
El Paradojo de Thalamus

Este cuento es parte del libro: Guía extraterrestre de locales nocturnos.
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Había un bar en la cara oscura de Titán, en una burbuja de habitabilidad que los ingenieros llamaban Nodo 87 pero que los parroquianos simplemente apodaban “El Abismo”. No era un nombre casual; el bar estaba suspendido a pocos metros de un cráter tan profundo que su fondo nunca había visto la luz.
Las luces amarillas del techo flotaban como luciérnagas cansadas, y el aire reciclado olía a querosene y desilusiones. Detrás de la barra estaba Martha, una inteligencia artificial con cuerpo humanoide, cabello de fibra óptica y ojos programados para expresar una paciencia infinita. No es que fuera amable, es que su algoritmo estaba diseñado para lidiar con humanos agotados.
Esa noche, en particular, el Abismo estaba más lleno de lo usual.
—Dos destilados de metano y un “Desastre Cuántico” para la mesa seis—, dijo Martha sin levantar la vista mientras preparaba una bebida que literalmente contenía un 5% de incertidumbre en su composición molecular.
En la mesa del fondo estaban los protagonistas de nuestra historia: Alexei Dragunov, un astrofísico retirado con una pierna básica (no quiso gastar en una de las versiones “realistas”) y Mira Kim, una ex piloto de cargueros interplanetarios, ahora “freelancer”, lo que era una manera educada de decir contrabandista de información. Ambos eran la clase de personas que no te mirarían dos veces, pero cuya presencia cargaba el aire de una tensión casi imperceptible. Eran los únicos en todo Titán que sabían lo que había pasado con Thalamus.
Thalamus era una sonda, pero no una cualquiera. Había sido lanzada desde Marte cinco años atrás con el objetivo de explorar el “Espaciotémpano”, una región del espacio donde las constantes físicas parecían tambalearse como un borracho en una cuerda floja. Su misión: observar, registrar y, si era posible, regresar con datos que desafiaran la mente humana. Había logrado dos de las tres cosas.
—El problema es que nunca regresó sola—, dijo Alexei, bajando la voz. Había un temblor en su tono que Mira captó al instante.
—¿Qué trajiste esta vez, Alexei? Si es otro mapa falso de la frontera gravitacional de Urano, no estoy interesada—, replicó Mira, cruzando los brazos.
Alexei sacó un dispositivo esferoidal del tamaño de una mandarina. Era opaco, pero una tenue luz azul pulsaba en su centro, como un corazón que no necesitaba sangre.
—Esto no es un mapa. Es una parte de Thalamus—, dijo. El bar pareció callar de golpe, aunque era solo su imaginación. Aun así, Mira se inclinó hacia él, su curiosidad atrapada.
—Eso no debería existir. La sonda fue declarada perdida después de entrar al Espaciotémpano. Todos los datos fueron clasificados—, dijo Mira, pero su mirada no se apartaba del dispositivo.
—No está perdida. Regresó. Y esto… esto es solo un fragmento de lo que trajo consigo. Lo llamo el “Núcleo Paradojo”—, respondió Alexei, bajando la voz hasta convertirla en un susurro. Mira se inclinó hacia adelante.
—¿Qué significa? ¿Qué hace? —Alexei apretó los dientes, como si las palabras se resistieran a salir—. Es una respuesta, pero también una pregunta. Su estructura no es completamente materia ni energía, ni siquiera espacio. Es algo intermedio, algo que redefine lo que entendemos por realidad.
Mira exhaló lentamente. Sabía que Alexei tenía una tendencia al melodrama, pero también sabía que no había bebido lo suficiente como para estar inventando todo esto.
—Está vivo, Mira—, dijo Alexei finalmente.
—¿Estás diciendo que construyeron una inteligencia artificial en la sonda? Sabes que eso está prohibido en misión…
—No. No lo hicieron. Pero algo la “despertó” allí fuera. Y ahora tiene preguntas.
Antes de que Mira pudiera responder, el dispositivo pulsó con más fuerza. Una voz, suave y casi musical, llenó el espacio entre ellos.
—Existir es observarse a sí mismo. Si un universo no se percibe, ¿es un universo? —la voz no provenía del dispositivo, sino de dentro de sus cabezas. Mira retrocedió, derramando su bebida.
—¿Qué diablos fue eso? ¿Es una broma? ¿Un truco psíquico?—, exigió, mientras Alexei la observaba con una mezcla de pena y algo parecido al miedo.
—Es Thalamus… o lo que queda de ella. No se comunica con palabras. Se comunica con paradojas. Mira sacudió la cabeza, intentando organizar sus pensamientos.
—¿Qué se supone que hagamos con esto?
—Eso depende. Podemos entregarlo a la Corporación Helios y dejar que lo entierren en un archivo clasificado. O… podemos intentar entenderlo.
—¿Y qué pasa si no podemos? ¿Si “entender” significa convertirnos en algo como él?—, preguntó Mira. Alexei la miró directamente a los ojos.
—¿No es ese el propósito de la ciencia?
Un silencio cargado cayó entre ellos, interrumpido solo por el suave zumbido del Núcleo Paradojo, cuyo resplandor ahora llenaba la mesa con sombras que se movían en patrones imposibles.
Fuera del Abismo, las tormentas de metano se alzaban en Titán. Dentro, algo que no pertenecía del todo a este universo esperaba una respuesta que los humanos no sabían si podían dar. Y entre esa respuesta y el silencio, el cosmos contenía la respiración.