Análisis de PSYCHO-PASS: un anime policiaco, de ciencia ficción y filosofía política

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Introducción

Entre los animes, hay de todos los giros; si te interesa algo detectivesco, futurista o aun filosófico, existe una gran variedad de producciones concluidas y en emisión, en las que los géneros mencionados pueden llegar a combinarse, causando resultados únicos. Así, Psycho-Pass es un elogiado thriller policiaco, cyberpunk, filosófico, que tuvo un excelente trabajo artístico (de Akira Amano) y un gran guion escrito por Gen Urobuchi, quien también desarrolló el subvalorado pero genial anime criminal y existencial, Black Lagoon.

Por la gran oferta de entretenimiento que hay en la animación japonesa, y por la riqueza conceptual depositada en Psycho-Pass, me propuse hacer este análisis; tal vez se trata de lo próximo que verás, o quieres saber más de ello.

De qué trata Psycho-Pass

Psycho-Pass es un anime policiaco y de ciencia ficción, cuya primera temporada llegó al público en 2012. La segunda es de 2014, y en 2019 sus realizadores decidieron extenderlo lanzando una tercera temporada. También han hecho películas: Psycho-Pass: La película (2015), y Psycho-Pass SS (2019).

A grandes rasgos, Psycho-Pass presenta la historia de Tsunemori Akane, una aguda Inspectora que es integrada a la Unidad 1 de la Sección de Crimen de Seguridad Pública. No obstante, Akane y sus compañeros no son detectives comunes, pues su contexto es un futurista Japón gobernado por el sistema de súper inteligencia artificial, Sibyl.

En tal lugar, el desarrollo tecnológico y la obtención de datos de la ciudadanía han llegado a un punto… quizá no muy lejano a nuestra realidad. Hay cámaras en todas partes, y la misma cantidad de escáneres cimáticos: dispositivos que captan el estado de perturbación emocional de la gente, también llamado Psycho-Pass. Así, una persona “feliz” puede andar por ahí sin problema alguno, pero, alguien estresado, triste, enojado o simplemente “demasiado” perspicaz o imaginativo, seguramente activará las alarmas del primer lugar al que ingrese, convirtiéndose en objeto de una búsqueda policial que terminará en su encarcelamiento o eliminación, por ser un individuo potencialmente “perturbador” del orden. Por tanto, los detectives como Akane trabajan por conservar la paz antes de haber crímenes, y tienen bastante éxito, pues inhiben toda “amenaza” cuando es sólo eso, aunque ello represente el sacrificio de la libertad de elección de las personas.

Finalmente, allí donde un afán de normalización e incluso embellecimiento mental ha causado generaciones de ciudadanos así programados (es decir, tranquilos y obedientes), una anomalía reta al sistema en la figura de un asesino cuyo Psycho-Pass se mantiene siempre “estable”, haciéndolo “invisible” para los escáneres, las unidades robóticas y aun las armas de la policía.

La ciencia ficción en Psycho-Pass

La ciencia ficción en Psycho-Pass consiste en un futurismo distópico soft; se trata de un anime cyberpunk en el cual las premisas científicas aplicadas –no siendo el objeto de la trama– son mínimamente detalladas durante la narración. En otras palabras, la ciencia ficción soft no explica sus aspectos científicos de manera rigurosa –como sí, la ciencia ficción hard–; simplemente los usa para llegar a cuestiones, por ejemplo, políticas y sociales, siendo este último el caso de Psycho-Pass.

En este anime, el desarrollo tecnológico que eleva una ciudad perfecta en cuanto a su administración, en la misma medida genera una profunda decadencia humana que, eventualmente, ha de constituir lo anormal dentro del sistema. El escenario: una desarrollada urbe donde las cosas andan cuales piezas de reloj; un lugar lleno de personas aparentemente autónomas y felices, aunque algunos sospechen que tal felicidad fue diseñada con fines secretos, a partir de los datos recogidos de la misma ciudadanía, así controlada y conducida al destino que Sibyl elija.

Entre otros clásicos de la ciencia ficción, los creadores de Psycho-Pass han destacado la influencia de los libros de Philip K. Dick, y las películas: Blade Runner, Gattaca, Minority Report y Brazil.

La filosofía en Psycho-Pass

La filosofía política en Psycho-Pass, por otra parte, es el motivo central. Esto se mezcla con cuestiones cartesianas existenciales, pues la realidad social –aquello que el sistema de gobierno sostiene acerca de las personas y el mundo– es puesta en duda. Y sí, a la duda siguen la angustia y hasta la locura de algunos personajes, lo cual para muchos es más comprensible que la tranquila conducta de los ciudadanos considerados cuerdos, racionales.

De tal modo, ¿nuestra realidad (que además del entorno incluye los sentimientos y anhelos de cada individuo) en verdad es determinada por nosotros, o nos es impuesta sin que lo sepamos, a manera de engaño?, es una de esas cuestiones.

Por lo anterior, el problema de la libertad está presente en toda la trama de Psycho-Pass. Filósofos como San Agustín (quien defendía la idea de libre albedrío) o Kant (quien decía que para ser libre hay que ser autónomo) habrían detestado la urbe planteada en esta ficción, donde la fuerza gobernante no tiene la gracia de permitir a los otros elegir su destino, de manera que las voluntades, las ideas y los cuerpos devienen heterónomos, es decir, dominados por un gran poder externo a ellos. Para Kant y Agustín, esto habría sido una monstruosidad y el fin de la ética.

Mas, el origen de la mayoría de los países contemporáneos no son las teorías de los mencionados, sino el contractualismo planteado por filósofos como Hobbes, quien apuntó que, al instaurar un Estado, es necesario –precisamente– ceder la autonomía a un soberano fuerte que gobierne y salve de la guerra constante que representa el “estado de naturaleza”. Sobra decir que esta visión está escenificada en Psycho-Pass, pues, si cae el sistema todos se aporrean hasta la muerte, en una bella ciudad colindante con un exterior definido por la guerrilla y la destrucción.

Como consecuencia de tal condición de peligro, el Estado planteado por Hobbes y también en Psycho-Pass, se sustenta en el miedo. A partir del miedo al aniquilamiento se debe elegir lo que es considerado como bueno por el grupo social, sobre lo igualmente determinado cual malo. Entonces, el temor es diversificado y ya no únicamente se da hacia lo externo; al interior del grupo se imponen castigos tan severos como las manadas de lobos en descampado. El contrato social puede ser peor que el estado de naturaleza, o quizá no… En torno a esta incertidumbre se debate el anime.

La ciudad creada por Urobuchi para Psycho-Pass, funciona siguiendo un bien pragmático, incluso cambiante, basado en lo “mejor” para la mayoría. Aquí tenemos una representación (no reducible a ello) de filosofías como la de Maquiavelo, quien se apartó del bien moral para hablar del bien político; movimiento teórico que revive los cuestionamientos aristotélicos en torno a esto, pues se vuelve apremiante actualizar sus respuestas: ¿cuál es el fin de nuestro Estado?, ¿qué es la justicia para nosotros?, ¿cuál es el fin de nuestros ciudadanos?, ¿qué es lo mejor para todos aquí?, ¿qué entendemos por felicidad?, etc.

Retomando el tema del miedo, los creadores de Psycho-Pass han comentado que se trata de un concepto central; todos temen los castigos del Estado, y por eso no infringen las normas; bueno, por eso y por un sofisticado sistema de vigilancia, supresor de la privacidad espacial e incluso personal y emocional, supuestamente en favor de una paz que, de hecho, sí es generada en forma de sosiego. En Estados así configurados, se plantea, no ha ocurrido una interiorización ética de la ley, sino una coerción hacia ella, como ocurre a los personajes vigilados por el Big Brother de Orwell, o a aquéllos cuya voluntad es dominada por el gran Sauron de Tolkien.

No es casualidad que el concepto panóptico, de Bentham, sea mencionado al comenzar Psycho-Pass: una prisión circular con una torre al centro, desde la cual se puede vigilar el lugar en su totalidad; los prisioneros no ven a través de las ventanas de la torre, digamos, porque su cristal es reflejante, de manera que ignoran en qué momento están siendo observados y, consecuentemente, se acatan todo el tiempo al reglamento. La pregunta es lanzada y espera respuesta: ¿la privacidad debe ser suprimida en favor de una vigilancia perfecta que asegure un perfecto seguimiento de las reglas?

Un ángulo interesante para observar a las sociedades que se dirigen a tal supresión, es el que aportó Nietzsche con su idea de enfermedad, y posteriormente Freud, con su teoría del malestar en la cultura. Cada término lingüístico tiene el peso que se le da a partir de una relación de poderes que lo sostienen cual cosa real y patente –asegura Nietzsche– pero nada más sustenta su verdad; de hecho, toda verdad es una hueste en movimiento de metáforas, metonimias y antropomorfismos, afirma, así que cada término y la suma de ellos, es una ficción de la cual admitimos, esto sí es ficticio pero esto otro no lo es, aunque al final del día todo lo sea.

Sin embargo, son pocos los que llegan a preguntarse cuál es el estatuto de verdad que tiene el pleno del lenguaje, y aún menos concluyen que todo es un teatro y burdo; situación que, para Nietzsche, hace de la mayoría una masa incauta, depositaria del tonelaje de la lengua y la cultura, lo cual, cuando los sentidos regentes son reactivos, causa sociedades exhaustas y decadentes; en una palabra: enfermas. Estas nociones son retomadas por Freud al asentar que, en la medida en que nuestras pulsiones son reguladas socialmente, desarrollamos malestares psíquicos que pueden resultar en explosiones de frustración o ira contenida; fenómeno que ocurre en Psycho-Pass desde el inicio.

Siguiendo lo anterior (la búsqueda de un ideal de belleza psíquica basado en la felicidad y la tranquilidad permanentes, así como llevar el peso de una cultura que alberga esos y otros sentidos que dañan al cuerpo tanto como los ideales de belleza física), es notorio un régimen del significado y la forma, que casi parece provocar los mencionados exabruptos con el fin de controlar incluso sus anomalías. Entonces, entre las premisas que articulan Psycho-Pass, hay súper enajenación, hartazgo y hasta anarquismo, en un ciclo quizá no diseñado para llegar a un fin; un constante tratamiento de la diferencia para constituir al yo racional, como vio Foucault; el orden de un discurso sostenido por relaciones de poder.

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