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¿Podrán ser autónomas las máquinas? Reflexión sobre Inteligencia Artificial y libertad, desde la filosofía de Kant

¿Podrán ser autónomas las máquinas? Reflexión sobre Inteligencia Artificial y libertad, desde la filosofía de Kant

Esta vez no vengo a hacer reír, esta vez son cosas de talante serio e importante, triste, elevado y actual, lleno de majestad y dolor.

William Shakespeare 

La tesis principal del presente ensayo es el problema de la libertad del autómata, y las consecuencias que ello implica. El tema del libre arbitrio es un lugar común en filosofía, el cual, como gran problema filosófico, permanece irresuelto. A mi juicio, la aproximación más destacada a ello, es la propuesta del sistema crítico kantiano. Recordemos a Kant en la Crítica de la razón pura (1781), donde presenta 4 temas como antinomias. La antinomia es el lugar en donde la razón entra en conflicto consigo misma y ya no puede ofrecer una resolución, puesto que, aunque su intuición es sensible y no intelectual, no puede dejar de indagar por el fundamento de objetos metafísicos. Así, una de esas antinomias o temáticas irresolubles para la razón, de acuerdo con Kant en la obra mencionada, es precisamente la “libertad”.

En cambio, en la Crítica de la razón práctica (1788), Kant asume a la libertad como postulado imprescindible del agente racional, de lo cual deriva su ética normativa y el imperativo categórico que le es propio. De este modo, tenemos una dialéctica, ya que a la razón pura le es imposible conocer si es libre o está por completo determinada, pero, en la práctica, la libertad se debe asumir como inherente al ser humano, como un agente autónomo, que sigue sus propios dictámenes para ejercer la acción. La pregunta ahora es ¿cómo se traslada esta situación a la creación de inteligencia artificial?

Aparece entonces el problema del bien y del mal; en este sentido, podemos preguntar si es que dichas propiedades son endémicas de la condición humana, o bien, si la inteligencia artificial, al ser una entidad independiente de nosotros para elegir el curso de su acción, participará de dichos atributos. Así, surge el siguiente dilema: o bien la inteligencia artificial obra de acuerdo a una ética normativa de carácter utilitario (el mayor bien para la mayoría), o bien, se convierte en una hija desagradecida de la humanidad y comete parricidio (esta segunda hipótesis ha adquirido la nomenclatura del “Basilisco” en la literatura sobre el tema).

En cuanto al rubro ontológico de la cuestión, en filosofía de las ciencias cognitivas y neurociencias, actualmente se discuten las principales características de la conciencia en humanos, tomando en cuenta la hipótesis materialista, misma que elimina el dualismo cartesiano y sostiene que la “conciencia” en los seres humanos, emerge de una base fisiológica de carbono. La cuestión es que, si la conciencia es una propiedad emergente de la red sináptica de nuestras neuronas, entonces dicha propiedad puede ser replicada en una ontología a base de silicio; de este modo, la humanidad lograría la inteligencia artificial y, por otro lado, perpetuar la conciencia de ciertos seres humanos en nuevos medios de silicio. (Anil Seth. 2023)

Sin embargo, confirmar tales posibilidades no es algo tan sencillo, ya que en la actualidad no hemos descifrado por completo las propiedades de la conciencia; el tema de la conciencia es una pregunta abierta, tal como lo vaticinó Roger Penrose en el año 1997. No hemos logrado siquiera definir con exactitud la inteligencia, y todavía menos algo tan complejo como la conciencia. 

Ahora quiero entrar en la discusión de otro tema: el estado del arte en relación con el desarrollo de la inteligencia artificial. Un lugar importante de dicho debate, lo constituyen las “pruebas” o tests para medir la eficacia de la inteligencia artificial. Hasta inicios del siglo XXI, el test más popular para aplicar a la inteligencia artificial era el test de Turing (1950); en dicha prueba, básicamente se compara la inteligencia o el comportamiento racional de una máquina, con la inteligencia de un ser humano, y hasta el año 2012 dicha prueba no había sido superada; en tal año, la inteligencia artificial “Eugene” logró engañar al 33% de los jueces, haciéndose pasar por un niño inmigrante de 13 años.

En lo personal, prefiero el test de “comedia” en inteligencia artificial, mediante el cual se busca saber si un software es capaz de hacer reír a una audiencia de adultos con un set de comedia, aunque es pertinente mencionar que, actualmente, dicho software no es capaz de generar lo que yo denomino “ironía trágica de la condición humana”; este tipo de ironía puede verse en entrevistas a personalidades de la escena cultural, como Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato o Salvador Dalí. No nos engañemos, ese tipo de ironía no la tiene ningún software y dudo mucho que pueda ser replicada; ni siquiera la tiene o la entiende la mayor parte de las personas. Un ejemplo de su aplicación ocurrió a finales de los años 80s, cuando Soler Serrano le dijo a Borges:

—Maestro, usted es considerado como el mejor escritor del mundo en la actualidad —a lo que responde Borges: 

—Ése es un gran pesimismo; si yo soy el mejor escritor, ¿cómo estarán los demás?

En este sentido, la genialidad —o bien, la ironía socrática— me parece que es la huella de sólo un reducido porcentaje del género humano, y me mantengo escéptico en relación a replicar ese atributo en un software. O por lo menos, es uno de los retos de mayor envergadura que podría superar la IA.

En cuanto al auge de Chat GPT (2022), considero que es una buena herramienta que han sabido aprovechar diversos sectores académicos y profesionales, pero, es un “algoritmo” al final del día. La tecnología GPT (por lo menos la versión que consulté en noviembre de 2022), marcó error al intentar comparar el patern of inquiry de Dewey con la noción de abduction de Peirce. La respuesta que obtuve, dejó mucho que desear. La aplicación trabaja sobre una base de datos conocida, de modo que su capacidad inferencial es reducida. 

El segundo experimento que realicé con el chat GPT, consistió en pedirle que compusiera un soneto italiano con el tema del devenir, el tiempo y el fluir de los ríos. Como el lector observará, éste es un tema de Heráclito. Esta vez el resultado fue mejor: el chat propuso un soneto aceptable, y dos versos (que ahora no recuerdo) me causaron una buena impresión por estar bien logrados. 

Mi punto es que un poema o un soneto, por más que siga un patrón silábico, no se hace con un “algoritmo”; un soneto se hace con la razón del corazón, para decirlo con Pascal

El corazón tiene razones que la razón no entiende. 

En este sentido, la tecnología GPT jamás podrá imitar el sentimiento que motiva a la poesía.  

A aquellos lectores que deseen profundizar en un análisis crítico sobre el chat GPT, los invito a ver la entrada en You Tube, del profesor Darin Mc Nabb. En dicha exposición, el profesor muestra con gran claridad las limitaciones de tal tecnología y el riesgo que un uso excesivo o abusivo de la misma y de los medios digitales en general representa para el desarrollo de la propia inteligencia de los seres humanos, la cual deviene “adormecida” por ello. Para realizar su análisis, el Dr. Mc Nabb, recurre a la noción de farmacon platónica. En este sentido, el video resulta muy ilustrativo y tiene una argumentación clara. 

Como se observa, en la actualidad somos testigos y partícipes del desarrollo de muchas aplicaciones que tienen que ver con la inteligencia artificial. Sin embargo, a riesgo de equivocarme, comparto el dictamen de Anil Seth (2023), para quien, las verdaderas innovaciones científicas del siglo XXI no serán en inteligencia artificial, sino en el rubro de la ingeniería genética y la biotecnología (veo con mejores ojos el desarrollo de los proyectos de neuralink, por ejemplo).

Lo cierto es que, el desarrollo y la extensión de las aplicaciones de la IA, es una realidad. En su obra: ¿Tan sólo una ilusión? (1983), Ilya Prigogine define la distinción entre natural y artificial del siguiente modo: 

Lo artificial es determinista y reversible. Lo natural contiene elementos esenciales de azar e irreversibilidad. 

Al aplicar dicho criterio de distinción, tenemos que, la inteligencia artificial todavía no logra la “espontaneidad” que caracteriza a la vida. Para algunos autores expertos en neurociencias, los seres humanos operamos todo el tiempo en la vida práctica con “inferencias bayesianas” (Anil Seth. 2023), y este tipo de inferencia no ha sido replicado en la IA.

Conclusiones

A título personal, me siento profundamente conmovido por algunos poemas o por algunas novelas trágicas. Y al interactuar con la IA, observo una sofisticación en la programación, pero tal experiencia se encuentra lejos de despertar en mí un sentimiento trágico. No veo con buenos ojos la creciente popularidad de los diversos tipos de software inteligente disponibles en la actualidad. Retomando el ejemplo del soneto, un algoritmo (chat GPT) es al poema, lo que el soborno es a la constitución. Ésa sería la analogía más aproximada, no compremos gato por liebre.

Por otro lado, la creciente sofisticación de la IA nos obliga a revalorar esas actividades y esferas de la vida humana que no pueden ser reemplazadas por un computador, como la caridad, el heroísmo, la intuición artística o la conjetura científica y filosófica. 

Como toda cuestión relevante, el uso de las IAs también tiene su lado positivo, siempre y cuando dichos programas sean enfocados en la resolución de problemas relevantes; por ejemplo, en el desarrollo médico, o bien como un recurso pedagógico para investigar, programar o aprender otro idioma; entonces, la Inteligencia Artificial cumpliría una función benéfica para el género humano. 

Finalmente, tomando en cuenta la información con la que cuento, me es posible esbozar una tesis fatalista sobre la enajenación de la humanidad. Los seres humanos somos ávidos de deseos, y vivimos muy rápido; cada vez es más alarmante cómo crecen las cifras de adultos, jóvenes y niños que asisten a terapia psicológica; algo no marcha bien en nuestra sociedad frenética y consumista. Actualmente, presenciamos una escena en donde la gente carece de un “sentido claro de la vida”; espectáculo y farándula llenan los espacios comunicativos; estamos en una sociedad en donde celebridades (no sé si llamarles así) que exponen contenido para adultos, se venden como “pan caliente” y ganan más que las y los profesores o las y los médicos. 

Las personas crean cada vez una mayor dependencia a las redes sociales, caminan o conducen distraídas con el teléfono en la mano. De este modo, permítanme citar la “revelación” de San Juan, epígrafe de una obra de Sabato, que lamentablemente describe a la perfección nuestra dependencia a la tecnología: “Y tenían por rey al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abaddón, que significa el exterminador”.

Bibliografía:

Kant, I. (1781). Crítica de la razón pura. Trad. De Pedro Ribas. España. Editorial Taurus. (2014).  776 pp

Kant, I. (1788). Crítica de la razón práctica. Trad. De E. Miñana y Manuel García Morente, Madrid, espasacalpe, 1981 (2° edic).

Penrose, P. (1997): Lo grande, lo pequeño y la mente humana. Trad. De Javier García Sanz. Madrid, España.  Ediciones Akal. 152 pp. 

Prigogine. I. (1980): From Being to Becoming, W. H. Freeman and Co., San Francisco. 

Prigogine. I. (1983): ¿Tan sólo una ilusión? Barcelona. Tusquets. 336 pp. 

Sabato, E (1976): Abaddón, el exterminador. Barcelona. Austral editorial.  460 pp.

Seth, A. (2023): La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia. Trad. De Albino Santos Mosquera. México.  Sexto piso. 400 pp. 

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