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Reflexiones en torno al uso del agua en el baño. Sobre tirar el ancla y limpiar la maceta

Reflexiones en torno al uso del agua en el baño. Sobre tirar el ancla y limpiar la maceta

En nuestro hogar no hay otro lugar más raro que el baño. Y con baño me refiero a toda esa estructura, distribución y utensilios que se encargan de mantenernos seguros cuando tenemos que realizar nuestras actividades más fundamentales como especie. El baño, el W.C., el sanitario, el tocador, el trono, el confesionario, el lugar donde uno platica con Dios. Ese espacio diminuto o inmenso, que se adorna como otro cuarto, es la epítome de nuestra cultura. No es la bomba atómica, la exploración espacial o del mar profundo, las vacunas, la inteligencia artificial, tik tok, ni las estructuras antisismos. No. Todas esas cosas quedan reducidas a nada frente al gran toilet y la regadera. Las grandes mentes, el progreso, el desarrollo económico, la vida en la tierra, la parcial paz en el mundo, no serían posibles sin el espacio dedicado a tirar el pensamiento lejos de nosotros.

Lo raro del baño no es el acto de acudir a cubrir nuestras necesidades, sino todo lo que lo rodea. Existe demasiado lujo en todo lo que implica hacer del baño, que nada tiene que ver con hacer del baño: los azulejos, los espejos, el botiquín, los múltiples colores, los detalles futuristas, la pintura antihumedad, las plantas, los adornos de tela en las tazas o la regadera desmontable. 

Claro está que éste solo es un arquetipo de cómo o qué contiene un baño, porque las formas son múltiples y muy variadas. Hay baños más bellos que toda una casa y hay los que parecen un basurero por el desorden, la pintura opaca y la luz lúgubre, similar a una antorcha dentro de una cueva. Los baños públicos o el sanitario portátil son los peores. La voluntad de acudir a ellos es por necesidad más que por gusto. Entrar en esos sitios es como enfrentarse a un trauma del pasado; las circunstancias nos obligan y hay que atender el llamado con cierto temor. Principalmente, lo que nos preocupa en esos lugares es la higiene y la limpieza. Pero, ¿saben?, el riesgo está en todos lados. 

A pesar de su valor, el baño es un lugar de alto peligro, tanto de riesgos sanitarios como psicoemocionales. Son comunes las infecciones por el mal cuidado del baño: desde dejar una toalla a secar en su interior, lavar solo con agua y sin jabón, no cambiar frecuentemente los papeles de los botes y no dejar ventilar el espacio, hasta evitar el cloro en la taza y más. Adicionalmente, hay riesgos que sobrepasan nuestros sentidos y el cuidado por la limpieza. Un baño tapado es un paro cardiaco perpetuo, es un gerundio endemoniado, más si no es por causa nuestra. En esa situación, el cuerpo se paraliza, el corazón se acelera, las gotas de sudor se derraman por el cuello, los hemisferios del cerebro se debaten entre la razón y la fe a mil por hora, hasta que decidimos afrontar las adversidades y conceder RCP a la figura de porcelana, mientras nuestro rostro se pone rojo por el esfuerzo y el susto. Al terminar con la agonía del excusado y la de nosotros, no me dejarán mentir, no hay sonido que relaje más que escuchar el agua del retrete correr hasta los confines del universo.

Qué chingón el baño. Pero, pienso que el sanitario no es más que una comodidad ilusoria. Basta con salir a lugares menos concurridos, mirar otras culturas, o que nos falte un solo día el agua en nuestra colonia, para dejar a toda la civilización occidental por el piso. 

Los baños en provincia y en algunos rincones de la ciudad, son un hueco en la tierra o una letrina de madera con lonas y trapos cruzados; la taza es de piedra labrada y no de la porcelana que se corroe por el uso, y el papel higiénico es una sección amarilla o una libreta con apuntes viejos que se friccionan entre sí para volverse más suaves. Leí que los antiguos colonos de Norteamérica usaban mazorcas para su aseo, y que los griegos usaban piezas de cerámica (no pregunten cuáles); por ello, no creo que un pedazo de papel estraza sea tan mala idea en esos momentos de urgencia. 

En algunos lugares de Oriente, como la India o China, el baño no es una taza, sino una estructura plana a ras del suelo que te permite posicionarte en cuclillas. Nunca he utilizado uno de esos, pero pienso en la destreza y puntería de esas personas para atinar al gran blanco que está debajo de ellos. En otro extremo, en Japón el inodoro tiene funciones eléctricas y digitales, no bastándole le basta la fuerza física de la “S” invertida para eliminar los malos olores. Con solo apretar un botón, una pequeña manguera se asoma en el contorno de la taza para lanzar un chorro de agua limpia. Este artefacto es una variante del bidé: utensilio popular en el siglo XVIII entre los nobles franceses, altamente usado en Argentina en la actualidad, con el que te puedes limpiar a profundidad después de hacer tus necesidades. 

La gran ingeniería que está detrás del baño es lo que más me impresiona. En este ámbito, el toilet es solo la punta del iceberg del saneamiento humano. Las tuberías que componen el sistema de drenaje, conectadas a las redes de alcantarillado de la ciudad, se encargan de desalojar las aguas residuales que fluyen al jalar la palanca, al usar la regadera, al lavar los trastes, al regar el carro con la manguera, al tirar el cadáver de un pececito por la taza o al “desaparecer” el aceite o refresco restante por el lavabo; y asimismo se llevan el agua pluvial, de la lluvia, recolectada por las coladeras tapizadas de basura y objetos extraños. Esta agua recorre largos kilómetros hasta ser recolectada y tratada, para después regar Chapultepec y limpiar las calles. De un 100% del agua potable que se usa, solo se logra rescatar un 5%. El resto se vuelve historia.

El gran baño es todo un privilegio que desperdicia en exceso el agua. 

Una descarga del inodoro utiliza aproximadamente 16 litros, y cada persona hace esto unas siete veces al día. Adicionalmente, la cantidad de agua que se utiliza durante un regaderazo es de 100 litros por cada cinco minutos. Una pareja que toma un baño junta, si empiezan a jugar a las manoseadas, puede gastar hasta 100 días de consumo por persona durante solo diez minutos en el paraíso. Y aquí no se incluye el cálculo de los deprimidos que lloran bajo los chorros delgados de la regadera, ni el de los artistas que hacen sus conciertos privados a capella, mismos que pueden duplicar su tiempo en el baño. 

Este ensayo no es para espantar a los coetáneos sobre el uso del agua, tema principal en las agendas públicas del país; no obstante, un pajarito me dijo que: 

Del total del agua en la tierra, solo el 3% es dulce y solo el 0.5% es potable.

Algunas personas recurren a métodos curiosos, dudosos y hasta “espantosos” para hacer frente al baño devorador de agua: poner dos botellas de plástico llenas de arena dentro del tanque para usar menos agua, llenar cubetas para despejar las necesidades, bajar la palanca solo cuando los desechos son sólidos y espesos, usar agua de lluvia (en temporadas), dejar una cubeta vacía debajo de la regadera mientras el agua se calienta o bañarse a mentadas con una jícara vieja.  

Esta última forma de bañarse, los jicarazos, es otra brecha entre clases sociales, y es motivo inclusive de pena y discriminación para algunas personas. En algunos lugares del país, bañarse a mentadas (nombre que no necesita explicación, pero sí imaginación) es una realidad constante cuando el suministro de agua es pobre y nulo, cuando de la llave no sale ni el bufido del tubo opaco, cuando la infraestructura de una regadera puede ascender hasta los ocho mil quinientos pesos (sin contar la instalación previa de la cañería), cuando el agua es tan escasa que la gente se baña dentro de una cubeta ancha para reusarla al lavar el patio, etc. Mientras tanto, hay personas que dejan la regadera abierta para depurar el agua y entrar en calor, hasta que los poros del cuerpo se ablandan y el vapor inunda el baño en una neblina suave, así procediendo a humectar el rostro en conjunto con champús perfumados y música ambiental; un ritual que ocupa largos palmos de agua mientras el cuerpo se desprende del exceso de vello. Lo que algunas personas no entienden, es que flagelarse la espalda a jicarazos es más ecológico que usar platos de bambú o bolsas y vasos reutilizables en Starbucks

El baño es raro por todo su recorrido histórico para el desarrollo de la evacuación humana. El importante saneamiento de las ciudades, cuando dejó de vaciarse la bacinica por las calles, ayudó a prevenir un sinfín de enfermedades infecciosas: lo que se ha convertido actualmente en el manejo de toneladas de residuo que se generan diariamente y de las que no sabemos los mortales, pero sí los ingenieros, a dónde van a parar. Sin el baño estaríamos sumidos en una inestabilidad de salud constante. Pero justo allá donde la luz no llega, existen 4200 millones de personas en el mundo que no cuentan con acceso a las condiciones básicas para atender una reflexión en lo privado. Para algunos organismos internacionales, éste es un factor importante para que la gente pueda salir de la pobreza. 

Pero, ¿cuántos de nosotros estaremos dispuestos a renunciar a las comodidades que nos otorga un baño en la ciudad por todas las rarezas del cuidado del planeta? ¿Estaremos dispuestos a deshidratar nuestros desechos y arrojarlos al abono de nuestras plantas o llevarlos a un centro de acopio como si fuera fierro viejo? ¿Cuál será nuestra reacción cuando el agua tratada sea la única fuente disponible para beber o preparar nuestro alimento? ¿Sabemos cuál será nuestra actitud cuando del inodoro no salga agua por el jamás de los jamases y sea solo un pisapapeles con olor raro? Pero ahorita parece que todo esto poco importa; los japoneses hasta calefactor les ponen a los inodoros, mientras hay toilettes de oro en Dubai con papel higiénico laminado. Yo, de momento, iré a aprovechar mi privilegio, mientras atiendo una duda y despejo otras, hasta que los días se reduzcan a cero, y de fondo se escuche el sonido de las trompetas que llaman a otra guerra mundial por un mísero vaso de agua. 

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Diego Velázquez

"Diego Velázquez" (1997). Estudiante de Creación Literaria en la UACM y poeta sabatino.

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