La literatura menor como mecanismo de desterritorialización política
Introducción
Los métodos de dominación son una parte casi inherente de toda forma de gobierno. A lo largo de la historia son pocas las propuestas que se han mantenido al margen, en la periferia de estos mecanismos, y que, por ende, son poco visibilizados. A estas propuestas las podemos denominarlas, aludiendo a Gilles Deleuze y Félix Guattari, “menores”. Pero no sólo las agendas políticas o las movilizaciones sociales son capaces de mantenerse en la periferia. El arte, en particular la literatura, es un ejemplo claro de este tipo de disrupciones.
En su texto Kafka, por una literatura menor, los autores anteriormente mencionados realizan un análisis sobre los mecanismos de disrupción que permiten las literaturas menores, y lo hacen de la mano de Franz Kafka, un judío que escribió en alemán y que los autores reconocen como menor.
Por otro lado, en su texto: El desacuerdo. Política y filosofía, Rancière plantea la posibilidad un principio de disrupción de las maquinarias de poder y que da como resultado el concepto de la “parte que no tiene parte”, es decir, aquello que es excluido de los sistemas pero que configura la comunidad.
La pretensión del presente trabajo es ligar el concepto de literatura menor con el de la parte sin parte de Rancière, el cual
también podemos considerar como una forma de desterritorialización con sus propias
implicaciones políticas.
Kafka y la literatura menor
Es bien sabido que Franz Kafka fue un escritor subversivo. No sólo escribió en un idioma ajeno a su lengua materna, las temáticas de sus relatos siempre rondan, de alguna manera, en un trasfondo político y existencial. Pero lo verdaderamente interesante del autor checo, al menos para Deleuze y Guattari, es que era un escritor de literatura menor.
Siguiendo el texto, Kafka. Por una literatura menor (1975), podemos definir a la literatura menor no como aquella que se realiza en un idioma de las minorías, sino aquella que hace una minoría en un lenguaje mayor. Sus tres principales características son la desterritorialización, la articulación de lo individual en lo político, y que se trata de un dispositivo colectivo de enunciación:
- Desterritorialización. En estas literaturas el idioma se ve afectado por la desterritorialización. Un ejemplo es el pueblo judío y el acceso a la escritura en alemán. El pueblo judío es desterritorializado y por lo tanto es un punto de fuga de la lengua alemana, pues ésta se modifica en el proceso (lo mismo pasa con los afroamericanos en EUA).
- Articulación de lo individual en lo político. En las literaturas menores todo es político porque los problemas individuales se vuelven necesarios, es decir, se visibilizan debido a su “espacio reducido”; en las literaturas mayores, por otro lado, los problemas individuales se minimizan ya que tienden a vincularse con otros problemas individuales.
- Dispositivo colectivo de enunciación. Todo adquiere un valor colectivo. Como no hay “talento” no hay “enunciación individualizada”, es decir, no hay literatura de maestros. “Lo que el escritor dice totalmente sólo se vuelve una acción colectiva”.[1] La máquina literaria es una máquina revolucionaria, enuncia lo colectivo. “La literatura es cosa del pueblo”; en este sentido no hay sujeto, sino dispositivos colectivos de enunciación.[2]
De acuerdo a estas características, lo “menor” es condición revolucionaria de cualquier literatura vigente (literatura mayor). El ejercicio de una lengua mayor en una menor es condición de posibilidad de cualquier literatura marginal, aunque para Deleuze-Guattari lo marginal se subsume a lo menor. En este sentido, la literatura mayor no condiciona las líneas de fuga de una literatura menor:
Incluso aquel que ha tenido la desgracia de nacer en un país de literatura mayor debe escribir en su lengua como un judío checo escribe en alemán o como un uzbekista no escribe en ruso. Escribir como un perro que escarba su hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto.[3]
La lengua es, políticamente hablando, un mar de sentencias. La literatura menor es un desierto que, a pesar de la sequía, puede dar frutos en el lenguaje. La labor del escritor de literatura menor es desterritorializar la lengua para reapropiarla (reterritorializar).
Deleuze y Guattari proponen como ejemplo de esta desterritorialización la lengua en los migrantes, los cuales tienen que adaptar, a veces sin notarlo, el lenguaje vigente a las condiciones de su propio contexto. Muchas veces un migrante no conoce su lengua materna y esto le impide encontrar líneas de fuga; el migrante –nosotros– vive –vivimos– una lengua que nos es ajena:
¿Cómo arrancar de nuestra propia lengua una literatura menor, capaz de minar el lenguaje y de hacerlo huir por la línea revolucionara sobria? ¿Cómo volvernos el nómada y el inmigrante y el gitano de nuestra propia lengua?[4]
Deleuze y Guattari nos dan una posible respuesta a tales interrogantes: reterritorializar el sentido. La lengua, hablando literalmente, se convierte en un órgano de sentido. De tal modo, la literatura menor es también corporalidad.
En la literatura menor el sentido se desterritorializa, se libra de su estado originario (lo comprensible) a través de líneas de fuga. “El lenguaje es arrancado del sentido y conquistado al sentido”, es decir, se neutraliza de forma activa. Lo único que subsiste del sentido es lo necesario para “dirigir” estas líneas de fuga; ya no hay sentido propio ni sentido figurado, sino pura intensidad y devenir: ya no hay sujeto del enunciado, y por esta razón la literatura menor tensa la lengua llevándola hacia sus extremos.
Esta tensión “explota” la potencialidad lingüística. Lo que se puede decir de una lengua no se puede decir de otra, en ello reside su potencia. La literatura menor se nutre de zonas sombrías, de los no-lugares:
Servirse de polilingüismo en nuestra propia lengua, hacer de ésta un uso menor o intensivo, oponer su carácter oprimido a su carácter opresor , encontrar los puntos de no-cultura y de subdesarrollo, las zonas de tercer mundo lingüístcias por donde una lengua se escapa, un animal se injerta, un dispositivo se conecta.[5]
La literatura en su uso menor es contrapunto, desterritorialización, contra-cultura y subdesarrollo.
Rancière y el desacuerdo
En su texto: El desacuerdo. Filosofía política, Jacques Rancière pone en cuestión diversos conceptos. Para el autor buena parte de los problemas de la filosofía política se deben a que ésta no tiene claro su objeto de estudio. La política actual ha encontrado formas de deliberación, pero, al parecer, se trata de una liberación a medias tintas, ya que en realidad la agenda de los países está regida por el mercado internacional. Esto merma los procesos de gobernabilidad y pone en cuestión conceptos como el de democracia. Lo que bien pareciera un asunto de igualdad, de esta manera resulta en lugares de desigualdad.
Sin embargo, la filosofía no es necesariamente un asunto de política; ésta sólo se convierte en “política” cuando se apropia de la aporía, y su principio es el principio de igualdad, es decir, la distribución de las partes de la comunidad. La filosofía política debe buscar los lugares de igualdad, pero no sin antes inducir al desacuerdo, a la discusión, es decir, hacer de la discusión un objeto:
El desacuerdo no concierne a la cuestión de la heterogeneidad de los regímenes de frases y de la presencia o ausencia de una regla para juzgar sobre los géneros de discurso heterogéneos, se refiere a la presentación sensible de ese carácter común.[6]
En este sentido la poesía coincide con la filosofía, pues ambas se sirven de la palabra para decir lo no dicho, para dar voz al desacuerdo, tal como ocurre con la literatura menor. La política es la racionalización de este desacuerdo.
Hablar es ya un acto político, pero ¿cómo hablar si nuestro hablar está condicionado al contexto de lo otro, es decir, a aquello que existe más allá de nosotros? ¿Cómo hablar de lo propio sin caer en injusticia? Según Rancière, la justicia política es el orden que determina la distribución de lo común. Pero lo común también condiciona. Es entonces que emergen las voces sin voz de las que hablará el autor.
Lo político comienza en el momento justo donde dejan de equilibrarse las pérdidas y las ganancias. El pueblo, es decir, aquella “masa indiferenciada”, posibilita los brotes de un mecanismo disruptor dentro de la maquinaria de estado, desde el momento en que carece de títulos positivos (riqueza, virtud); sin embargo, hay una virtud con la que sí cuenta el pueblo: la virtud de la libertad. Que el pueblo sea libre hace que pertenezca a una comunidad, pero este sentido de comunidad es una falacia. La libertad, en el estado moderno, está cuarteada por la radical idea de la pertenencia: o se tiene o no se tiene. Lo que no tiene parte en nada (los pobres, los sectores vulnerables) no tienen nada y tienen todo:
Lo que no tiene parte –los pobres antiguos, el tercer estado o el proletariado moderno– no puede, en efecto, tener otra parte que la nada o el todo. Se trata de la parte sin parte. Pero también es a través de la existencia de esta parte de los sin parte, de esa nada que es todo, que la comunidad existe como comunidad política.[7]
La libertad no es del pueblo porque no puede haber una igualdad de lo múltiple. Sólo puede haber política cuando “hay una parte de los que no tienen parte, una parte o un partido de los pobres”. Lo que no pertenece, en este sentido, es disrupción.[8] Aún más, es gracias a esta parte sin parte que la comunidad política existe. La parte sin parte es una distorsión, y esta distorsión constituye la política en sí misma. En este sentido, el fundamento de la política es la contingencia de todo orden social.
La desigualdad sólo es posible por la igualdad. Hay política cuando la dominación es atravesada por esta igualdad, en un sentido Deleuziano. La igualdad de cualquiera con cualquiera es condición de posibilidad de la disrupción de las maquinarias de poder (de la política), tal como lo menciona Rancière:
Sólo hay política cuando esas maquinarias son interrumpidas por el efecto de un supuesto que les es completamente ajeno y sin el cual, sin embargo, en última instancia ninguna de ellas podría funcionar: el supuesto de la igualdad de cualquiera con cualquiera, esto es, en definitiva, la eficacia paradójica de la pura contingencia de todo orden.[9]
La parte sin parte es lo que cortocircuita las maquinarias de poder, o cuando menos, es lo que posibilita el corto circuito. Sin esa parte que no tiene parte, sin lo que se excluye, sin literatura menor, no habría posibilidad de disrupción política.
Hay política cuando la contingencia igualitaria interrumpe como “libertad” del pueblo el orden natural de las dominaciones, cuando esta interrupción produce un dispositivo específico: una división de la sociedad en partes que no son “verdaderas” partes; la institución de una parte que se iguala al todo en nombre de una “propiedad” que no le es propia, y de un “común” que es la comunidad de un litigio.[10]
Hacia una desterritorialización política
La literatura menor, como mecanismo político, es una parte sin parte, un dispositivo colectivo de enunciación que da voz a las minorías; asumir que es una parte sin parte es asumirla como condición de posibilidad de la política, propiamente hablando. ¿Pero cuál es el papel de la literatura menor, en un contexto político?
Recordemos que una de las características de este tipo de literatura es la desterritorialización, es decir, encontrar un punto de fuga y reapropiar el sentido. ¿No acaso aquella parte que no tiene parte, encuentra un punto de fuga? Lo que no es parte, puede ser otra cosa. La literatura menor no es la minoría, sino la posibilidad de la diferencia, en un sentido Deleuziano. ¿Qué otra cosa es la diferencia sino desterritorialización?
La literatura menor, con sus elementos peculiares, pone en cuestión los estatutos –las maquinarias de poder– y genera nuevos espacios discursivos. Al no tener parte ante las literaturas predominantes, la literatura menor ocupa un espacio no privilegiado (exclusivo, más no excluyente) que permite reapropiar el sentido; sólo aquello que no pertenece puede mantenerse al margen. De este modo, hay desterritorialización política. La literatura menor, el arte menor, se filtra como la hierba en las grietas de una casa: trepa por las paredes al margen de la periferia, y sólo entonces se vuelve un activo político. ¿Acaso hay otra manera de irrumpir en el discurso vigente, en el sistema nervioso las superestructuras? Rancière nos dirá que esto sólo es posible a través del desacuerdo; Deleuze y Guattari piensan que sólo es posible hacerlo a través de las literaturas menores. Ambas, arte y filosofía, en este sentido, son la misma cara de la moneda.
Notas y bibliografía
[1] Gilles Deleuze, Feliz Guattari. Kafka, por una literatura menor (México: Era), 30.
[2] Esto nos remite a la idea del texto como un ente vivo en Ricoeur, y a la muerte del autor que se desarrolla en Barthes.
[3] Gilles Deleuze, Feliz Guattari. Kafka, por una literatura menor (México: Era), 31.
[4] Ibíd, 33.
[5] Ibíd, 44.
[6] Jacques Rancière. El desacuerdo. Política y filosofía (Buenos Aires: Nueva Visión), 10.
[7]Ibíd, 23.
[8] Ibíd, 25.
[9] Ibíd, 32.
[10] Ibíd, 33.