Dante y la teoría del Estado en su libro, Monarquía

Dante y la monarquía

Resumen: El libro Monarquía, escrito por Dante Alighieri alrededor del año 1313, contiene una de las más importantes teorías del Estado realizadas durante la Edad Media; fue uno de los primeros intentos por fundamentar el poder secular frente al papado; un producto de los debates filosóficos de su tiempo, entre los cuales destaca la incursión del averroísmo en Occidente, cuya consecuencia fue una serie de nuevas categorías que dieron lugar a lo que ahora conocemos como Estado.

Mi propuesta metodológica en este artículo, es una aproximación desde el campo de la historia de las ideas, para exponer cuáles fueron las premisas que fundamentaron el “poder temporal” presentado en la obra Monarquía de Dante Alighieri.

“El hombre detrás del verso es mucho más grande que el verso mismo”

James Rossell Lowell. [1]

Introducción

A 700 años de la muerte de Dante Alighieri, uno de los autores canónicos de la literatura universal, cuya originalidad y creatividad rivaliza solo con Shakespeare a decir de Harold Bloom[2], pocos parecen haber sido los intentos por un estudio sistemático de la doctrina del Estado del florentino y su importancia en el devenir del pensamiento jurídico en Occidente; uno de esos aislados esfuerzos es el presentado en La teoría del Estado de Dante Alighieri (1905) de Hans Kelsen. Por ello resulta importante revisar un poco más este tema.

Bien apunta Harold Bloom que hay tantos Dantes como Shakespeares[3], y uno de ellos es el estadista, pues Dante nació en una época muy singular: un momento de transición entre el Medievo y una Modernidad política prematura; entre la Res publica christiana y el nacimiento del Estado secular en Occidente.

Como señala Ernst Wolfgang Böckenförde, fue entre el siglo XIII y XIX cuando surgió el Estado como un ordenamiento político propio en la historia europea[4]; periodo en el que le tocara vivir a nuestro poeta y estadista. Por ello, una mirada al pensamiento político de Dante, por breve que sea, no puede prescindir de una revisión de las circunstancias políticas y culturales en que se desenvolviera; sobre todo de las discusiones filosóficas de su tiempo, que se caracterizaron por la injerencia del averroísmo en Occidente, misma que trajo consigo todo un corolario de categorías ajenas al mundo occidental, y que tendría como consecuencia, entre otras cosas, la reflexión en torno a la naturaleza del mundo, de la materia y, con ello, del tiempo; ideas que poco tardaron en trasladarse al debate entre el poder terrenal-temporal y el espiritual en manos de la Iglesia. Fruto de dicho debate es la teoría de Dante Alighieri que materializó como pocas ese nuevo paradigma que devendría en la fundamentación del poder secular en Occidente.

El mundo de Dante Alighieri

La Europa de Dante tuvo como escenario varias décadas de enfrentamiento entre el poder imperial y el del papado; el primero nacía para finalizar el monopolio que había tenido hasta entonces el segundo, constituyéndose los dos como las grandes fuerzas del viejo continente.[5]

Podríamos decir que lo que conocemos como Estado nació precisamente en tiempos de Dante, en específico con la victoria del emperador Luis IV de Baviera frente al Papa Juan XXII, siendo excomulgado el primero[6] mediante la bula Ne Pretereat (1331-1334), la cual separó definitivamente a Italia del imperio germano[7]. Con ello se definieron varias décadas de conflicto entre el papado y el mencionado imperio de Luis IV.

Como nos lo explica Jakob Buckhardt, el conflicto entre los Hohenstaufen (también conocidos como gibelinos)[8] y el papado, había provocado que en la península itálica, a diferencia de lo que ocurría en el resto de Europa, se originaran junto a estos dos grandes poderes una serie de pequeñas estructuras políticas que –en algunas ciudades gobernadas por tiranos– llegarían a constituir la esencia del Estado de la Europa moderna, es decir, el Estado como una creación humana calculada, o como lo llama Buckhardt: El Estado como obra de arte[9]. Se trató de una modernidad política-estatista muy temprana que había comenzado con el Stupor mundi (asombro del mundo) –nombre con el que era conocido Federico II Hohenstaufen, quien se caracterizó por su juicio y trato objetivo de los asuntos públicos, siendo el “primer hombre moderno en el trono”– y que derivaría en el ζῷον πολιτικόν (zoon politikón) moderno, encarnado por gente como Ezzelino da Romano; ejemplo del hombre moderno y su búsqueda del poder por el poder[10]: el estatista desvinculado de categorías medievales como raza, credo, pueblo o familia, que lo ligaran con una totalidad, colocando en su lugar el interés del individuo.

La Italia de Dante fue testigo de una alta conciencia política sin precedentes por sus características muy particulares, como el creciente poder económico de las ciudades-Estado derivado de una organización social impulsada por el desarrollo gradual del comercio y las profesiones, teniendo como ejemplo a la Florencia de Dante que Buckhardt llamara “el primer Estado moderno del mundo”, tierra de teorías políticas.[11]

El crecimiento económico durante el siglo XIII de las ciudades-Estado como Florencia, motivado por la industria y el comercio, dio lugar a una naciente burguesía (plebe minuta) que invertía sus capitales en préstamos, convirtiéndose también en banqueros, participando de la actividad económica en tres áreas: la industria, el comercio y la banca[12]. Con ello, la nueva burguesía rivalizaba con el poder de la nobleza adinerada (popolo grasso), que se había dividido desde principios de siglo en dos grandes partidos: guelfos y gibelinos, conocidos con ese nombre en la ciudad de Pistoya según cuenta Maquiavelo[13]. Los primeros eran partidarios, en un comienzo, del papado, y los segundos del emperador. El origen etimológico de los gibelinos se debió a la ciudad de Waiblingen (ghibellini en italiano), mientras que los guelfos fueron llamados así debido al patronímico de la familia de los Otones, Welf (guelfi en italiano)[14]. A partir de la segunda mitad del siglo XIII ambos bandos combinaron entre sus filas tanto a burgueses como a nobles, lo cual tendría como resultado todo un entramado de intereses entre diversas facciones que le daría a la constitución florentina su carácter tan complejo.

Los conflictos entre guelfos y gibelinos habrían de intensificarse desde 1216 con el asesinato de Boundelmonte dei Buondelmonti a la salida del Ponte Vecchio, quien según nos cuenta Dante en la Divina comedia había faltado a su palabra de contraer nupcias con una de las hijas de la casa de Amidei[15], una de las familias más prominentes de la toscana y de cuya riqueza todavía queda hoy testimonio en construcciones como la torre degli Amidei en Florencia o el Castello di Mugnana. La escalada de dicho conflicto culminaría con dos grandes acontecimientos: la primera revolución democrática en 1250 y la de 1282. La primera, también conocida como primo popolo, tuvo como resultado en un primer momento la repartición del poder entre los dos partidos. La segunda culminaría con el llamado secondo popolo, el cual depositaría todo el poder político en manos del pueblo limitando al mínimo la influencia de la nobleza.[16]

Dante Alighieri, el tiempo y su tiempo

Este fue el tiempo de Dante, el de una Florencia en el umbral de la Modernidad que vería nacer una nueva categoría de hombre: el artista del Estado, aquél que no solo sirve a las formas del poder, sino que cree poder trazarlas, diseñar la forma misma del Estado, y cuyo pináculo llegaría tiempo después con otro hijo de la misma ciudad, Maquiavelo[17]. Y es precisamente eso, el tiempo, su tiempo, uno de los rasgos particulares que sirvieron como piedra angular para su teoría del Estado. Esto no es mera casualidad; la concepción del tiempo en la época de Dante experimentó un cambio radical, paralelo a lo que se discutía en aquel entonces en los círculos académicos tanto en algunas universidades de la península itálica como en París, cuyo influjo terminaría por definir las estructuras de poder.

El tiempo no siempre fue objeto de la reflexión filosófica en Occidente; es particularmente propia del siglo XIII la reflexión en torno a la cuestión de la eternidad, como atestigua la colección sobre cuestiones teológicas del fundador del College de la Universidad de Oxford, Guillermo de Durham. Fue Boecio de Dacia quien iniciaría la discusión sobre el concepto de la eternidad con la crítica a conceptos tan parecidos como eterno, perene, perpetuo, eternidad, tiempo, temporal, o si bien la eternidad es algo ab alio o ab aeterno[18]. En el hombre medieval, esto generó un cambio en la concepción del tiempo, en la conciencia del mismo, que vino con un hecho que determinaría el pensamiento occidental: la irrupción en Occidente de la Ilustración islámica, en particular, del averroismo, el cual estaría muy presente en la teoría del Estado de Dante.

Como bien lo explica la Dra. Pilar Herráiz Oliva, investigadora de la Istanbul Medeniyet Üniversitesi en Turquía y especialista en la recepción del averroísmo en Occidente, el estudio de la obra de Aristóteles durante el siglo XIII trajo consigo toda una revolución intelectual, haciendo de las universidades verdaderas instituciones autónomas. Una de estas universidades era la Universidad de París, la cual se convirtió en el paradigma de las universidades dedicadas a la educación filosófica, donde surgiera un movimiento llamado averroísmo latino, que afirmaba la autonomía del saber filosófico frente a la teología.[19]

La irrupción de la obra de Aristóteles en los círculos de pensamiento europeo, pero sobre todo en la Universidad de París, significó una transición del misticismo platónico hacia un racionalismo temprano con el que, a decir del historiador Khella Karam, comenzaría el pensamiento abstracto en Occidente[20]. Pero no se debe olvidar que la entrada del pensamiento aristotélico en Occidente llegó a través de la obra de Averroes, quien no solo fue un transmisor al ser su traductor, sino que el Aristóteles del siglo XIII es el de Averroes; el de la Ilustración islámica. Esto implicó todo un corolario de nuevas categorías provenientes del mundo islámico que llegaban a Occidente en el caballo de troya aristotélico y cuyo eje era el razonamiento empírico. Se trató en pocas palabras de la irrupción de las ciencias naturales en boga en Oriente en aquel entonces, en el mundo occidental, las cuales conllevaban como método la observación, en específico, la de la materia.

La concepción de la materia como algo eterno y en constante transformación fue una de las ideas que llegaron a Occidente con el averroísmo[21]. Esto no sería cosa menor; siguiendo a Anneliese Maier –una de las historiadoras de la ciencia más destacadas del siglo XX­­­­– el impulso que recibieron las ciencias naturales durante los siglos XVI y XVII hacia una concepción naturalista, tiene su origen en las discusiones sobre la substancia material dentro de la escolástica, la cual dividía la materia, por un lado, en un compositum constituido por materia y forma, y, por otro lado, en un mixtum de cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Dichos elementos poseían una doble naturaleza dentro de la cosmovisión escolástica: en un aspecto, eran elementos mundanos (elementa mundi), y en otro, elementos cósmicos, y se clasificaban del elemento más fuerte, que era la tierra, al más débil que era el fuego, pasando por elementos medios como el agua y el aire. Esta visión medieval tan ingenua fue uno de los primeros intentos por construir el mundo a partir de principios cuantitativos-formales, es decir, desde el enfoque de las ciencias naturales, cuyo origen había sido la llegada del pensamiento islámico en el siglo XIII (en particular, el de Averroes).[22]

Una de las consecuencias que trajo consigo la concepción de la materia como algo eterno y en constante transformación fue una cosmovisión dialéctica del mundo, es decir, una nueva conciencia sobre la temporalidad. Esto no fue cosa menor, significó toda una revolución para el pensamiento occidental porque contradecía uno de los fundamentos del discurso teológico que es el de Dios como creador del mundo a partir de la nada, ergo, creatio ex nihilo, quedando en su lugar la cosmovisión in tempore, lo cual se trata de una discusión común en el mundo islámico[23]. Como lo señala Michael Wengraf haciendo referencia al mismo tema tratado por Ernst Bloch, la noción de un mundo dialéctico se subsume bajo la categoría de natura naturans, para la cual un mundo hecho por una materia en constante transformación ya no precisa de una entidad superior como Dios.[24]

Las consecuencias de esta nueva cosmovisión del mundo basada en una nueva concepción del tiempo, de lo temporal, no se dejaron esperar, en particular en el ámbito de lo político. A partir de los estudios de los averroistas latinos de la Universidad de París que versaban sobre la eternidad del mundo, como el Tractatus de aeternitate mundi (1272) de Siger de Brabante o De aeternitate mundi (1275) de Boecio de Dacia, surgió todo un corolario de obras como el Tractatus magistri de prerogativa romani imperii (1280) de Jordanus de Osnabrück, el Opusculum de ortu, processu et fine regnorum de Abt Engelbert de Admont, Disputatio inter militem et clericum (1303) de Pierre Dubois, De potestate regia et papali (1303) de Johannes de París, el Defensor Pacis (1324) de Marsilio de Padua, y muchas otras que deliberaban sobre la autoridad del poder secular, temporal, frente a la de la Iglesia. Así, entre tales libros surgió Monarquía, de Dante Alighieri.[25]

Dante no fue ajeno al averroísmo; las discusiones en el seno de la Universidad de París tuvieron eco sobre todo en Italia[26], de lo cual la propia obra de Dante da testimonio al citar expresamente al filósofo de Marrakech[27]. La conciencia de lo temporal, del tiempo, se manifiesta desde las primeras líneas en la obra del florentino, en donde el mundo es concebido como un devenir en el que el hombre juega un papel activo. Tres son los ejes de su obra: la necesidad de una monarquía temporal, la legitimidad del derecho romano y la independencia del poder del monarca frente al poder papal. Las tres íntimamente ligadas al cambio de paradigma de lo celestial a lo mundano, a lo efímero. Si bien la conciencia sobre el devenir puede estar determinada en Occidente por el escatón cristiano, en Monarquía de Dante, como sucedió con otros autores de la época, dicha conciencia está definida por una forma muy ingenua de un racionalismo temprano con una clara influencia de corte aristotélico-islámico, combinada a su vez con las categorías del mundo judeocristiano, lo cual determinaría en general el pensamiento occidental. El monarca en Dante no es más que el reflejo microcósmico de un orden universal, del reino de Dios:

La misma humanidad universal se corresponde bien con el universo o con su príncipe, que es Dios y monarca, simplemente por un único principio, es decir, por un único príncipe. De lo que se concluye que la monarquía es necesaria para que el mundo esté bien ordenado.[28]

Para Dante, el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza; luego: el hombre, el monarca, es el reflejo de ese macrocosmos que lo causa[29]. Si bien para Dante el orden temporal y el universal constituyen una unidad –la típica idea medieval de la Res publica christiana–, en Dante, a diferencia de sus contemporáneos, se observa un tránsito de lo divino hacia una imagen antropomorfa del mundo materializada en la figura del monarca, y con ello también un tránsito hacia el orden secular. Esta es precisamente la gran aportación de nuestro poeta en el devenir del pensamiento político en Occidente. Como bien apunta Franz Xavier Kraus, uno de los más grandes eruditos de la obra y pensamiento del florentino, sabemos que la idea del Estado se fue desarrollando paulatinamente durante la Edad Media, y que si bien Dante no fue el primer teórico del Estado, sí fue uno de los primeros que lo entendió como un producto humano.[30]

La teoría del Estado durante la Edad Media se caracterizó por ser una mezcla de dos factores: el cristianismo y la filosofía de los clásicos transmitida a Europa. Se trató de dos concepciones del mundo que se contraponían una a la otra y que le dieron a la teoría del Estado durante el Medievo sus rasgos muy particulares. Como señala Hans Kelsen, el dualismo ontológico (entre cuerpo y alma, lo temporal y lo espiritual, hombre y Dios, el más allá y el mundo), propio de la doctrina cristiana, implicó valores totalmente ajenos a la civilización grecolatina, dando origen en la Edad Media a la oposición entre Iglesia y Estado[31]. Esto provocó que paulatinamente la teoría del Estado se emancipara de la teología, siendo Dante Alighieri tal vez el caso más sobresaliente durante el siglo XIII.[32]

Para el hombre medieval la cristiandad constituía un corpus mysticum, una unidad, de ahí que la forma predilecta del Estado durante el Medievo fuera la monarquía, como planteó Dante en términos generales, quien en este aspecto no fue realmente un escritor muy original; en cuanto a la forma en particular del Estado simplemente no se encuentra rastro alguno en Monarquía. Sin embargo, la importancia de la obra del florentino radica en el peso que le confiere al orden temporal, al Estado como una necesidad y creación humana. Monarquía en ese aspecto es la teoría de una verdadera forma constitucional con una concepción bastante moderna que anuncia muy tempranamente un orden democrático. La causa remota de la autoridad del monarca es para Dante la voluntad divina, pero ésta representará siempre el bien y, por ello, el monarca servirá a sus súbditos y no al revés. Esto conlleva que el monarca no pueda actuar contra Derecho, el imperium encarnado en el monarca se encuentra íntimamente ligado entonces a la ley[33]. El poder del monarca queda constreñido al bien común, con lo que su actuar ya no puede ser un acto meramente voluntarioso:

Toda jurisdicción es anterior a su juez; pues el juez está ordenado a la jurisdicción, y no al contrario; pero el imperio es la jurisdicción que comprende en su ámbito toda la jurisdicción temporal; luego, la jurisdicción es anterior al juez, que es el Emperador, porque el Emperador está ordenado a ella, y no al contrario.[34]

Dante coloca el poder soberano en el pueblo saludando con ello a la Modernidad, lo cual no es de sorprender. Como todo hombre, Dante fue producto de su tiempo, de una Florencia con una clase burguesa en pleno desarrollo y que rivalizaba con el orden político de la nobleza, lo cual repercutiría en la cosmovisión de nuestro poeta, en el que observamos un claro matiz democrático en su teoría del Estado.

Por último, aquello que le da a Monarquía y a Dante Alighieri un lugar superior al resto de sus contemporáneos es la separación total de la autoridad imperial, de la Iglesia. El emperador y el Papa eran para Dante figuras superpuestas, parte de un mismo corpus mysticum, ordenadas bajo el principuum unitatis de la Res publica christiana, es decir, dos entidades que se correspondían dentro de un mismo género:

El hombre, en efecto, es lo que es por la forma sustancial, por la que tiene especie y género determinado, y por la que queda encuadrado en la categoría de sustancia. El padre, en cambio, es lo que es por forma accidental, que es una relación, por la cual se le atribuye una especie y género, con relación a otro, es decir, de relación. De otro modo, todo se reduciría a la categoría de la sustancia, ya que ninguna forma accidental subsiste por sí misma, sin la hipóstasis de la sustancia subsistente; lo cual es falso. Siendo, pues, que el Papa y el Emperador son lo que son por ciertas relaciones, es decir, por el Papado y por el Imperio, que son, en efecto, verdaderas, una en la esfera de la paternidad y otra en el dominio, es evidente que el Papa y el Emperador, en cuanto tales, tienen que ser encuadrados en la categoría de relación y, consiguientemente, deben ser reducidos a un algo existente dentro de ese género.[35]

La autoridad del monarca para Dante viene directamente de Dios, con lo que el Papa no tiene para él autoridad en el mundo terrenal, temporal. Con esta premisa, construye una ontología de la autoridad imperial que tiene su origen en una clara lógica aristotélica (averroísmo) entre género y especie, que parte de una reflexión sobre la sustancia (materia) y sus accidentes, en consonancia con la reflexión filosófica en tiempos de Dante, cuyo eje hemos visto era la concepción de la materia como algo eterno, siendo la teoría del Estado de nuestro poeta, como es natural, producto de su tiempo. “Del tiempo su arte, del arte su libertad”, decía Gustav Klimt.

Libros recomendados

Bibliografía

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Michael, Wege ins Diesseits. Der Einfluss des Averroismus auf Europa und europäisches Denken. Viena: Lit Verlag, 2016.


Notas

[1] Lowell, James Russell. Among my books, p. 122.

[2] Cfr., Bloom, Harold, The western canon. The books and school of ages pp. 76-79.

[3] Ibid., p. 80.

[4] Cfr., Böckenförde, Ernst-Wolfgang, Recht, Staat, Freiheit, Studien zur Rechtsphilosophie, Staatstheorie und Verfassungsgeschichte, p. 92.

[5] Cfr. Kelsen, Hans, Die Staatslehre des Dante Alighieri, p. 3.

[6] Cfr., Godthart, Frank, Marsilius von Padua und der Romzug Ludwigs des Bayern. Politische Theorie und politische Handeln, pp. 17-18.

[7] Vid., Felten, Wilhelm, Die Bulle Ne Pretereat und die reconciliationsverhandlungen Ludwig des Bayers mit dem Papste Johann XXII. Ein Beitrag zur Geschichte des 14. Jahrhunderts, p. 3.

[8] Los Hohenstaufen fueron una dinastía de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, monarcas de Alemania y de Sicilia, originaria de la región de Suabia. Esta dinastía fue fundada en 1079 y disuelta en 1268.

[9] Cfr., Buckhardt, Jacob, Die Kultur der Renaissance in Italien, pp. 1-2.

[10] Ibid., pp. 2-3.

[11] Ibid., p. 45.

[12] Cfr., Antonetti, Pierre, Historia de Florencia, p. 19.

[13] Vid., Machiavelli, Niccolò, The Florentine history, p. 47.

[14] Vid., Menniti Ippolito, A. (2005). Guelfi e Ghibellini. En la (Ed.), Istituto della Enciclopedia Italiana fondata da Giovanni Treccani. Recuperado de https://www.treccani.it/enciclopedia/guelfi-e-ghibellini_%28Enciclopedia-dei-ragazzi%29/

[15] Vid., Alighieri, Dante, Divina comedia, p. 287.

[16] Cfr. Kelsen, Hans, Die Staatslehre des Dante Alighieri, pp. 8-12.

[17] Cfr., Buckhardt, Jacob, Die Kultur der Renaissance in Italien, pp. 50-51.

[18] Cfr., Dales, Richard C., Medieval Discussions of the Eternity of the World, pp. 51-52.

[19] Cfr., Herráiz Olivia, Pilar. 2017. “La cuestión De aeternitate mundi en Averroes y los averroístas”. Humanidades: Revista de la Universidad de Montevideo, n° 1: 52, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6005408

[20] Cfr., Karam Khella, Arabische und islamische Philosophie und ihr Einfluss auf das europäische Denken, 326. Apud., Wengraf, Michael, Wege ins Diesseits. Der Einfluss des Averroismus auf Europa und europäisches Denken, p. 38.

[21] Idem.

[22] Cfr., Maier, Anneliese, An der Grenze von Scholastik und Naturwissenschaft. Studien zur Naturphilosophie des 14. Jahrhunderts, pp. 9-14.

[23] Cfr., Herráiz Olivia, Pilar. 2017. “La cuestión De aeternitate mundi en Averroes y los averroístas”. Humanidades: Revista de la Universidad de Montevideo, n° 1: 55-56, https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6005408

[24] Michael, Wege ins Diesseits. Der Einfluss des Averroismus auf Europa und europäisches Denken, p. 38.

[25] Cfr., Kraus, Franz Xavier, Dante, sein Leben und sein Werk, sein Verhältniss zur Kunst und zur Politik, pp. 679-684.

[26] Michael, Op. Cit., p. 10.

[27] Alighieri, Dante, Monarquía, p. 4.

[28] Ibid., p. 6.

[29] Ibid., pp. 6-9.

[30] Cfr., Kraus, Franz Xavier, Dante, sein Leben und sein Werk, sein Verhältniss zur Kunst und zur Politik, p. 688.

[31] Cfr. Kelsen, Hans, Die Staatslehre des Dante Alighieri, p. 19.

[32] Ibid., p. 21.

[33] Ibid., pp. 90-21.

[34] Alighieri, Dante, Monarquía (Clásicos de Historia), p. 34.

[35] Ibid., p. 35.

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