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Vivencias. Breve reflexión filosófica sobre la vida

Vivencias. Breve reflexión filosófica sobre la vida

Toda sensación inmediata tiene por sí misma sentido, en el aquí y ahora que se pierden. Vivencias personales que nos definen ante la consciencia, en las que se manifiesta la persona en lo que es y en cómo está en el mundo.

Pero, frente a la inmediatez, nos proponemos atrapar lo específico en lo general y así tomar el tiempo desde criterios de eternidad. El deseo de permanencia nos empuja a descartar el valor de la experiencia de lo próximo. Quisiéramos someter a todo al criterio de la estabilidad, y disfrutar más del recuerdo que del hecho mismo, del compartir social más que de la propia existencia. Al hacerlo, nos abstraemos del mundo vivido. A pesar de que paradójicamente todo se irá y lo sabemos.

Entonces, cuales prisioneros en la caverna de Platón[1], disfrutamos más de las sombras proyectadas en el muro que de las experiencias mismas. Así, amamos las fotografías y los vídeos, desdeñando la sensación inmediata de quien ve sin grabar. Corremos a compartir en redes sociales, antes incluso de haber sentido lo vivido, haciéndolo así imposible. Pensamos en lo realizado como objeto de venta, sin parar a disfrutar con la actividad de transformación y creación. Nos sometemos, entonces, a nosotros mismos como objetos, en esa venta de lo que podría haber sido personal y creativo. Hacemos política pensando en la cámara y la publicidad, sin parar a valorarla como acción cuya condición es la libertad.[2]

¿Por qué desde lo simbólico transformar a lo que es intransferible y efímero, inmune al recuerdo por ser irreproducible? Lo más directo se resiste a ser guardado, atesorado, a ser valorado desde principios generales que siempre serán ajenos, para años más tarde retornar como el lamento del coronel Aureliano Buendía, quien quisiera retomar su vida desde el inicio para haber sido simplemente un animal feliz[3], o igual que el lamento de Aquiles en el Hades[4], despreciando toda la gloria, si pudiese, a cambio de un poco más de vida, aunque fuese como el hombre más humilde y pobre. En fin, ¿Para qué vale el nombre de la “rosa”, si la rosa ya no existe ni puedo recordar el momento de sentirla?[5]

Así pues, la vivencia es individual y privada: todo su valor es incomunicable.  Lo que se expresa a los demás, o a mí mismo como recuerdo, abandona su viveza. ¿Cómo entregarse al mundo si lo que vivo en mí queda, ahí propio y aislado, destinado al olvido? ¿Cómo hacerlo si el mismo recuerdo pone en símbolos aquello cuyo valor intrínseco es individual y no simbólico? En general, la especificidad se pierde.

Además, la intensidad nos aísla y se convierte en lo único existente, bloqueando todo otro aspecto de la vida. Es lo que sucede con un dolor muy intenso (por lo tanto, con el miedo), pero también con una experiencia de placer de la misma fuerza. En general, toda vivencia poderosa nos aísla de todo, incluso de nosotros mismos.

Las sensaciones, entonces, nos apartan del mundo y nos convierten en incomprendidos e incomprensibles, también para nosotros mismos. Generan aislamiento porque no se incorporan a un sentido de la vida propia, de modo que ya no parece mía, de donde nace la sensación de vivir como si me viese en el espejo, constatando que no me reconozco como yo. Los fragmentos de lo que soy se van quedando en el tiempo como algo inconmensurable.

Y, sin embargo, en cuanto la consciencia se forma, la persona precisa incorporar todo lo vivido en una idea conjunta, un desarrollo, lo que es la mediación a través de valores personales y sociales complejos. Sin lenguajes, sin hablar, cantar, bailar y pintar, y sin la actividad de manipulación y transformación del mundo: ¿qué es? Su consciencia no existiría y la historia quedaría como tiempo. Los hechos no serían experiencias; no tendría ni imaginación ni recuerdo, como recreación de lo no presente[6]; no habría libertad.

En consecuencia, ¿qué sería vivir sin las sensaciones inmediatas? Y ¿qué sería sin la extraña capacidad de construir recuerdos y expectativas? Sin las experiencias, seríamos máquinas artificiales compuestas de reglas generales, estrictamente racionales. Sin la capacidad simbólica de imaginar lo posible, perderíamos los recuerdos y el futuro, tan queridos por nosotros a pesar de que nos alejan del disfrute instantáneo. Por todo ello, amamos la vida inmediata e irremplazable, pero también la que construimos para nosotros antes y después de experimentarla. ¿Cómo evitar, a pesar del dolor, la nostalgia por experiencias, mundos en sí mismos que ya no existen y nunca retornarán, que poseen en el recuerdo la referencia a un significado profundo? Hay valor humano en el instante fugaz del roce de la piel del recién nacido y la madre, que no podremos jamás comunicar, ni recordar en sí mismo. Pero hay también ternura en la comprensión simbólica que tenemos de las vidas, propia y ajenas, pasadas y futuras. Hay algo extraño en esta dialéctica que nos constituye y a la que no le encontramos síntesis. En esto está lo humano, terco y tenaz en sus contradicciones.


Notas

[1] Referencia a la alegoría de la caverna, que Platón escribió en el Libro VII de La República.

[2] Cf. Arendt, Hannah. Entre el pasado y el futuro, p. 231.

[3] Referencia a la novela, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

[4] Referencia al poema épico, La odisea, de Homero.

[5] Referencia a la novela, El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

[6]  Cf. Arendt, Hannah. Lectures on Kant’s Political Philosophy, pp. 79-80.

Bibliografía

  • Arendt, H. Lectures on Kant’s Political Philosophy (ed. R. Beiner). Chicago: The University of Chicago Press; 1992.
  • Arendt, H. “¿Qué es la libertad?”. En Entre el Pasado y el Futuro (trad. A. Poljak), Editorial Barcelona: Austral; 2022. Publicación original en 1963.
  • Eco, U. El Nombre de la Rosa (trad. R. Pochtar). Barcelona: Editorial Lumen; 1985. Publicación original en 1980.
  • García Márquez, G. Cien Años de Soledad. Real Academia Española; 2007. Publicación original en 1967.
  • Homero. La Odisea (trad. J. Godo). Barcelona: Ediciones Zeus; 1968. Escrito originalmente: ver Prefacio.
  • Platón. La República (trad. C. Eggers Lan). Madrid: Editorial Gredos; 1988. Publicación original: ver páginas 13 y ss.

About The Author

Ignacio Escañuela Romana

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y en Economía por la UNED. Doctor por la Universidad Loyola Andalucía (Programa de Doctorado en Ciencia de los Datos). Tiene publicaciones académicas en las áreas de economía y filosofía. Ha publicado, asimismo, dos novelas y un libro de relatos. Perfil investigador Orcid: https://orcid.org/0000-0002-5376-0543. Perfil de documentos filosóficos en PhilPeople: https://philpeople.org/profiles/ignacio-escanuela-romana. Email: ignacioesro@gmail.com

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