Rousseau y el problema del mal. Una solución política y moral

Rousseau y el problema del mal

“Me di cuenta que todo dependía radicalmente de la

 política y que, fuese cual fuera el modo que adoptase,

 ningún pueblo sería nunca otra cosa que lo que la

naturaleza de su gobierno le hiciera ser.”

(Cassirer, 2007: 191)

Introducción

Jean-Jacques Rousseau fue un filósofo autodidacta que representa lo que Emmanuel Kant (en su texto de 1784, ¿Qué es la Ilustración?) denominaría como actitud ilustrada, pues tuvo el valor de servirse de su propia razón.

Hoy, Rousseau es considerado uno de los pensadores más importantes del Siglo de las luces, por sus aportes críticos en torno a la educación, la cultura y el contractualismo. Su teoría política se convirtió en fundamento de los Estados modernos.

En este ensayo se aborda una atribución que el filósofo Ernst Cassirer, siguiendo a Kant, le hace al pensamiento político de Rousseau, del que afirma se deriva una solución, no intencionada por el filósofo ilustrado, en relación con la explicación de la existencia del mal en el mundo.

Ideas sobre la naturaleza del mal en la ilustración

Rousseau no se ocupó explícitamente de la problemática del origen del mal en el mundo y sus consecuencias, como se abordó de forma tan impetuosa, sobre todo, en el siglo XVII con fines teológicos. Sin embargo, Cassirer en su análisis sobre Rousseau y Kant (Cassirer, 2007) explicó que éste le atribuye a aquél haber dado respuesta a dicha problemática llevando las cuestiones de la teodicea a la vida política.

Es necesario mencionar que teodicea en el presente trabajose refiere al análisis que tiene por objeto explicar la presencia del mal (desgracias en el mundo distinguidas en mal físico, mal natural y mal moral) asumiendo la existencia de Dios, cuyas características son principalmente la bondad y la omnipotencia. El término teodicea se le atribuye a Leibniz, pero no fue él el primero que se ocupó de dicha problemática.

Antes de Rousseau, la explicación sobre la procedencia del mal se concebía desde dos vertientes. Una, basada en principios metafísicos y religiosos que justificaban la existencia del mal, ya que se consideraba como una forma de castigo divino hacia el ser humano; en esta línea, los males físicos y los desastres naturales se asumen como castigos de los males morales, de tal manera que se concebía una relación entre comportamiento y castigo o beneficio. Siguiendo esta idea, se entiende que el mal afecta al ser humano porque así debe ser y eso no implica poner en duda la bondad de Dios; esa es la conclusión a la que llegó Leibniz. Al respecto, la filósofa Susan Neiman escribió en su libro El mal en el pensamiento moderno que “los accidentes físicos que a veces ocurren son los infortunados efectos laterales de esas leyes generales que ordenan el mundo y nos permiten orientarnos en él…”. (Neiman, 2012: 70).

La segunda vertiente atribuye la existencia del mal a la naturaleza humana, en términos innatos o biológicos, es decir, considera que es una cualidad intrínseca en el ser humano. Rousseau criticó a Thomas Hobbes, porque en el libro Leviatán escribió que  “… el hombre es naturalmente malvado… es malvado porque no conoce la virtud…” (Rousseau, 1980: 234); esa cualidad es la que, de acuerdo con el discurso contractualista de Thomas Hobbes, genera la lucha de todos contra todos, donde el ser humano se dirige por naturaleza a su propia destrucción y donde la única forma de evitarla es ceder la libertad individual a un gobernante (monarca) que elimine la guerra, el miedo y que garantice la seguridad social.

Ambas ideas (tanto la teológica como la naturalista) fueron criticadas por Rousseau, porque consideró que evaden de la responsabilidad del problema del mal y llevaban al quietismo, o bien, a que se acepte padecer la injusticia.

La verdadera fuente del mal social, según Rousseau

La filosofía rousseauniana remplazó la perspectiva naturalista y la teológica por una concepción político-social que le permitió fundamentar el problema del mal desde un aspecto más humano. Cabe mencionar que Rousseau en su Discurso sobre los orígenes y fundamentos de la desigualdad entre los hombres identificó dos tipos de mal, uno el que corresponde al azar y que nada tiene que ver con la voluntad humana, y otro, el mal moral, originado y ejercido por el ser humano.

El mal moral principalmente lo relacionó con la desigualdad social; así, para Rousseau, el germen de dicho problema es la propiedad, tal como la concibe el liberalismo (político y económico); en este caso, el responsable del mal moral, ya no es la divinidad sino la propia humanidad. No por ello se entiende que el género humano es inherentemente perverso; lo es únicamente por su adaptación al sistema político y social, y debe atribuirse a que ha estado inmerso en un orden basado en la corrupción, donde este defecto, en vez de suprimirse, se ha perpetuado.

Si se acepta que nada está determinado, como argumenta Rousseau, se deja abierta la posibilidad de realización y de transformación; argumento a partir del cual, dice Cassirer, Kant vio en este filósofo a un visionario que solucionó el problema de la teodicea.   

“La hora de la salvación llegará cuando, en el lugar de la actual sociedad coactiva, se instaure una comunidad ético-política libre en la que, en vez de someterse al arbitrio ajeno, cada cual obedezca a esa voluntad general que reconoce como suya propia. Pero resulta vano esperar que esa salvación se deba a algún auxilio externo. Ningún Dios puede conducirnos a ella, siendo el hombre quien ha de convertirse en su propio salvador e incluso en su creador en sentido ético”.

(Cassirer, 2007: 96).

Lo anterior se relaciona estrechamente con la pregunta acerca de qué es lo distintivo del ser humano. Es importante mencionar lo que dijo Rousseau sobre esta cuestión, ya que, puede considerarse uno de los intereses u objetivos de su filosofía; escribió que “…sin el estudio serio del hombre, de sus facultades naturales, y de sus desarrollos, jamás se conseguirá… separar en la actual constitución de las cosas, lo que la voluntad divina ha hecho de lo que el arte humano ha pretendido hacer…” (Rousseau, 1980: 200). Eso quiere decir que, es importante revisar y cuestionar la historia de la humanidad para saber qué cosas pueden considerarse creaciones humanas, puesto que reconocer que el género humano es un ser activo en el mundo abre la posibilidad de mejorar, transformar o eliminar aquello que él mismo ha creado.

La autonomía como cimiento de un orden social legítimo

En el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Rousseau reflexionó sobre la condición humana y la desigualdad política: “¿Cómo conocer la desigualdad entre los hombres si no se empieza por conocerles a ellos mismos?” (Rousseau, 1980: 193). Sin embargo, reconoció que dicho conocimiento es el menos desarrollado, no porque no se haya pensado al respecto sino porque los sectores dominantes lo han velado a lo largo de la historia. Por ejemplo, durante la Edad media, se amoldó al ser humano en la pasividad, pues tal situación mostraba la omnipotencia de Dios para decidir sobre el destino de la humanidad, así que el ser humano sólo tenía que obedecer las leyes divinas, pues todo estaba dado. Contraria a esa explicación, la filosofía de Rousseau le devuelve su valor al género humano; no sólo revalora su capacidad de crear (como ya lo habían hecho los renacentistas en el ámbito artístico y científico), sino también su capacidad de actuar.

Rousseau, en el mismo texto también hizo una distinción entre los animales humanos y no humanos con el fin de demostrar la posibilidad de autonomía y de libertad de los primeros:

“No veo en cualquier animal más que una máquina ingeniosa, a la que la naturaleza ha dado sentidos para estimularse a sí misma, y para protegerse… Percibo precisamente las mismas cosas en la máquina humana, con la diferencia de que la naturaleza hace todo por sí sola en las operaciones de la bestia, mientras que el hombre ocurre a las suyas en calidad de agente libre”.

(Rousseau, 1980: 219).

Se puede entender que para este filósofo ilustrado la naturaleza animal actúa por instinto, lo único que le interesa es satisfacer sus necesidades naturales de alimento, descanso y reproducción; por el contrario, los seres humanos tienen la capacidad de juzgar, de elegir y de actuar considerando las relaciones con otros seres. De esa manera, “…el don específico que diferencia al hombre de todos los demás seres naturales es el don de la perfectibilidad” (Cassirer, 2007: 129). Es decir, el ser humano, puede no permanecer en su estado natural, ya que en él su misma cualidad natural, la libertad –en potencia–, es la que le permite sobrepasar su estado de existencia inicial, generando la posibilidad de mejorar o de corromper su entorno político-social.

Entonces, se entiende que la condición natural humana es la posibilidad de constituirse en un ser moral, que reconozca su dignidad y al mismo tiempo la dignidad del otro. Cassirer menciona que, para Rousseau la moral es la única vía a partir de la cual se puede llegar a considerar al ser humano como un fin en sí mismo.

Sobre la moral, Rousseau afirma:

“…es ella la que, en lugar de esta máxima sublime de justicia razonada, haz con otro lo que quieras que hagan contigo, inspira a todos los hombres esta otra máxima de bondad natural mucho menos perfecta, pero más útil quizá que la precedente: Haz tu bien con el menor mal posible para otro”.

(Rousseau, 1980: 240).

Esas máximas son, para Rousseau, los cimientos de un orden social legítimo; además, también pueden considerarse como un precedente de los imperativos categóricos expresados en la ética kantiana. Para Kant, actuar de forma libre y autónoma significa buena voluntad, la cual es considerada como el fundamento  de toda  legislación (legítima); al  inicio de  la  Fundamentación de  la metafísica de las costumbres, dice: “Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad”. (Kant: 2007, 21).

Retomando tanto la concepción de Kant y de Rousseau, respecto a que no debe existir contradicción entre voluntad y ley, Cassirer escribió: “El hombre no debe buscar la regla por antonomasia de su existencia y de su conducta ni por debajo ni por encima de sí; debe tomarla de sí mismo y configurarse con arreglo a las decisiones libres de su propia voluntad”. (Cassirer, 2007: 185).  

Libertad moral en la filosofía política de Rousseau

¿Cuál es esa libertad que exaltó Rousseau? En el Contrato Social dice que “el hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado” (Rousseau, 1980: 10). Al respecto, este filósofo distinguió entre libertad natural y libertad civil; la primera, se refiere a la acción de satisfacer las apetencias de todo cuanto le plazca a cada individuo; la segunda, es de aspecto moral, se realiza en y para el bien común. La libertad moral, es la única que hace al ser humano auténtico dueño de sí, porque le permite actuar conforme a justicia y no por instinto.

Así, la libertad moral no sólo aplica para el individuo, va más allá de él: “el individuo se libera liberando a la sociedad, es decir que su libertad no es una esfera excluyente… sino que se realiza implicando la libertad de todos…” (Coletti: 1975, 19-20). De tal manera, una libertad individual puede derivar en lo que Rousseau llama mal moral, en tanto que puede basarse en el individualismo y el egoísmo; en ese caso, dicha libertad no sirve más que para perpetuar un Estado injusto. Del mismo modo, la libertad intelectual tampoco es garantía de la transformación del orden social; en esa idea se centra el ataque que hace Rousseau a los intelectuales y a los artistas en su discurso sobre “Si las ciencias y las artes han contribuido a depurar las costumbres”, donde entiende que tener conocimiento no equivale a ser una persona virtuosa. En otras palabras, Rousseau hace una crítica al intelectualismo moral y a los enciclopedistas que pensaban que era suficiente con ilustrar a la sociedad para alcanzar “un mundo mejor”. Para Rousseau, una persona sabia no necesariamente actuará moralmente.

Conclusión

Se puede decir que Rousseau propuso una praxis política-moral en la que “la libertad no sirve para nada sin la libertad moral, pero ésta no puede alcanzarse sin una transformación radical del orden social…” (Cassirer, 2007: 75). Por lo tanto, es claro que en la filosofía rousseauniana, la moral y la política van juntas, porque sólo a partir de su sincronicidad es posible erradicar la existencia del mal moral en el mundo.

Bibliografía

Cassirer. Rousseau, Kant, Goethe. Madrid: FCE, Breviarios, 2007.

Coletti, Lucio. Ideología y sociedad. Barcelona: Fontanella, 1975.

Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. México: Porrúa, col. “Sepan cuántos…” No. 212; 2007.

Neiman, Susan. El mal en el pensamiento moderno. Una historia no convencional de la filosofía. México: FCE, 2012.

Rousseau. Del contrato social– Discursos. Madrid: Alianza, 1980.

Torreti, Roberto; Mosterín, Jesús. Diccionario de Lógica y Filosofía de la Ciencia. Madrid: Alianza, 2002.

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