Reflexión sobre el control político y la vigilancia estatal
Remember, remember the fifth of November…
La película V for Vendetta (2005) nos muestra un futuro ficticio de Inglaterra, en el cual el Estado ha adquirido la forma de un régimen totalitario liderado por Adam Sutler. La trama de este filme tiene ciertos tintes que recuerdan al gran hermano de George Orwell, esto es, cámaras en cada rincón de la ciudad (el gran ojo del Estado al que nada se le escapa), policía represora en las calles, toques de queda para limitar la actividad de los ciudadanos y un líder que sólo se presenta a través de proyecciones televisivas. Imposición ideológica e imposición sobre los cuerpos que restringe a los sujetos que ahí habitan. ¿Cómo es posible instaurar un gobierno de estas características? ¿Quién está dispuesto a renunciar a todo por el beneficio de un Estado que sólo vela por sus propios intereses? La historia de cómo el partidista Adam Sutler, con su carácter totalmente fascista y conservador, llega al poder, se cuenta en la obscuridad de un callejón y a través de un personaje misterioso, pues parece ser que sólo en un escenario así es posible entender la fragilidad que sostiene el discurso del régimen totalitario.
Para que un gobierno totalitario se fortalezca hace falta un enemigo público, se necesita lo que en palabras de Agamben se entiende como “estado de excepción”, un momento tan grave que las condiciones de funcionamiento normal de la vida humana se vean limitadas, una coyuntura tal que dé lugar a la militarización, a la participación activa del Estado para salvaguardar la dignidad humana; hace falta el Leviatán de Hobbes. Y este enemigo lo encontrará el Estado no por fuera de sus fronteras, sino en sus propios ciudadanos, a partir de la propagación de un virus en tres puntos específicos de la ciudad que permitirán su rápido contagio: una escuela, el metro y una planta tratadora de agua. Cientos de miles morirán por la propagación de este nuevo virus, y no es sino el miedo el que permitirá el ascenso de este régimen totalitario que proclama haber encontrado la cura, misma que hará obscenamente ricos a los simpatizantes del régimen quienes la han desarrollado y al Estado, que es el único capacitado para hacerla llegar a los ciudadanos. Los intentos de Donald Trump por hacerse de la vacuna que promete curar la pandemia (COVID-19)[1] que actualmente azota al mundo recuerdan a los de Adam Sutler y es precisamente porque esto los colocaría en el mismo sitio de poder que colocó al fascismo como cabeza del Estado Británico en V for Vendetta. Es entonces cuando las palabras de Agamben en torno al coronavirus resuenan:
¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras? […] hay una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno. […] la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido indicado por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla.[2]
A propósito de la pandemia que azota al mundo, Byung-Chul Han menciona que el coronavirus está poniendo a prueba a nuestro sistema[3], y que al parecer los países que mejor han logrado contener la emergencia sanitaria no se encuentran ni en Europa, ni en América, sino en Asia: Taiwán, Hong Kong, Singapur e incluso China. ¿A qué se debe esto? ¿Y por qué países como Italia, España o Estados Unidos no han logrado contener la enfermedad a pesar del cierre de fronteras y la cuarentena? Para el filósofo coreano la respuesta se encuentra precisamente en que los países asiáticos como Japón y Corea, aunados a los anteriormente citados, tienen una mentalidad heredada de su propia tradición cultural que los hace menos renuentes y mucho más obedientes, confían más en el Estado, y no sólo eso, sino que además poseen y le tienen fe a la fuerte vigilancia digital. Son especialistas en macro datos, creen que la big data es capaz de salvaguardar la vida humana, y es por ello que en China se controla cada compra, contacto y actividad social con cerca de 200 millones de cámaras de vigilancia. Su sistema es similar a los descritos en Black Mirror, que suman y quitan puntos dependiendo de la actividad y conducta, fuertemente controlados por el Estado; no existe para ellos la protección de datos, en pocas palabras, no hay una esfera de lo privado. En Wuhan, como en otras provincias chinas, la vigilancia digital ha posibilitado buscar a los posibles infectados de coronavirus monitoreando la actividad y las personas con las que ha entrado en contacto. De esta forma indagan en los posibles portadores del virus y en automático son puestos en cuarentena. Es por ello que miles de asiáticos que residen en Europa quieren regresar a sus países, pues en ellos se sienten más seguros. El miedo hace posible al Leviatán de Hobbes. Ante la eventual catástrofe, la renuncia a lo individual se presenta como garante de la seguridad que ahora el Estado dice proveer. Ese es precisamente el origen de la ciudad fascista en la que Adam Sutler pudo controlarlo todo.
En occidente impera el individualismo, ese que aunado a las fake news tiene la costumbre de mostrar y presumir el rostro a todo momento. Mientras que en países como Corea o China el uso de la mascarilla es un elemento casi cotidiano y obligatorio, en occidente parece reinar la apatía hacia la realidad, de nada sirve el aislamiento y el paro de labores si se tiene que tomar el transporte público en horas pico o se tiene la necesidad de comprar víveres. No hay forma en esos contextos de guardar “Susana Distancia”. Cuando el individualismo impera, las reglas se rompen. Y cuando la conciencia por fin despierta, se suelen acaparar los productos pensando sólo en uno mismo, dejando incluso sin material de trabajo a los propios médicos. El virus nos aísla y nos individualiza, piensa Byung-Chul Han, pues cada quien busca su propia supervivencia. El coronavirus genera un estado de excepción que quizás derive en la implementación de cierto control digital que fortalezca aún más al Estado como en los ejemplos de China o la Bretaña ficticia. El panorama no permite soñar con una sociedad distinta, más pacífica y más justa.
La lectura que el filósofo esloveno Slavoj Žižek hace sobre la pandemia de coronavirus es extraña incluso para él mismo. Comúnmente se ha dicho que su pensamiento suele caer en una especie de nihilismo pasivo en donde la revolución o el cambio social son impensables ya que la violencia necesaria para cambiar el orden ideológico a través del cual se deviene sujeto es mayor que la violencia que el propio Estado ejerce sobre los individuos. Como consecuencia de ello no resulta complicado escucharlo repetir las famosas afirmaciones “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, o la expresión que comúnmente retoma el esloveno de Bartleby y que ha hecho ya su propio lema, “I would prefer not to”. No obstante en su artículo publicado en el diario Russia Today[4] la reflexión del filósofo esloveno hace pensar que quizá la pandemia global que se ha desatado será un golpe letal al estilo de la técnica del corazón explosivo con la palma de la mano que podemos ver en el filme de Quentin Tarantino “Kill Bill.” ¿Por qué precisamente esa técnica? Porque después de acertar el golpe la muerte no es instantánea, sino que uno puede tener una charla agradable, y no será sino hasta caminar 5 pasos que el corazón explotará y el atacado caerá muerto al piso. De la misma forma el coronavirus infecta, aísla, regala tiempo para especular las posibles implicaciones de este mortal golpe.
La catástrofe resulta necesaria para pensar escenarios alternos, y el coronavirus es eso, la crisis de una sociedad aislada y ajena incluso a sí misma. Esta pandemia afecta nuestras interacciones con otras personas y con los objetos que nos rodean; es una irresponsabilidad hoy día abrazar al prójimo, ni pensar siquiera en besarlo. El virus nos hace ajenos a nuestros propios cuerpos, debemos evitar tocarnos el rostro, frotarnos la nariz o los ojos. La enfermedad es democrática en el sentido en que no distingue clases sociales, afecta por igual a ricos y a pobres, a empresarios y a ciudadanos comunes; y precisamente por ello nos obliga a todos a comprometernos, ya que estamos en el mismo bote. Leyendo los diferentes diarios alrededor del mundo, veo que la preocupación principal es la de los mercados, la del gran capital financiero, pues el COVID-19 perturba el normal funcionamiento del mercado mundial que indudablemente sufrirá una de sus más grandes crisis en la historia reciente.
Urge, según el filósofo esloveno, una forma de organización de la economía global que ya no dependa de la voluntad de los mecanismos del mercado, sino más bien una forma alterna de controlar y regular la economía, cargada con una ligera intervención del Estado que busque la cooperación global. No se puede pensar ya en el comunismo de antaño, más bien se deben encontrar los elementos en común que nos definen como especie humana, y esto debe hacerse no a manera de acto caritativo y de desprendimiento, sino pensando también en el individualismo, en salvaguardar los intereses económicos de cada nación, pues el virus nos ha demostrado que vivimos en una sociedad tan intercomunicada, en la cual lo que afecta a un suburbio alejado en China, es capaz de afectar a cada rincón del planeta. La pandemia ha revelado la inconsistencia y el sinsentido sobre los cuales se sostiene el actual sistema, y muestra que sólo a través de un cambio radical en nuestra forma de organizarnos frente a las catástrofes podremos salir adelante.
El panorama de Žižek resulta completamente diferente al de Byung-Chul Han y al de Agamben, quienes, mucho más cercanos a la trama de V for Vendetta, hablan de un estado de excepción generalizado, situación en la que el Estado adquirirá mucha más potencia, control político, económico, digital y de datos, el sueño llevado a la práctica por el partido fascista que lidera Adam Sutler. Si la pandemia servirá para reforzar el totalitarismo o para hacernos remar todos juntos en el mismo bote de la vulnerabilidad en el que nos encontramos, continúa siendo un misterio. Lo único que por el momento queda es pensar desde el aislamiento en las condiciones de una nueva política que nos ayude a salir pronto de esta catástrofe epidémica.
Notas y bibliografía
[1] Philip Otterlain, Coronavirus: anger in Germany at report Trump seeking exclusive vaccine deal, The Guardian, Marzo 30 del 2020,
[2] Giorgio Agamben, “La invención de una epidemia”, Sopa de Wuhan (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio: 2020) pp. 18-19.
[3] cfr. Byung-Chul Han, “La emergencia viral y el mundo de mañana”, Sopa de Wuhan (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio: 2020) p. 97.
[4] cfr. Slavoj Zizek, “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de Kill Bill y podría conducir a la reinvención del comunismo”, Sopa de Wuhan (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio: 2020) pp. 21-29.