las de Ingrid Escamilla, Debanhi Escobar, Marisela Escobedo, Liliana Rivera Garza, Ruby Frayre, Norma Laguna, Valeria, Xitlalhi, Lourdes Mañón, Luz Raquel Padilla, Lidia Gabriela, Mónica Díaz, Ariadna Fernanda López, Jazmín Zárate, Mónica Citlalli; por mencionar a poquísimas. Los feminicidios han alcanzado un promedio de 10 víctimas por día.[7]

Las mujeres estamos preocupadas, asustadas, enojadas. Y parece ser que nuestra forma de manifestar el descontento enfurece, no solo al presidente sino a muchos hombres (que nos tachan de groseras, machorras, feminazis, etc.) y mujeres que no entienden que no entienden. Me pregunto cómo querrían que nos enojáramos. ¿Qué les parecería prudente? ¿Cómo hacemos para no generarles molestias mientras esta gramática del terror sigue cobrando vidas y destazando cuerpos? ¿Les pedimos amablemente que se detengan?

Aunque hay muchas estrategias de resistencia, individuales y colectivas, para cambiar la narrativa tanto en el periodismo serio, como en el arte (Mayra Martell en la fotografía, Tatiana Huezo en el cine, Cristina Rivera Garza en la literatura, Sandra Paula Fernández con ¡Vivas nos queremos! en redes sociales, etc.), no podemos concebir lo que está sucediendo sin que se nos revuelva el cuerpo, sin poder evitar estar en un estado de furiosa rebeldía, gritando con todas nuestras fuerzas: ¿cómo puede ser esto? ¿Qué hacemos con esta gramática gore?[8]


[1][1] Rita Segato, “La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas” en La guerra contra las mujeres (Buenos Aires: Editorial Prometeo, 2021).

[2] Ella habla de que ya no basta con matar a las mujeres. Además es necesario, de acuerdo con esta narrativa violenta, desmembrarlas, desollarlas, comérselas, aventarlas en la basura, etc. Véase,  Rossana Reguillo, Necromáquina. Cuando morir no es suficiente (Guadalajara: ITESO, 2021).

[3] Las distingue claramente Rossana Reguillo en Necromáquina, 35.

[4] Por celos, por venganza, etc., la finalidad en estos casos es, por lo menos, legible.

[5] Rossana Reguillo en Necromáquina, 37.

[6] Rossana Reguillo en Necromáquina, 35.

[7] Datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (Sesnsp).

[8] Tomo el término de Sayak Valencia cuando habla del “capitalismo gore” acusando la responsabilidad de la economía, en este caso, mexicana de ser una pieza clave en este grave problema.

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