Tiempo y democracia en el mundo griego

Tiempo y democracia en el mundo griego

No se quejen de Zeus, ustedes son, por su estupidez y por su maldad, la causa de lo que va a sucederles.

Solón[1]

La responsabilidad es del que elige, Dios está exento de culpa.

Platón[2]

Los gérmenes de la creación humana o histórica

En este ensayo se explora el surgimiento de la democracia y del tiempo lineal dentro del mundo griego. Se hace un recorrido que va del mundo de Homero a Platón, centrando la atención en los conceptos que permiten la construcción de una visión de la sociedad como creadora de sí misma dentro de márgenes establecidos. Lo que se trata de mostrar es que tanto la democracia como nuestra noción de tiempo tienen una historia y un contexto que los explica.

Grecia es considerada la cuna del pensamiento político y particularmente del democrático. En ella, filosofía y política nacen juntas debido a que nunca hubo un dios que se haya preocupado por brindar leyes definitivas y eternas a los hombres. Los dioses, en los oráculos, se limitaban a responder preguntas muy concretas, y la respuesta, en un lenguaje no muy claro, tenía que ser interpretada; de este modo, si el oráculo no se cumplía no era porque el dios hubiese fallado, el problema habría de radicar en la interpretación.  

En el mundo griego, moira es la porción de todo aquello que a cada uno le ha de corresponder. Así cualquier desastre personal, por inexplicable e injustificado que pudiera parecer era entendido como parte de aquello que había tocado, y en tanto que ocurría, evidenciaba que necesariamente tenía que ser. Se trata de un orden universal que da sentido y está por encima de hombres y dioses. Cuando Héctor y Aquiles se enfrentan, Zeus se compadece de Héctor y su corazón le invita a intervenir en su favor, “entonces el padre de los dioses desplegó la áurea balanza, puso en ella dos parcas de la muerte, de intensos dolores, la de Aquiles y la de Héctor, domador de caballos; la cogió por el centro y la suspendió; y el día fatal de Héctor inclinó su peso y descendió al Hades; y Apolo lo abandonó”[3]. Cuando la balanza regida por la moira se ha inclinado en las manos de Zeus, ni el padre de los dioses está autorizado para hacer concesiones.  Los mismos dioses están sujetos a la moira que decreta el límite de los poderes; ninguno es eterno. Urano y Cronos pretendieron perpetuar su poder al exterminar a sus hijos y por ello fueron condenados; Zeus carga sobre sus hombros la condena que contra él lanzara Prometeo amenazando con la llegada de un nuevo poder divino.

Pero la moira como tal no es un simple destino. El destino que cae como inevitable sobre los humanos es la muerte y se denomina moros. El ámbito propio de la moira es el límite último de la existencia humana, la muerte. Dentro de las acciones humanas tiene que ver con límites que no deben transgredirse. Moira es el ámbito de acción correspondiente a cada uno, es el límite, y dentro de éste cada hombre decide. No sólo cada quién es libre para construir dentro de su correspondiente territorio, cada quién conoce cuál es el límite de su existencia. Aquiles sabe que puede elegir entre dos cosas: regresar a casa y tener una vida duradera o permanecer en Troya olvidando el regreso, la patria, pero con una noble gloria. En la Ilíada los dioses se ven constantemente preocupados porque ni Aquiles ni Patroclo vayan más allá de las murallas de Troya, puesto que no está dentro de la porción que les ha tocado.  El cuarto ataque de Patroclo contra la muralla autoriza a Apolo para increparlo y en apoyo de Héctor concretar la muerte del que encabezara a los mirmidones[4].  En el mundo homérico, los hombres tienen un ámbito de elección que se inscribe dentro de un marco o ley de carácter universal que no está sujeto a la arbitrariedad; sin embargo, esta ley es completamente indiferente a la condición humana. Lo único que el hombre tiene seguro es que va a morir y que el lugar de los muertos, el Hades, es peor que la nada. La muerte es algo definitivo; los hombres griegos viven para la fama y la gloria; mueren para el olvido. Entre ellos la posibilidad de la divinización surge hasta el siglo quinto antes de nuestra era, cuando la democracia en Atenas se está desmoronando y como una forma de exorcizar el caos imperante. Las sectas órfico-pitagóricas ingresan como una ruptura con la ciudad y la política. Si la divinización es posible, no es necesario ocuparse del mundo y sus problemas.

El mundo griego sabe que si bien hay un orden universal que rige inclusive sobre los dioses, es una ley para la cual lo humano es indiferente. Sabe que no hay un orden ideal predefinido para la constitución de las sociedades humanas y se tiene que arriesgar en el trabajo político, en la invención. Se trata de instaurar una forma de orden para el mundo humano que tiene que ser puesto contra los arranques de hybris[5] que aquejan a los individuos.

En un mundo donde no hay una fuente trascendente de la verdad ni intérpretes autorizados de ésta, y en el que no hay un dios que tenga por oficio legislar para los humanos, el campo está abierto a la competencia. La superioridad de unos sobre otros será impuesta por la fuerza o por la persuasión. Así, Agamenón es un rey superior a Aquiles “porque reina sobre un número mayor”[6] de hombres; y en la Asamblea, que es la reunión de todos, sólo hablan los reyes y sus consejeros, el resto del pueblo se limita a emitir su deliberación por medio de gritos o aclamaciones. Aprender eso le costó muy caro a Tersites, hombre del pueblo que cuando se atrevió a injuriar a Agamenón, recibió por parte de Ulises una paliza que la multitud llegó a considerar como la mayor de las hazañas que hubiera realizado entre los argivos; poner en su lugar al insolente. “De ninguna manera –afirma Ulises– seremos reyes aquí todos los aqueos. No es bueno el caudillaje de muchos; sea uno solo el caudillo, uno solo el rey”[7]. La vida social se hace posible sólo a través de la imposición de límites, eso es lo que posibilita la existencia de un orden y el control de la hybris que por sí misma es completamente destructiva.

¿Cómo se establece ese límite, las leyes de la ciudad y bajo qué criterios? En Grecia, poco a poco los ciudadanos comienzan a reconocerse como la fuente de la ley y a reivindicar su posición. El mundo de los héroes, como afirma Hegel[8], tiene lugar únicamente fuera de una sociedad instituida como polis. Homero expresa una forma cerrada de organización que se despedaza en la transición al surgimiento de las ciudades. El hombre agathos, para Homero, era aquel que tenía fortuna en la guerra, poseía riqueza y era valeroso, astuto y agresivo; ese mismo hombre, dentro de una ciudad era considerado como antisocial. En Homero, poseía areté aquel que cumplía bien la función que le había sido asignada, dentro de la ciudad. Areté consistía en tener éxito como ciudadano y eso se lograba impresionando en la asamblea y los tribunales[9]. El predominio de la infantería terminó con el dominio de la caballería y la nobleza tradicional. Cada vez los caballeros en los ejércitos eran menos y al recaer el peso de la lucha en los soldados de a pie hizo que esos personajes exigieran a su vez mayor participación en la asamblea y obligaron a las reformas de Solón y Clístenes donde el poder de decisión termina por caer en manos de la ciudadanía.

Dentro del pensamiento filosófico también se es consciente y se abre paso a la voz que posibilita la democracia en su carácter de creación humana e histórica. Empédocles, Leucipo, Demócrito, Epicuro, y particularmente, la actividad de los sofistas, reconocen la multiplicidad y se presentan como la reacción contra la postura del padre Parménides que otorga el monopolio de la ontología a lo puramente pensable.

El constante contacto y enfrentamiento entre las diferentes ciudades llevó a la consideración de que hay diferentes formas de organización social y a reconocer que la forma en que los hombres logran distinguirse de los animales es a través del establecimiento del sus leyes y códigos de conducta. Esas normas eran interpretadas como una creación de los individuos y las comunidades. Demócrito consideraba que inclusive las cualidades sensibles existen por convención. Con la ruptura radical entre physis[10] y nomos[11], la realidad queda en el círculo de la condición humana y comienza la historia como diferente de la naturaleza.

A pesar de que los grandes pensadores del siglo V se convierten en los principales enemigos de la democracia, entre ellos Platón; es la democracia el campo en el que surge la filosofía misma. Sócrates, Aristóteles, Platón y la filosofía son completamente incomprensibles sin el marco democrático padre del logos. El hecho de que Atenas, la gran representante de la democracia, haya atraído grandes pensadores y artistas habla de que si bien en ella el pueblo se da a sí mismo el derecho de equivocarse groseramente, también es campo fértil para las obras y las ideas. Algunas de esas ideas son un himno contra la cuna que les permitió surgir. Platón, al final, se convierte en un canto a Esparta, la ciudad que asumió leyes que se pretendían de origen divino y que aprendió a vivir en la disciplina y el rigor completamente apartada del arte y hasta la propia filosofía.

La ciudad crea un espacio público de discusión en el que los individuos establecen los criterios de verdad y justicia y se reconocen como responsables de ellos. Ser ciudadano en Atenas significaba participar activamente en el gobierno, en las instituciones y en la defensa de la ciudad. Así lo expresa Platón dando voz a las Leyes, en uno de sus primeros diálogos, el Critón:

No hay que ser débil ni retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, en el tribunal y en todas partes hay que hacer lo que la ciudad y la patria ordene, o persuadirla de lo que es justo… Nosotras te hemos engendrado, criado, educado y te hemos hecho partícipe, como a todos los demás ciudadanos, de todos los bienes que éramos capaces…  El que no obedezca es tres veces culpable, porque le hemos dado vida, y no nos obedece, porque lo hemos criado y se ha comprometido a obedecernos… Plenamente nos elegiste y acordaste vivir como ciudadano según nuestras normas.[12]

En esto Platón y Protágoras estaban completamente de acuerdo, el respeto a las leyes tenía que ser la garantía de la convivencia. Y en su caso, como afirman las Leyes en este diálogo platónico, si alguien no estaba de acuerdo con una ley o sentencia, lo que tenía que hacer era persuadir a los otros de lo que es realmente justo. Estamos en el imperio del logos, porque “en una sociedad regida por la asamblea el triunfo dependía en gran medida de la capacidad para convencer, de la elocuencia capaz de refutar al adversario político, de la fuerza de la palabra”[13]. Polis y logos nacen juntos como un espacio público de interrogación y control recíprocos. La democracia vive en el ágora, es decir en el ámbito de la palabra y el discurso. Por eso, logos se hace en la ciudad como acuerdo común y como despliegue de la verdad.

El logos no puede ser creado efectivamente más que en la medida en que el movimiento del demos instaura en acto un espacio público y común, donde la exposición de las opiniones, la discusión y la deliberación, la igualdad sin la cual esta discusión no tiene sentido y la discusión que realiza esta igualdad (isegoría), la libertad que ellas presuponen y que traen aparejada (parrhesía: responsabilidad y obligación de hablar) se vuelven posibles y reales por primera vez (por lo que se sabe) en la historia de la humanidad.[14]

Se trata de la instauración de un tiempo público del pensamiento donde el presente se concibe como la posibilidad de diálogo con el pasado y de creación de un presente que se distingue de lo anterior y no se condena a la repetición de la tradición. Las leyes se hacen, se discuten y se modifican en la confrontación y la diversidad de opiniones. El régimen asume las consecuencias de sus propios excesos y errores, de su propia acción. Es así como la historia se despliega en una suerte de tiempo lineal.

Platón, por su parte, es el defensor a ultranza del tiempo cíclico en tanto que considera que la única creación comunitaria posible es la corrupción; lo sabe porque vive la derrota de la democracia ateniense en la guerra del Peloponeso. Considera que la única historia que se puede conocer es la repetición cíclica de los regímenes. A final de cuentas, sólo una ciudad es justa y ésta está fuera del mundo de la experiencia humana, no ha sido producto de los hombres. Propone una forma de gobierno encabezada por los filósofos, pero los filósofos, en este caso, no son creadores, se limitan a imponer un orden preestablecido según el mundo intemporal de las ideas. El filósofo, como el demiurgo, no crea nada; fabrica copias teniendo a la vista el modelo eterno e inmutable del ser. Es así como se impone en occidente la exclusión del tiempo creativo e histórico.

El tiempo leído como cíclico y repetitivo es producto de las escuelas estoicas que, frente al desastre en que ha caído el mundo helénico y los autoritarismos instaurados que poseen la manía del progreso técnico, tienden a refugiarse en la vida privada, en la ética y en el cosmopolitismo. Para cuando el estoicismo adquiere auge, las ciudades griegas han caído en desgracia. El hombre de la polis desempeñaba las actividades que le fueran requeridas[15]. Con el cambio de los tiempos, apareció la tendencia a la especialización, al desarrollo de una técnica. Hablamos, en este momento, de especialistas que se saben conocedores de una habilidad especial y que como tales van, sin ningún problema a donde su oficio sea mejor apreciado. Los especialistas no se reconocen ciudadanos de una polis, son ciudadanos del mundo o cosmopolitas como se denominaron a sí mismos los estoicos. Se dio entonces el divorcio entre filosofía y política, dando paso también al rompimiento con la historia; así algunos estoicos comenzaron a exponer una teoría del tiempo cíclico con carácter repetitivo y en su intento retocaron teorías como la pitagórica y la de Heráclito bajo ese matiz.

En el siglo V se da la ruptura tajante entre nomos y physis. Nomos ampara el conjunto de normas que expresan y codifican la vida de la ciudad. Es la normatividad establecida como producto de la actividad creadora de los hombres. Ella, en sí misma implica el reconocimiento de otras culturas y por tanto su propia relatividad. Cada grupo humano establece su propio orden social, cada uno establece su propia verdad y justicia. “El hombre es la medida de todas las cosas”, afirmaba Protágoras, y es que nomos es una forma de entender, ordenar y vivir el mundo que depende de la convención. Eso quiere decir que los criterios absolutos han sido jubilados y lo bueno, lo justo y lo mejor no es otra cosa que lo que se cree es de esa manera y no de otra; y si se piensa que hay algún error, los ciudadanos, afirma Protágoras, deben estar capacitados para persuadir a los otros de lo que consideran debe ser. No se trata de ser “sofistas”, el problema es que las verdades absolutas, cuando se creen como tales, terminan siendo tiránicas y autoritarias. Sólo la diversidad es creativa y libre.

Según Protágoras, nomos no forma parte de la naturaleza, es propiamente una creación humana en la que los individuos y las sociedades avanzan consiguiendo cada vez una formulación mejor a las necesidades humanas, desde el alimento, vestido y vivienda, hasta las relaciones sociales. Con el tiempo los hombres van descubriendo lo mejor porque la naturaleza humana posee en sí misma la posibilidad de un progreso moral que depende de la educación. La naturaleza, por su parte a lo único que lleva es a la destrucción de la humanidad[16]. En Protágoras no sólo hay un tiempo que rompe de manera tajante con el ciclo; al dejar de lado la naturaleza y apostar a la creación, Protágoras promueve una noción de tiempo lineal y evolutiva. Y es que se está hablando de una segunda naturaleza en el hombre, con la que no se nace y tiene que ser construida a través de la educación. Definitivamente, afirmará Protágoras, el amigo de Pericles, que la educación principal es la que se recibe en la ciudad a través de las leyes, porque las leyes son la máxima expresión de la normatividad válida. En este sentido el proyecto de Protágoras era propiamente educativo. Se basaba en la consideración de que la physis del hombre debía ser cultivada porque “hasta una naturaleza exuberante, decae y se pierde si es abandonada. Este hecho hace indispensable el arte de la educación. Lo obtenido con esfuerzo de la naturaleza se hace infecundo si no es cultivado”.[17]

También el originario de Agrigento que fue a radicar en Atenas, Demócrito, afirma que la educación configura una nueva naturaleza que habrá de corresponder a la medida del hombre[18]. La naturaleza social depende de las comunidades y cada una hace de sí misma lo que quiere y puede, en la medida de su inteligencia y habilidades. Como buen demócrata habrá de afirmar que el arte de la política es el superior y hay que aprenderlo porque de él vienen los más grandes bienes. Los hombres no son tales por naturaleza, lo son porque se hacen al ser educados. Considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno porque implica la libertad de los individuos, misma que inclusive en la pobreza es mejor que la prosperidad obtenida en la ausencia de ésta. El principio de la libertad es el decir, por ello las ciudades griegas se hacen en tanto que tienen lugares de reunión para los ciudadanos. El límite y la expresión más alta de la libertad es la ley. Ella es la que permite construir los beneficios para la vida de los hombres que se le someten.

Finalmente, podemos concluir que Grecia está en los gérmenes de nuestra concepción histórica. Ahí es donde surge la democracia como producto del reconocimiento de la capacidad humana para tomar en sus manos la delimitación y ordenación del mundo en que habita. Democracia, filosofía e historia exigen un espacio de creatividad.

Bibliografía

Castoriadis, Cornelius, Lo que hace a Grecia. 1. De Homero a Heráclito. traducción de Sandra Garzonio, FCE, Buenos Aires, 2006.  

Calvo, Tomás, De los sofistas a Platón: política y pensamiento, Cincel, Bogotá, 1992.

Doods, E. R., Los Griegos y lo irracional, traducción de Nestor Luis Cordero y María Dolores del Carmen Ligatto, Paidos, Barcelona, 1983.

Hegel, G.W.F., Principios de la filosofía del derecho, traducción de Juan Luis Vermal, Sudamericana, Buenos Aires, 1975.

Homero, Ilíada, traducción de Emilio Crespo Güemes, Gredos, Madrid, 2004.

Jaeger, Werner, Paideia, traducción de Joaquín Xirau y Wenceslao Roces, FCE, México, 2004.

Los presocráticos, traducción de Juan David García Bacca, FCE, México, 1991.

MacIntyre, Historia de la ética, traducción de Roberto Juan Walton, Paidós, Barcelona, 1991.

Montanelli, Indro, Historia de los griegos, traducción de Domingo Pruna, De bolsillo, Barcelona, 2005.

Platón. Critón, traducción de J. Calonge, Gredos, Madrid, 2003.

Platón. Protágoras, traducción de C. García Gual, Gredos, Madrid, 2003.

Platón. República, traducción de Conrado Eggers Lan, Gredos, Madrid, 2003.

Platón. Timeo, traducción de Francisco Lisi, Gredos, Madrid, 2006.

Vidal-Naquet, Pierre, La democracia griega una nueva visión, traducción de Mar Linares García, Akal, Madrid, 1992.


Notas

[1] Castoriadis, Cornelius, Lo que hace a Grecia. 1. De Homero a Heráclito. Traducción de Sandra Garzonio, FCE, Buenos Aires, 2006.  p. 26

[2] República, X, 617e

[3] Homero, Iliada, Traducción de Emilio Crespo Güemes, Gredos, Madrid, 2004. Canto XXII, 209-213

[4] Homero, op. cit., Canto XVI, 684-857

[5] Hybris es el intento por ir más allá del límite establecido (moira). De ahí que sea considerada como una expresión de soberbia y por sí misma impide o perjudica la vida social.

[6] Homero, op. cit., Canto I, 281

[7] Ibidem, Canto I, 203-205

[8] “En el estado ya no puede haber héroes: estos aparecen sólo en una situación de falta de cultura.” Hegel, G.W. F., Principios de la filosofía del derecho, traducción de Juan Luis Vermal, Sudamericana, Buenos Aires, 1975. & 93 Agr. p.  124

[9] Cfr. MacIntyre, Historia de la ética, Traducción de Roberto Juan Walton, Paidós, Barcelona, 1991. Capítulos 2 y 3.

[10] Physis naturaleza, modo natural de ser, esencia, condición natural.

[11] Nomos uso, costumbre, manera; orden, derecho; fundamento, regla, norma; ley, precisión; estatuto; ordenanza; máxima, opinión general, modo musical, melodía.

[12] Platón, Critón, Traducción de J. Calonge, Gredos, Madrid, 2003. Diálogos I, 51b-52c

[13] Calvo, Tomás, De los sofistas a Platón: política y pensamiento, Cincel, Bogotá, 1992. p.73

[14] Castoriadis, Lo que hace…, op. cit., p. 334

[15] “En la polis, al menos hasta Jenofonte, no había siquiera especialistas de la guerra. Los reclutas eran instruidos, no en los cuarteles, sino en las nomadelfias, donde se les enseñaba más a administrar la cosa pública que a combatir al enemigo, y el mismo Estado Mayor no era “de carrera”; hasta los generales y los almirantes eran de “complemento” y recibían el mando según el cargo político que ejerciesen en aquel momento. La autarquía de la polis no era solamente un hecho que obligaba a una especialización de autosuficiencia al propio individuo. Cada uno era el propio comandante, el propio empleado, el propio legislador, el propio policía, el propio médico, el propio sacerdote y el propio filósofo.” Montanelli, op. cit., p. 280

[16] Cfr. Platón, Protágoras, traducción de C. García Gual, Gredos, Madrid, 2003. Diálogos I, 322d- 328d

[17] Jaeger, Werner, Paideia, op. cit., p. 285

[18] “La Naturaleza y la Educación son parientes: porque la Educación configura según nuevas medidas al hombre y en virtud de tal cambio de medidas hace naturaleza.” Los presocráticos, traducción de Juan David García Bacca, FCE, México, 1991. Demócrito, IV, 33 p. 354

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