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Análisis de la película «La última cena» (1976), de Tomás Gutiérrez Alea; joya del cine cubano, sobre la dialéctica amo-esclavo

Análisis de la película «La última cena» (1976), de Tomás Gutiérrez Alea; joya del cine cubano, sobre la dialéctica amo-esclavo

Introducción

Este ensayo de análisis cinematográfico toma como objeto de estudio una de las películas de culto del nuevo cine cubano de los años setenta: La última cena, de Tomás Gutiérrez Alea. El enfoque de análisis es hipertextual, buscando las referencias culturales más importantes a las que responde el director de la obra en tanto que deconstrucción cinematográfica. Para dicho fin, son estudiados tres elementos fundamentales desde los cuales Tomás Gutiérrez Alea construye una narrativa fílmica decolonial:

1. Por un lado, se observa cómo La última cena trabaja el fenómeno sociopolítico y económico de la esclavitud del pueblo negro en el contexto histórico y geográfico cubano del siglo XVIII. La película resalta prácticas de dominación basadas en la dialéctica amo-esclavo, las cuales se nos presentan desde la imagen, el sonido y los diálogos, situándonos en territorio latinoamericano.

2. Asimismo, se toman en cuenta las referencias culturales más importantes que Gutiérrez Alea emplea en esta obra cinematográfica. Se observa, por ejemplo, la fuerte influencia de la pintura italiana del Renacimiento, específicamente a través de la obra magna de Leonardo da Vinci también conocida como La última cena. Dicha pintura influye tanto en los contenidos como en el uso de la cámara, generando planos y fotografía basados precisamente en ella.

3. Finalmente, se analiza también la referencia teológica en esta película, por ser un elemento clave para una crítica al eurocentrismo y a la colonización del pueblo tanto africano como indígena. Así, se hace un análisis de contenidos simbólicos –y del cine cual espejo especulativo de reflexión crítica– considerando los elementos más importantes de la obra en tanto que lenguaje cinematográfico.

Cuba como contexto histórico colonial

Nacido en La Habana, el director Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) es considerado uno de los cineastas más representativos del nuevo cine cubano. Su perspectiva crítica se distingue por la influencia del cine neorrealista italiano y por considerar la producción cinematográfica como un instrumento para la transformación político-social. Este tipo de práctica fílmica lo convirtió en uno de los representantes más importantes del nuevo cine latinoamericano en los años sesenta y setenta.

Dicha práctica cinematográfica de carácter crítico, hace uso de una metodología específica en la que se presenta a los espectadores el análisis de un problema actual dentro del cuerpo social, con la esperanza de concientizar al público sobre el tema y así lograr que salgan del teatro dispuestos a convertirse en actores para la transformación social. En La última cena, Gutiérrez Alea trabaja de manera inteligente y feroz las dinámicas históricas de dominación entre el opresor y los oprimidos, abordando el fenómeno específico de la esclavitud: fenómeno que aún en la actualidad requiere ser analizado, ya que dichas prácticas se han sostenido de manera compleja en el capitalismo tardío y la guerra geopolítica entre las potencias mundiales de nuestro tiempo, afectando a pueblos periféricos y también a sujetos racializados en dichos contextos.

Cuba es uno de los países latinoamericanos donde la presencia negra es visible, formando parte esencial de su herencia cultural. La identidad negra nos remonta a la época colonial, en la que esclavos africanos fueron transportados en barcos –en condiciones deplorables– a territorios como Cuba, México y Brasil. La historia de la presencia negra en Latinoamérica está marcada por un inconmensurable racismo y abuso de poder. La brutalidad histórica del hombre blanco europeo hacia otros seres humanos como los negros se basa en la idea de que son seres salvajes sin racionalidad o meros objetos de trabajo.[1] Esta categorización se extiende también a los indígenas o nativos. Ser indio o negro, o peor aún, mujer india o negra, es lo más bajo en la categorización jerárquica y ontológica hegemónica y eurocentrista. Dicha jerarquización racial es una construcción creada por la teología, la filosofía y los discursos científicos, desde la filosofía griega, el Renacimiento y la Modernidad.[2]

Recordemos el año 1492 en el siglo XV, cuando el explorador Cristóbal Colón llegó a las Américas tras viajar equivocadamente bajo la idea de “haber encontrado una parte de Asia.”[3] Un viaje patrocinado por los reyes de España. Este encuentro transcontinental marcó de manera tácita el futuro de los pueblos nativos y del pueblo africano en el Nuevo Continente; todos ellos subyugados por el pueblo europeo. El indio y el africano siempre han pertenecido al terreno de la otredad. Ese «otro» no blanco es considerado lo «monstruoso», lo «irracional» y lo «salvaje», así reducido a su animalidad y su fuerza de trabajo, sin ningún tipo de derecho como ser humano.

Alemania, Francia, España, Holanda, Portugal e Inglaterra son territorios con historias de gran violencia hacia las comunidades originales negras e indígenas en territorios como África, América Latina, Australia, Estados Unidos, Canadá y Nueva Zelanda. Una y otra vez, un grupo de blancos europeos ha llegado a un territorio lejano buscando una tierra prometida. Al encontrarse con la gente nativa, ésta sería sometida y el poder del hombre blanco –con sus armas de fuego, sus enfermedades y su visión religiosa– se impondría hasta lograr una dominación total.[4] Desde la Colonia, Latinoamérica ha sido sistemáticamente programada para reproducir prácticas de racismo y brutalidad basadas en la racionalización de sus pueblos.

La periodista y novelista nigeriana Adaobi Tricia Nwaubani relata que uno de sus ancestros se dedicaba a vender esclavos.[5] Dicho «trabajo» consistía en proporcionar nuevos seres humanos a las personas blancas con poder y necesidad de mano de obra barata. Nwaubani reconoce que su bisabuelo fue un hombre de negocios del grupo étnico igbo del sureste de Nigeria que operaba como vendedor de tabaco y derivados de la palma. También: “tenía agentes que capturaban esclavos de diferentes lugares y se los llevaban a él.”[6]

El fenómeno de la venta de esclavos negros tiene un número concreto; según la BBC, más de 1,5 millones de africanos fueron enviados al Nuevo Mundo a través del puerto de Calabar en el golfo de Bonny, uno de los mayores puertos de salida en la época de la esclavitud. Cuba es uno de los territorios a los que se transportaron esclavos negros, ya que: “Cuba aparece como el mundo tropical dulce, saturado por el azúcar en todos los niveles.” (Puig-Samper 2022: 424). Cuba ha sido la tierra a dónde ir. Su azúcar es el oro negro para extracción y ganancias del hombre blanco.

La pintura italiana y el mito teológico del salvador

Una de las influencias más predominantes en la práctica cinematográfica de Gutiérrez Alea es la cultura italiana. Dicha influencia se funde con el comunismo crítico cubano, que el director mantiene en su producción fílmica a pesar de un desencanto histórico. Gutiérrez Alea estudió cine en Roma, Italia, de 1951 a 1953. Sus estudios cinematográficos en el contexto italiano y su perspectiva cubana con ideales de justicia social lo llevaron a dominar tanto el lenguaje cinematográfico como los contenidos de una manera específica. En la producción de su ópera prima anticolonialista internacionalmente conocida como La última cena, el director cubano emplea referencias culturales de manera hipertextual elaborando un argumento crítico sobre la dialéctica amo-esclavo, en el que presenta narrativas religiosas dominantes desde la colonización.

Gutiérrez Alea juega de manera brillante e inteligible con una escena teológica específica que simula a través del cine, llevándola al contexto cubano de la época colonial. Se trata de uno de los momentos más solemnes en la historia religiosa católica europea, exportado al imaginario colectivo en Latinoamérica: la última cena bíblica. El director cubano construye su argumento alrededor de dicha escena, haciendo una deconstrucción cinematográfica. Se trata de un argumento fílmico que funciona como un espejo mediante el cual sumerge al espectador en las fuertes contradicciones éticas de la fe cristiana, desde la situación concreta de un opresor europeo: el conde de Casa Bayona. Con este personaje, Gutiérrez Alea construye un argumento a favor de la humanización de los esclavos negros, mediante los cuales se nos presenta la colonialista mentira, falacia y manipulación de la fe cristiana, la cual es cuestionada por el esclavo Sebastián y el ingeniero encargado de modernizar la producción azucarera.

La referencia visual más importante para este argumento cinematográfico la encontramos en la pintura italiana: Il Cenacolo,[7] plasmada como mural icónico por Leonardo da Vinci en el convento de Santa María de la Gracia, en Milán, Italia. Dicha pintura mural fue elaborada para el duque Ludovico Sforza entre 1495 y 1498 como encargo pictórico, mismo que a la postre ha destacado por romper con la pintura en sentido tradicional conocida como fresco. Da Vinci presentó en lugar de un fresco un mural al temple y óleo que muestra uno de los momentos bíblicos más importantes, en el que Cristo se reúne con sus discípulos un día antes de su crucifixión a manos del imperio romano. Escena tanto canónica como hegemónica en la cultura cristiana europea y latinoamericana. En la pintura mural de Da Vinci, Jesús es situado en el centro como sujeto clave en compañía de sus doce discípulos repartidos en una mesa larga a su derecha e izquierda. Cristo es el centro de la historia debido a su posición teológica como hijo de Dios enviado para salvar a la humanidad de sus pecados a través de su muerte seguida por una milagrosa resurrección. Según el Nuevo Testamento, Jesús es el salvador no sólo del pueblo judío, sino de toda la humanidad. Su labor primordial es precisamente esa: salvar a los seres humanos condenados por el pecado original.

La última cena - Gutiérrez Alea 5

Dicha escena, desde la teología católica-cristiana, es el momento crucial en el que Jesús instituye la Eucaristía, anticipando su sacrificio en la cruz, el cual acontece como un gran espectáculo social. Cabe mencionar que esta escena de sacrificio en la cruz se repite mil y una veces en contextos tanto latinoamericanos como españoles, siendo conocida como la Semana Santa.[8] Esta escena no sólo ha acompañado al imaginario cultural europeo desde hace siglos, sino que también se transportó a Latinoamérica a través de sus colonias, marcando prácticas sociales y económicas basadas en creencias religiosas eurocentristas las cuales representan –y racializan– las figuras bíblicas en su mayoría como blancas.[9]

El miedo a la libertad de los negros después de la revuelta histórica en Haití

El director Tomás Gutiérrez Alea sitúa la trama en un momento histórico concreto en Cuba, poco después de la revuelta de los esclavos en Haití que tuvo lugar en 1795.  Este suceso marcaría el inicio del comercio del azúcar en Cuba, un país en el que la producción y distribución de tal producto se convirtió en un gran negocio para el colonizador europeo, quien al aumentar la materia prima tuvo que adquirir mayor mano de obra para su explotación. La mejor mano de obra eran los esclavos africanos, quienes, según la experiencia en Haití, podrían rebelarse. El amo blanco tenía miedo de que el esclavo negro se sublevara. Esta ansiedad del amo es un momento fundamental en la narrativa. La última cena es una alegoría sobre el miedo a la emancipación del esclavo usando una serie de capas textuales y contenido que se van develando a lo largo del telos cinematográfico.

El personaje principal de la película es el conde de Casa Bayona, un europeo que ocupa el centro de la narración como sujeto de absoluto poder con una doble función: mostrar su conflicto interno como opresor y la realidad material del esclavo negro. Asimismo, este personaje será clave para llevar a cabo un movimiento dialéctico en el que el esclavo –un sujeto esclavizado históricamente que no se ve más que como fuerza de trabajo para su explotación– pasa de ser un sujeto irracional a convertirse en un sujeto racional con humanidad y cultura propia.

El conde es el propietario de una rica hacienda azucarera típica de la era colonial del siglo XVIII, donde se nos presenta acompañado de tres personajes clave en el argumento. Por un lado, el sacerdote local que llega a La Habana con la misión de convertir a los esclavos a la fe cristiana. Esta figura teológica nunca falta en contextos colonizados. La primera frase pronunciada por el cura en la trama puntualiza que es muy difícil «hacerles entender la cultura cristiana a estos negros»[10].

Por otro lado, se nos presenta al mayoral: un sujeto negro que actúa como mano derecha del conde de Casa Bayona. Este personaje, cruel y vigilante, se encarga de regular a los esclavos para evitar revueltas o fugas que afecten a su amo. Gutiérrez Alea muestra a tal figura como un fenómeno fundamental dentro de las prácticas de dominación colonial. En tanto que mayoral, Manuel es expuesto por el director como el perro bulldog y protector del amo europeo. Perteneciente a la raza negra, Manuel realiza sus funciones con gran crueldad hacia los esclavos de su mismo rango, manteniendo y reproduciendo la relación amo-esclavo practicada y exigida por su amo. Este fenómeno de cooperación de ciertos esclavos con el poder dominante europeo es inherente a la colonización, y es incluído en la trama como tema de reflexión histórica. La posición activa de ciertos esclavos negros en la dominación de ese «otro» negro plantea el problema de la meritocracia, entendida aquí como mérito individual para lograr un mejor estatus basado en la lealtad hacia la clase en el poder. Manuel es un esclavo elegido que coopera con el colonizador para mantener su estatus de mayoral, mostrándonos cómo un esclavo lograba ciertos privilegios a través de la opresión de su propio pueblo.

El tercero de los personajes clave mencionados es el ingeniero Don Gaspar, que se encarga de modernizar los medios de producción. Dicho sujeto funge como una voz que cuestiona sutilmente desde su conocimiento las prácticas religiosas del sacerdote y de la Iglesia en general. Esta figura representa lo racional y coherente. El ingeniero, al modernizar los medios de producción y con ello elevar la cantidad de azúcar, declara que cuanto mayor sea la producción, más caña se necesitará y, por tanto, más negros. Una situación que eleva el potencial de una sublevación. En una escena en la que le muestra al conde sus nuevos métodos de producción, dice: «Llegará el momento en el que habrá más negros que blancos»[11]. Este instante en la trama es apoyado de manera dramática con música que evoca alarma y miedo.[12] A ello, el conde responde: «No se preocupe, Monsieur Leclerc. Aquí sabemos cómo tratar a los negros»[13]. Posteriormente se nos muestra al personaje Sebastián por primera vez: un esclavo negro, quien intenta escapar a su destino por tercera ocasión pero que es detenido y traído frente a su amo. Como castigo, el mayoral Manuel le corta la oreja mientras está en el piso atado de las manos. La oreja del esclavo es aventada al suelo y los perros cuidadores se la comen ferozmente frente al conde. Después de su arresto, es golpeado despiadadamente por el mayoral sin que el Conde se entere. Esta situación de violencia desmedida inicia en el conde la necesidad de redención.

La última cena - Gutiérrez Alea 4

Del mismo modo, esta escena abre una parte importante de la narrativa en la que el director confronta al espectador con lo que se dice y con su significación en la materialidad del esclavo negro. Saber tratar a los esclavos significa violentarlos, castigarlos y oprimirlos desde lo religioso, económico, sociopolítico y corporal. La correlación lingüística entre palabra y significado será una constante en la narrativa de la película. Este método que consiste en exponer la coherencia o falta de la misma en el discurso del amo en tanto que diálogo, develará la realidad del esclavo, así como también las contradicciones moralinas de su amo. A través de la significación y la disonancia entre significados, Gutiérrez Alea plantea su argumento crítico.

La última cena entre los elegidos y el conde

Tras el incidente con el rebelde que intentó escapar, el conde de Casa Bayona decide que el mayoral escoja para él a doce esclavos, incluido Sebastián, el esclavo sin oreja. Es Jueves Santo y, como amo religioso, el conde decide organizar una cena de Pascua como lo hizo Cristo. A partir de este momento, se nos plantean de manera constante las grandes contradicciones del discurso religioso. Mientras se nos lanzan discursos desde la teología católica, en tanto que monólogos que hablan del amor de Dios y de la justicia desde el amor por el otro, se nos presenta al mismo tiempo la situación del esclavo como contraste. Esta disonancia plantea el argumento fundamental de la película: el cristianismo católico es colonialista y ha negado históricamente al pueblo negro, presentándolo como un «otro» deshumanizado. El discursoreligioso en contextos colonizados ha funcionado como instrumento de opresión y violencia, y no como discurso ético y mucho menos de justicia, empatía o amor por el otro. Las prácticas culturales de los negros esclavos fueron completamente negadas. De hecho, se ha considerado a los negros como sucios, sujetos dominados por sus impulsos sexuales, idólatras, violentos y, además, irracionales. El negro es el demonio. Así se ha representado su identidad desde la religión católica en tanto que discurso eurocéntrico.

La última cena o día sacro de la simulación

El Jueves Santo es el día en el que, como acto de fe, el conde representa a Jesucristo en la última cena, ese gran evento canónico. Este día el amo decide que el mayoral escoja a doce esclavos que han de acompañarlo a la mesa, incluyendo al rebelde Sebastián. El día transcurre con momentos simbólicos observados por el cuerpo social local. Esto empieza con el conde lavando y besando los pies de sus esclavos, tal y como lo hizo Cristo con sus discípulos.

En este primer acto, observamos al caporal, al sacerdote y a la comunidad mostrando gran asombro, ya que el conde representa literalmente los actos de fe realizados por Cristo según la Biblia durante la Semana Santa. Así, el conde lava y besa los pies de cada uno de los doce esclavos. Esos pies negros le producen asco. Un asco que se nos presenta también de forma constante. El conde pretende limpiar sus pecados como opresor y hombre de fe. Esto denota el narcisismo e individualismo característicos de una cultura occidental en su forma más conservadora e hipócrita.[14]

Las intenciones del conde son meramente personales y se ven afectadas por un conflicto moral. Se trata de un conflicto interno de culpa por demás consciente que lleva al conde a organizar esa cena para su salvación y para mostrar su gran bondad. De esta manera, el conde trata de representarse a sí mismo como sujeto ético. Sin embargo, esta representación terminará mostrándolo como una realidad histórica marcada meramente por la dominación y la negación de la otredad.[15]

El conde, sentado en el centro de la mesa preparada como un lujoso banquete, declara que él es como Jesucristo y que los discípulos eran los esclavos de Jesús. Dicha declaración es una interpretación errónea que se nos presenta como una tergiversación teológica, una práctica típica del colonizador. A lo largo de una escena de 49 minutos, Gutiérrez Alea muestra la personalidad de los esclavos, quienes interpretan simbólicamente el papel de apóstoles. Dicha escena cuestiona la representación del esclavo construida por los discursos históricos del amo colonizador y de Occidente en general, mostrándonos la tergiversación histórica de la representación de los negros. Asimismo, el director nos muestra las profundas contradicciones en la personalidad compleja del conde, que se mueve entre la desconfianza y la credulidad, mediante primeros planos que nos acercan a él y a los esclavos.

La última cena - Gutiérrez Alea 3

En la cena se presenta un diálogo entre ellos, y también hay monólogos. Se trata del encuentro entre dos mundos, en el que se le da voz al esclavo. A través de este diálogo, construido de manera inteligente y crítica, Gutiérrez Alea realiza un movimiento dialéctico. Por un lado, se nos muestra la doble moral del amo y, por el otro, la humanización del esclavo con cultura y pensamiento propios. Asimismo, vemos un juego entre la verdad y el discurso retórico que termina en la afirmación del esclavo.

Código moral de la teología católica

El mito bíblico narra que Jesús tomó pan y vino diciendo que eran su cuerpo y su sangre y que los compartía con sus doce discípulos en un acto de redención. Tal redención es la acción de ser liberado de una situación de esclavitud, pecado o condena a través de un acto magnífico de rescate. La teología católica plantea que todos los seres humanos están sujetos a una situación inherente de pecado original desde que Eva comió del fruto del conocimiento cancelando así la situación de paraíso para entrar al mundo moral del bien y del mal. Asimismo, se plantea la existencia de un mesías que puede salvar a través del sacrificio. La idea de sacrificio es clave como línea de relato para la dominación.

En una escena, el conde de la casa de Bayona se hunde en el tema del sacrificio. Rodeado de sus doce esclavos, explica que la perfecta felicidad significa para el esclavo soportar todo dolor y maltrato, así como su total sumisión hacia el amo blanco. El negro es resiliente y físicamente más fuerte porque Dios así lo ha determinado. El negro tiene la gran capacidad de aguantar el dolor. Este es un castigo divino, declara el conde a sus esclavos. A cada sujeto le toca un papel. Unos son amos y otros esclavos. El  rol que le toca a cada quien se debe acatar. Dios castiga al más fuerte dándole su recompensa en el cielo después de morir. En el paraíso, afirma el conde, no hay amos ni esclavos, ni mayoral violento y castigador. Esta es la fe cristiana que nos muestra Gutiérrez Alea desde la materialidad del esclavo. Un relato que el rebelde esclavo Sebastián cuestiona cara a cara con el conde despierto y después adormecido por el alcohol. Sebastián declara en la pantalla cinematográfica que el sacrificio es la gran mentira predicada al pueblo negro esclavizado.

Cada uno de estos elementos teológicos ha construido históricamente el cuerpo ético y moral de las sociedades europeas y latinoamericanas. Gutiérrez Alea reflexiona precisamente sobre este código moral marcando la diferencia entre dos cosmovisiones que interactúan desde la violencia y la dominación europea, acompañando tal interacción con música religiosa típica de la época, marcada por el uso de órganos musicales, en contraste con cantos negros africanos en directo. El director contrasta a través de la música en la cena, la cultura del espíritu y opresión versus la cultura de la libertad y del cuerpo.

Del mismo modo, se cuestiona tajantemente la humanidad del amo desde el punto de vista ético. Dicho movimiento se lleva a cabo a través de la construcción de una mise en abyme, entendida como instrumento narrativo en el que se presentan diferentes capas de significación al espectador como crítica social a través de un argumento que opera como un espejo de reflexiones ad infinitum en la historia del pueblo negro.

Si bien la doctrina católica plantea ideas de caridad y misericordia, el diálogo y la imagen nos confrontan con prácticas de violencia y dominación. Se trata, pues, de un argumento que enfrenta a la Iglesia católica con la coherencia moral de los hechos históricos coloniales. Esa disonancia entre lo que se predica y lo que en realidad sucede. El contraste y la contradicción entre la palabra y su significación como realidad material, son abismales. El pueblo negro de Cuba, como muchos otros pueblos de esclavos negros en Latinoamérica, es un ejemplo palpable de dicha disonancia histórica, la cual es imposible negar.

Cabe decir que el director también nos presenta la inocencia de los negros, quienes, habiendo creído que la última cena era un acto de fe y compasión honesto por parte de su amo, el cual les promete descanso al día siguiente, al cabo se dan cuenta de que la promesa no se cumple. Dicha promesa no se realiza, incluyendo la libertad del esclavo más viejo llamado Pascual[16], ya que el conde hace promesas desde la borrachera. Además, al día siguiente el mayoral no le cree a los esclavos sus relatos sobre la gran bondad del amo durante la cena. Este momento de desilusión los lleva a tomar conciencia sociopolítica y a rebelarse por su libertad. Los esclavos no planeaban amotinarse hasta que el mayoral continúa con los abusos, rompiendo la promesa del conde. Los hechos se tornan violentos. Se llega a tal grado de violencia que no queda otra alternativa que la sublimación, seguida por la persecución y el asesinato de los esclavos.

La última cena - Gutiérrez Alea 2

El relato de la última cena es reconstruido por el director cubano dando un giropor demás inesperado y provocador. Si bien podríamos pensar que el personaje principal, el conde europeo, blanco y rico, hace el papel de Jesucristo, la película nos sorprende al mostrarnos al violento mayoral, el gato negro del conde, como el mártir sacrificado y muerto a quien se le honrará construyéndole una iglesia en el lugar donde es asesinado por sus contemporáneos negros después de un gran acto de traición. En el lugar del asesinato se colocan las cabezas de los once esclavos asesinados clavadas en palos, quedando expuestas al mundo como prueba de la brutalidad de la fe cristiana. Sebastián, el esclavo que habla sobre la verdad y devela la gran mentira en los relatos sostenidos por el amo en la cena, será el único esclavo sobreviviente de la masacre, habiendo logrado huir sin ser capturado. Esta figura representa la resiliencia e inteligencia crítica de los esclavos negros que persistieron en su intento emancipatorio. Esclavos como él hicieron posible lo que parecía imposible: la abolición de la esclavitud en su territorio.

Conclusión

La última cena es una obra cinematográfica de gran importancia histórica para los discursos decoloniales contemporáneos. Latinoamérica tiene una gran presencia negra desde que los colonizadores transportaron esclavos africanos a la región. Gutiérrez Alea trabaja el tema de la identidad y representación negra en el contexto cubano desde la deconstrucción e hipertextualidad fílmica. El negro ha sido representado como «otredad», estigmatizado por el lente occidental. Walter Benjamin fue uno de los primeros filósofos en darse cuenta de que el cine puede ser una herramienta fundamental para la emancipación social (Benjamin, 2012). A través de la cámara y del pensamiento crítico, es posible dar voz a los oprimidos e incluso dejar que los propios oprimidos hablen sobre sí mismos en tanto que sujetos. La última cena es precisamente eso: un intento de dar voz al pueblo negro, no sólo cubano, sino universal. Las prácticas de dominación occidental han linchado, torturado, robado, explotado y violado –recordemos el uso de la violencia sexual contra las mujeres– no únicamente al pueblo negro, sino a muchos otros pueblos a lo largo de la historia de la humanidad. El teórico anticolonialista Frantz Fanon (1925-1961), de origen afrocaribeño, estudió desde la psiquiatría los efectos emocionales y mentales causados por las prácticas europeas y colonialistas de dominación. Al considerar el racismo eurocéntrico, Fanon observó como médico los efectos devastadores que esto tenía en la comunidad negra. No sólo había secuelas físicas por el uso de la violencia extrema, sino también consecuencias psicológicas y de identidad (Zahar, 1969). Nacer negro y ser determinado por sujetos blancos dominantes desde una categorización biológica esencialista, ya sea desde la religión o desde la filosofía –como fue el caso de Aristóteles y Kant–, significó una posición ontológica de total vulnerabilidad y el uso de la brutalidad contra todo un pueblo. La última cena es un impulso cinematográfico necesario que nos genera una pregunta fundamental: ¿hemos dejado de reproducir «otredad» y racismo en las sociedades contemporáneas, o seguimos viendo a los pueblos vulnerables desde la perspectiva occidental?

La última cena - Gutiérrez Alea 1

Bibliografía

Blackburn, R. (2006). “Haiti, Slavery, and the Age of the Democratic Revolution.” In: The William and Mary Quarterly, 63(4), 643–674.

Benjamin, W. (2012). “Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit: drei Studien zur Kunstsoziologie”. (33. Aufl.). Suhrkamp.

Lu-Adler, H. (2023). “Kant, race, and racism: views from somewhere”. Oxford University Press,

1-30.

Puig-Samper, Miguel Àngel. (2022). “Alexander von Humboldt y la globalización. El saber en movimiento, by O. Ette”. In: Historia Mexicana, 72 (1(285)), 422–427.

Zahar, R. (1969). “Kolonialismus und Entfremdung: zur politischen Theorie Frantz Fanons”. Europ. Verl.-Anst.

Fuentes Online:

La última cena (1976) de Tomás Gutiérrez Alea. [Video]. Ver en YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=3AeQF9I3gVA&t=267s

Cenacolo, Vinciano. “Una potente macchina teatrale.” Retrieved July 20, 2024, from https://cenacolovinciano.org/story/una-potente-macchina-teatrale/


Notas

[1] La filosofía occidental carga con un gran bagaje racista incluso en la modernidad y su era de la luz, desde la filosofía racionalista. Huaping Lu-Adler denuncia al gran filósofo alemán Immanuel Kant en un manuscrito reciente. Dicho filósofo tuvo y sigue teniendo gran influencia en la perspectiva eurocentrista del mundo. Lu-Adler denuncia sin recelo: “(…) we shall see that the later Kant never “categorically and repeatedly condemns chattel slavery” as Kleingeld claimed, which she used as definitive evidence for Kant’s change of mind about race. Moreover, Kant’s racist position is multifaceted. It concerns not only the Amerindians and ‘Negroes’ but also the ‘Gypsies’, the ‘Orientals’, and so on (Hund 2011). As such, it cannot be overturned simply by a few critical remarks about slavery or about colonialism for that matter. Kant never wavered, for instance, on his exclusion of the Chinese and Asiatic Indians from the history of philosophy on account of their racialized cognitive deficiencies.” Lu-Adler, H. (2023). Kant, race, and racism: views from somewhere. Oxford University Press, p. 5.  

[2] ¿Qué es el indio? ¿Tiene el indio alma? Estas fueron preguntas fundamentales después del encuentro con las Américas. El negro, por otro lado, ya era considerado esclavo. Dicha categorización del sujeto negro se construyó a partir de tres fenómenos teóricos: 1. por Aristóteles en Grecia, quien planteó la ‘naturaleza’ del esclavo; 2. por una continuidad en el uso de tal categoría en la filosofía y teología medieval de la iglesia católica; y, por último, por el racionalismo occidental y sus ciencias raciales del siglo XVIII y XIX, con Immanuel Kant liderando el debate desde Alemania como declara Lu-Adler.

[3] Puig-Samper, M. Á. (2022). Review of Alexander von Humboldt y la globalización. El saber en movimiento, by O. Ette. En: Historia Mexicana, 72 (1 (285)), p. 425.

[4] Es importante mencionar que en el debate histórico sobre la raza y la alteridad también han habido voces en defensa de los pueblos africanos e indígenas. Categorizar al ser humano blanco sólo como colonizador y racista sería históricamente erróneo. El jesuita Bartolomé de las Casas o el humanista alemán Alexander von Humboldt son algunos ejemplos. Ambos problematizaron el racismo y la explotación eurocéntricos desde la teología y la ciencia, respectivamente. Puig-Samper describe cómo el cosmopolita berlinés Humboldt dio: “una nueva idea del mundo americano tras las famosas discusiones iniciadas por el conde de Buffon, Cornelius de Pauw, William Robertson, Thomas Raynal, etc., en torno a la inferioridad del Nuevo Mundo”. Ibid., p. 422. Humboldt se oponía al racismo europeo desde una posición de privilegio.

[5] Este fenómeno es elaborado por Gutiérrez Alea de manera cinematográfica con un personaje, el Mayoral, quien se encarga de comprar y mantener bajo absoluto control para su amo a los esclavos.

[6] BBC News Mundo. (2020). Mi bisabuelo nigeriano se ganaba la vida vendiendo esclavos. Artículo visitado el 26 de julio del 2024. Link: https://www.bbc.com/mundo/noticias-53472365

[7] La traducción literal al español del título italiano Il Cenacolo es La Cena. Sin embargo, es internacionalmente traducido como La última cena.

[8] En México cada año se representan varias escenas bíblicas. Uno de los rituales sociales más violentos es la simulación en tiempo real de la crucifixión, en la que, en muchas ocasiones, el personaje de Cristo, representado de manera voluntaria, es crucificado con clavos reales en la cruz. Este tipo de rituales sociales sustentan culturalmente la narrativa bíblica en loop. Se trata de rituales gore que operan desde la iglesia para evitar el olvido y también fomentar el imaginario colectivo a través de figuras arquetípicas las cuales moldean al cuerpo social.

[9] En territorios como Alemania se observa un fenómeno diferente marcado por el protestantismo en tanto que crítica a la interpretación teológica del catolicismo. Dicha crítica cuestiona el abuso de la idolatría y las prácticas ideológicas excesivas a través del uso de símbolos y la representación teatral para las masas. Si bien existe el catolicismo alemán, también se observa al protestantismo como escuela teológica fuerte. Tales posturas, muchas veces con interpretaciones opuestas a pesar de ser las dos cristianismo, muestran la complejidad interpretativa de los textos religiosos, así como las prácticas de poder a través del imaginario colectivo. En las últimas décadas, ambas corrientes teológicas están perdiendo adeptos, sobre todo en territorio europeo, debido a los escándalos internacionales por pedofilia en la iglesia católica y por la falta de fe en las sociedades posindustriales y capitalistas en las que Dios es tecnología, consumo y dinero. En Latinoamérica, la iglesia católica continúa con toda fuerza como el gran mito sostenido por la colonización europea.    

[10] La última cena (1976) de Tomás Gutiérrez Alea. [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=3AeQF9I3gVA&t=267s

[11] Ibid.

[12] La música juega un papel fundamental en toda la película, reforzando momentos clave de opresión, violencia y contradicción. Del mismo modo, es usada durante la última cena para darle tonos religiosos y de santidad al Conde, así como para mostrar el mundo del relato como música oral acompañada de la danza en tanto que cuerpo en la cultura negra africana. Desde la música, Gutiérrez Alea contrapone a las dos culturas y cosmovisiones como argumento cinematográfico.

[13] Ibid.

[14] Europa también tiene elementos críticos y emancipadores, los cuales deben ser reconocidos.

[15] Cabe señalar que la obra fílmica también aborda el nivel de azar y de los problemas en la comunicación, y el manejo de eventos en tanto que información. Gutiérrez Alea muestra situaciones accidentales que contaminan hechos como un fenómeno más en el proceso histórico. La muerte accidental de la mujer del mayoral es un buen ejemplo. Dicha muerte pasa como asesinato intencional por parte de los esclavos negros, y como prueba de su ingratitud y sus actos de violencia.

[16] Quien se da cuenta de su codependencia hacia con el amo; otro tema importante lanzando por el director.

About The Author

Verónica Mota Galindo

Verónica Mota Galindo es una subjetividad interdisciplinaria operando de manera tentacular en áreas como la filosofía y el análisis cultural y político, así como en las prácticas narrativas y textuales desde la literatura. Asimismo, Verónica se dedica a la producción musical y de arte sonoro avantgarde contemporáneo. Con residencia en Berlín, Alemania, actualmente realiza estudios académicos en la Freie Universität (Philosophy Scholar).

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