Una reflexión sobre la guerra a partir del amor romántico

reflexión guerra y amor romántico

Señora de las cosas que emigran:
(…) por la luna que almacena la ira y los poemas,
por todo el mal de nuestro siglo,
permite que siga siendo vulnerable, angustiada, productiva.
(…) Líbrame de la rueca femenil, de lo que pretende ser
afecto y no es más que deseo de control, como ocurre siempre
en las familias, y sobre todo, de los enamorados de los espejos.
Y no olvides protegerme de los que aducen haber obedecido a otros
para justificar sus crímenes, de la gente buena en particular, y 
de los seres humanos en general (…).

María Negroni

What’s Love Got To Do With It?

Quiero explorar el concepto de amor romántico como ejemplo paradigmático de una ética bélica y del desdén por unas vidas y la alabanza de otras. Esto lo hago desde una mirada filosófica, concretamente desde la teoría crítica y el feminismo. Creo que en la noción de amor: de cómo queremos, por qué y a quiénes, se encuentra una de las claves fundamentales para comprender el colapso del Estado y el sujeto modernos; y más aún, las diversas crisis en todos los ámbitos de lo humano y de la vida en general. Mi argumento se basa en la hipótesis consistente en que este tipo de amor que es jerárquico y por lo tanto implica prácticas de poder que han sido perniciosas para los y las más vulnerables, acentuando la precariedad de sus vidas. La performatividad de esta forma de vincularse está entrelazada, de manera grotesca, con las guerras del siglo XXI. 

El amor romántico puede ser explicado como esa “cosa de mujeres”. Nosotras somos educadas, desde que nacemos, para anhelar de manera primordial ser lo suficientemente deseables para poder ser escogidas (“amadas”) por un hombre. Nuestro triunfo o fracaso de vida depende, en gran medida, del reconocimiento de ellos. Para lograr ser vistas y leídas como “mujeres que valen la pena” debemos seguir reglas estrictas con las que conseguimos pertenecer a un marco de reconocibilidad. Estos preceptos de inteligibilidad están organizados en torno a nuestro empequeñecimiento. Esta inferioridad es literal: en una relación, las mujeres tendríamos que ser más bajas que el hombre, delicadas, delgadas, sonrientes, ingenuas, desinformadas, dispuestas, empáticas. En una comprensión metafísica binaria como la de la modernidad, el hombre −en cambio− es grande, serio, erudito, fuerte, racional; en pocas palabras, y para decirlo con Carla Lonzi:  encarna el “mito del gran pene prepotente que custodia la ideología de la virilidad patriarcal y es una proyección del macho.” Entonces, el concepto del amor romántico reside es un afecto heteronormativo (aunque sus dinámicas pueden reproducirse en los afectos homosexuales) que erotiza una dinámica de sumisión y dominación. 

En los sótanos de esta institución (el amor romántico) subyacen un proyecto jurídico y uno económico que se develan en las relaciones de poder dictadas y protegidas por el Estado y en los vínculos consumibles, intercambiables y desechables inspirados en una lógica mercantil. La ley y el dinero dirigen esta empresa empobreciendo ontológicamente a sus agentes, constriñéndolos a una vida plagada de instrucciones procesales y de austeridad empírica. En la cúspide del amor romántico, el mundo se va estrujando para dar cabida, únicamente, a lo normativo y lo productivo. 

No cualquiera tiene acceso a este organismo. Como mencioné antes, la representación que no se apega al guión que rige el beneplácito es inaceptable e indeseable. La legislación que delimita los relatos de amor es incapaz de recoger la posibilidad de la alteridad, de la extranjería y de la vulnerabilidad, obligando −a los que no conocen o llevan a cabo otro montaje− a la marginación y al desamparo. 

La guerra aparece con una dinámica paralela a la del amor romántico porque la modernidad no conoce otro modelo (que no sea el de universalidad, racionalidad, supuesta objetividad, dicotomía y verticalidad). Sus procesos de subjetivación tienen incorporadas prácticas sofisticadas y sutiles de poder. Estoy de acuerdo con Foucault cuando señala que el poder se descentraliza y se encubre en los parajes más desconcertantes. El control y la colonización de las vidas más vulnerables pretende justificarse con un discurso que apela a los valores ilustrados.

El concepto perverso de guerra de principios del siglo XXI no plantea derrotar al otro en aras de un principio que, por lo menos, se valora como genuino. Hoy −ahorita− la inmoralidad de las luchas bélicas −como la de Israel en contra de Palestina− radica en su objetivo: intensificar la precariedad de la vida. 

Las potencias como Estados Unidos, Rusia o Israel (entre muchas otras), así como los sujetos potentados cuya masculinidad es tan recia que solo puede verse a sí misma; los que se establecen con comodidad en la lógica capitalista para administrar sus emociones y políticas; los obsesionados con el éxito; los empecinados con lo grande y lo grandioso (Estados y hombres)…, hermosean sus atrocidades en nombre de valores rancios. En realidad, para decirlo con Lonzi, han desafiado continuamente a la vida. Escribe la feminista: 

el espíritu masculino ha entrado en crisis al desencadenar un mecanismo que ha tocado el límite de seguridad de la supervivencia humana.  

La crisis que vivimos es, en suma, una crisis de los cuidados. Es decir, lo que está en juego es la forma de sostener la vida:

No existe vida alguna sin las condiciones que la mantienen, y esas condiciones son predominantemente sociales, ya que no establecen la ontología discreta de la persona, sino más bien la interdependencia de las personas, lo que implica unas relaciones sociales reproducibles y sostenedoras, así como unas relaciones con el entorno y con formas de vida no humanas consideradas de manera general. Este modo de ontología social (…) tiene unas implicaciones concretas respecto a la manera de reabordar las cuestiones relativas (…) a la política antibélica. La cuestión es (…) si las condiciones sociales de la persistencia y prosperidad son o no posibles.  

La consecuencia de la crisis del amor (de los cuidados) que reverbera en los problemas bélicos debiera ser la afectación (dejarse afectar) como movimiento (aludiendo a la propuesta spinozista). Esto implicaría un desplazamiento en el sentido de cuestionarnos si somos capaces de encontrar −desde otro lugar− nuevas formas de concebir las categorías de sujeto, verdad, identidad, nación y, desde luego, amor. Es imperante, si queremos seguir existiendo, plantear formas de amor (poliamorosas, plurales, de validación de la diferencia, horizontales, solidarias, compasivas, etc.) que se desprendan de los modelos anquilosados (el amor romántico y la institución de la familia) y que se fundamenten en vínculos de cuidado por los otros. 

Creo que, como señala bell hooks:

“solo podemos volver a encontrar el amor si nos liberamos de la obsesión por el poder y el dominio sobre los demás. (…) Reconocer que la existencia y el destino de cada cual está íntimamente conectado con los de todos los demás habitantes del planeta”. 

El amor, “esa cosa de mujeres”, está siendo pensado, efectivamente, ahora por la filosofía feminista. Ahí es donde yo encuentro un universo de esperanza. 

Bibliografía

Butler, Judith. Cuerpos que importan, Buenos Aires: Paidós, 2022.

Butler, Judith. Marcos de guerra, Barcelona, Paidós, 2022.

Butler, Judith Vida precaria, México: Paidós, 2010.

hooks, bell. Todo sobre el amor, México: Paidós, 2022.

Lonzi, Carla, “La mujer clitoriana y la mujer vaginal” en Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel y otros escritos, Madrid: Traficantes de sueños, 2018.

Villoro, Juan. Conferencia sobre la lluvia, México: Almadía, 2022.

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