
Interculturalidad y educación en el siglo XXI. El caso de Bogotá

Resumen
En la siguiente nota se exponen algunos ámbitos interculturales callejeros de la ciudad de Bogotá que no han sido considerados por la educación. En este contexto, se presenta la importancia del intercambio mercantil entre sujetos migrantes colombianos, específicamente un paisa urbano y un indígena misak. Estos sujetos y acciones son analizados a través de una metodología etnográfica. Asimismo, se exhiben categorías como: signos ideológicos, formas de habla, roles de los actores, jerarquías, desigualdades y relaciones de dominación, con las cuales se construye narrativamente la observación. El foco de atención se centra en cómo estos habitantes llevan a cabo un intercambio de saberes y una comunicación tanto verbal como no verbal, estableciendo un espacio antropológico de intercambios interculturales. De esta manera, se presentan datos que posicionan a la ciudad como un objeto receptor y expresivo de la interculturalidad, vinculándolos con la educación como una disciplina capaz de recoger y proyectar estos fenómenos. Finalmente, la información recopilada permite establecer que la intertextualidad no solo se manifiesta en contextos originarios y tradicionales, sino que la ciudad también constituye un escenario propicio para observarla y desarrollarla.
Bogotá: una sinfonía urbana incesante
En una mañana a bordo del Transmilenio, Bogotá se revela como un inmenso escaparate de diversidad y contraste. Entre la multitud, convergen historias económicas, sociales y culturales en un caos vibrante. Calles repletas de comercios y arquitecturas mixtas narran el paso del tiempo, mientras anuncios, megáfonos y gritos de oferta conforman una sinfonía urbana incesante.
El frenesí de la ciudad se refleja en cuerpos apresurados, en el tráfico saturado de la Avenida Caracas y en un aire cargado de carbono. Migrantes y locales intercambian palabras y mercancías en un vecindario multicultural, donde se ofrecen desde empanadas y tamales hasta tecnología y reliquias insólitas. Quirománticas, vendedores ambulantes y artistas callejeros completan un escenario que recuerda un mercado sin techo.
Bogotá, en su expansión incesante, es un mosaico de historias y desigualdades. Mientras se construye con cada nuevo encuentro, también revela profundas brechas sociales y la falta de políticas educativas que aborden su complejidad.
Bogotá acoge migraciones diversas clasificadas por edad, etnia y ocupación. En sus calles conviven jóvenes, ancianos, niños, campesinos, raizales, y una amplia gama de trabajadores, desde empleados domésticos hasta cargadores y mensajeros, reflejando desigualdades de género y racismo estructural. Las trabajadoras sexuales, por ejemplo, son ignoradas por la administración gubernamental, mientras que la inmigración femenina y la prostitución están estrechamente vinculadas a la marginalidad y discriminación. La administración desplaza a estos grupos a las periferias, salvo cuando son mercantilizados en zonas de altos ingresos o en industrias que requieren su labor, como es el caso de los repartidores a domicilio. Como señala Martín (2007), existe una estrategia de criminalización de las migraciones.
En este contexto, figuras de poder hegemónico ejercen presión sobre las minorías migrantes, provocando crisis de exclusión social y cultural. Estos grupos, relegados económica y socialmente, se ven obligados a preservar sus tradiciones y costumbres como una estrategia de resistencia en un entorno hostil. La interculturalidad se manifiesta entre este caos, aunque muchas de estas prácticas y dialectos pasan desapercibidos tanto para la academia como para las políticas públicas de la ciudad. Bogotá se presenta como un escenario vibrante donde convergen personajes diversos en un mosaico urbano. A través de su albedrío carnavalesco e insurgente, configurado por barrios marginados, argots y jergas, se establecen formas de intercambio sin generar conflictos migratorios. Por el contrario, estos grupos exhiben con orgullo sus identidades y memorias itinerantes, dispuestos a compartirlas con la riqueza cultural de la ciudad. Bienvenidos a la Bogotá intercultural, una ciudad que da voz a grupos e individuos inmersos en interacciones sociales, sustentando costumbres irreverentes y categóricas. Aquí, las actividades no se detienen, cada manifestación cultural se extiende y transforma los escenarios urbanos.
Es una urbe que observa y percibe estos encuentros, sumergida en un tejido de lógicas diversas, donde objetos, formas y personas llegan con la finalidad de sobrevivir, llevando consigo sus raíces. Estos elementos se ofrecen y reciben, generando aceptación mutua y contribuyendo al continuo trazado de múltiples registros socioculturales.
Paisa y Misak: encuentro de dos culturas
Es otro día en la ciudad y el bus de Transmilenio avanza por la Avenida Carrera 10.
De repente, frena bruscamente a la altura del bullicioso cruce con la Avenida Gonzalo Jiménez de Quesada, cuyo nombre rememora al fundador de esta ciudad. No puede seguir adelante. La ansiedad y la desesperación se reflejan en los rostros de los pasajeros cuando el vehículo permanece detenido. De pronto, un altavoz irrumpe con denuncias sociales: estudiantes, obreros y mujeres jóvenes, a pie, en motos y bicicletas, lanzan consignas contra el establecimiento. Exigen el cumplimiento de promesas gubernamentales en materia de educación, comercialización, industria cultural, vivienda de interés social y el fin de la represión policial, entre otros temas. La ciudad se convierte en un escenario de reclamos y demandas de justicia. La respuesta de las fuerzas del orden, muchas veces violenta, proviene de las autoridades locales y desencadena saqueos, confiscaciones de mercancías y una represión constante. La policía es vista como enemiga, y los dirigentes sindicales, en un acto de abandono, desaparecen y dejan desprotegidos a los comerciantes.
En medio de esta revuelta, San Victorino, un sector popular lleno de tiendas y mercancías, se mantiene en su dinámica incesante. Al oeste de las avenidas se desarrolla una escena que simboliza el encuentro de culturas migratorias e interculturales: un mercado vibrante, de toldos coloridos que evocan los antiguos tianguis mesoamericanos, despliega innumerables transacciones. En una esquina del lugar, dos hombres conversan. Sus vestimentas contrastan y narran historias distintas. Uno es paisa, con atuendo urbano: botas Dr. Martens color vino tinto, chaqueta de lana a cuadros verdes, jean desteñido y un sombrero de ala corta. El otro es un indígena misak, ataviado con su vestimenta tradicional: sombrero cónico tejido en cañabrava, sujeto con dos cuerdas bajo la barbilla; una ruana blanca con franjas horizontales color canela; falda ajustada a la cintura con un cordón, y una mochila colgada sobre el pecho. Un auténtico misak bilingüe, proveniente del suroeste colombiano, del departamento del Cauca. El intercambio entre ellos se da en palabras, gestos y miradas. Los cuerpos se convierten en acentos dentro de la escena comercial. Manos que entregan y reciben, billetes que circulan en el aire, rostros sudorosos iluminados por el tibio sol de la mañana, risas que van y vienen.
Se trata de un ritual cotidiano en estos espacios urbanos, un canje desafiante que sobresale en medio de un sistema económico estructurado. Aquí, los cálculos y las matemáticas conviven con un trueque de significados culturales. En este espacio de transacción y diálogo, hay reciprocidad. Se construye una imagen de bienestar mutuo desde diversas formas culturales, donde el respeto es un matiz constante. En esta interacción, hay argumentaciones, una charla, un flujo de pertenencias simbólicas que estampan una fotografía duradera del intercambio entre culturas. Este “diálogo de saberes” (De Sousa Santos, 2006; Mato, 2007) trasciende lo meramente económico e involucra dimensiones interculturales, interlingüísticas e interactorales. Como señala Dietz (2011, p. 46), esto obliga a la antropología académica a replantear sus fundamentos teóricos y metodológicos, aún dominados por enfoques monológicos y monolingües. Se manifiesta aquí una “interculturalidad espontánea”, no planificada ni politizada, sino guiada por el instinto, la emoción y la necesidad de supervivencia. Esta fluidez cultural circula en un vaivén de diversidad, identidad y glocalización, principios que dan forma y sentido a los encuentros interculturales en la ciudad.
Metodología y etnografía: actantes de la ciudad
La etnografía es una metodología de observación estructural que, a través de la escritura, captura la dinámica intercultural de la ciudad. Como señala Alvira (1983), este enfoque interpreta los hechos humanos desde su lenguaje y actores. Observar la ciudad implica adoptar una perspectiva interdisciplinar para reconocer sus fenómenos visibles e invisibles.
El Análisis Crítico del Discurso (ACD) complementa la etnografía al revelar las ideologías y jerarquías ocultas en los discursos urbanos (Olmos Alcaraz, 2015). Este enfoque permite identificar signos ideológicos, hablas, roles sociales y desigualdades, elementos clave en la interacción cultural y en las estructuras de dominación. Sin embargo, en ciertos espacios interculturales, las jerarquías pueden diluirse, desafiando las dinámicas de poder urbano y exponiendo una ciudad que, en muchos casos, sigue siendo racista y excluyente.
Desde una postura anticolonialista (Quijano, 2000), la etnografía se plantea como una herramienta crítica dentro del paradigma cualitativo, combinando enfoques analíticos y narrativos (Olmos Alcaraz, 2015). La escritura etnográfica, materializada en el diario de campo (Vásquez, 2019), permite registrar observaciones directas y reinterpretar la realidad social mediante una narración semiótica.
La semiótica, clave en la interpretación cultural, facilita la comprensión de los signos urbanos y su significado. En este contexto, la semántica aplicada a la ciudad atiende vocabularios culturales, normas, tradiciones, categorizaciones del mundo e identidades lingüísticas. Estos signos estructuran el relato urbano, evidenciando sus contradicciones y dinámicas.
El ACD y la etnografía, más que enfoques teóricos, son herramientas prácticas para generar microrrelatos críticos con implicaciones sociales y políticas (Olmos, 2015). Su combinación permite analizar la ciudad como un espacio de interacciones donde migrantes y locales configuran y transforman su identidad cultural.
La escena: texto, diálogo, lugar y glocalización
Un misak comercia con un paisa en el mercado bogotano. Ambos hablan variantes distintas del castellano: el paisa con su voceo, seseo, yeísmo y expresiones coloquiales; el misak con un tono sereno, dominado por vocales medias y consonantes fricativas. Su diálogo genera un texto de interentendimiento, donde cada uno demuestra su competencia lingüística y conocimiento de las estructuras de la lengua de contacto. Como indica Hymes (1976, en Halliday, 1994, p. 84), cada interlocutor posee una “capacidad comunicativa” que le permite discernir cuándo hablar, callar y qué código utilizar según el contexto.
El misak intercambia tejidos nasas y guambianos, correas de cuero ecuatoriano y frutas exóticas, mientras el paisa ofrece medicinas, jarabes y jabones. Su interacción configura un diseño de mercado intercultural que, más allá del intercambio mercantil, refleja un espacio de convergencia cultural y económica. Como señala Marc Augé (1992, p. 57), el “lugar antropológico” no solo asigna un sitio a quienes lo habitan, sino que también se convierte en principio de inteligibilidad para quien lo observa.
Este mercado, inmerso en la estructura urbana de la ciudad, es un espacio donde lo tradicional y lo moderno se entrelazan (Augé, 1992, p. 19). El paisa y el misak, en su migración, traen consigo sus historias, necesidades y formas de resistencia. Su presencia transforma la ciudad, que, aunque los acoge con dificultad, se nutre de su diversidad. En este escenario, los signos urbanos, desde grafitis hasta letreros comerciales, se entremezclan con gestos y expresiones que, según Magli (2012, pp. 48-49), constituyen una comunicación múltiple donde lo verbal y lo no verbal construyen capas de significado.
La interacción entre estos comerciantes encarna el principio de glocalización: pensar globalmente y actuar localmente (Ochoa, 2020). Esta dinámica desafía la lógica de la interculturalidad hegemónica, pues aquí no hay imposición, sino un balance armónico de respeto mutuo. Como señala Mignolo (2003, p. xv), las tradiciones operan como ensamblajes de actos de habla y memoria, configurando identidades en espacios fronterizos.
Este intercambio, además de mercantil, es educativo: revela modos de negociación, valores y etnomatemáticas que la educación intercultural podría integrar. Sin embargo, estas prácticas informales suelen ser invisibles para las políticas urbanas. Como menciona Jurado (1982, p. 44), la pedagogización de la ciudad requiere reconocer y legitimar estas dinámicas para fortalecer procesos educativos más inclusivos y representativos de la diversidad cultural urbana.
Diálogo de saberes para la interculturalidad educativa
El intercambio mercantil en San Victorino evidencia un acto intercultural donde la observación colectiva legitima la transacción como un equilibrio de saberes y bienes. Este proceso no establece jerarquías culturales, sino un engranaje donde el conocimiento y la necesidad convergen. La interculturalidad en este contexto implica empatía, inclusión, respeto mutuo y pluralismo sociocultural, promoviendo igualdad, variantes lingüísticas y reconocimiento de la diversidad. Como señala Latorre (2006, p. 205):
(…) si no se educa en el aula para la tolerancia y el respeto, surge la marginación, la agresión y la violencia.
Pitre (2018) destaca que la educación intercultural permite analizar y construir el mundo sígnico en el que se desarrolla la práctica pedagógica. UNESCO (2010) refuerza esta idea afirmando que la educación intercultural busca “propiciar la instauración del conocimiento mutuo, el respeto y el diálogo entre los diferentes grupos culturales”. Según Pitre (2018, p. 60), este diálogo se fundamenta en principios como la complementariedad, diversidad lingüística y consenso. Aguado (2004, pp. 144-145) resalta que esta práctica debe ubicar las diferencias culturales como ejes de reflexión y enriquecimiento educativo.
Conclusiones
La interculturalidad es un proceso cultural, educativo, social y económico que debe integrarse en las disciplinas contemporáneas, especialmente en educación y política. Su incorporación permite vincular poblaciones diversas y generar cambios significativos. La educación debe asumirla como complemento en la formación docente, articulándola con fenómenos urbanos y migratorios para fortalecer competencias comunicativas. La educación intercultural se configura así como un eje humanista y científico que favorece la inclusión, la equidad y la comprensión de la diversidad en contextos educativos y urbanos.
Bibliografía
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- 14. Walter Mignolo. (2015). La comunidad, entre el lenguaje y el territorio. En: Rev. colomb. soc., Volumen 38, Número 2, p. 167-182, 2015. ISSN electrónico 2256-5485. ISSN impreso 0120-159X. https://doi.org/10.15446/rcs.v38n2.54887
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Jesús Ma PP