Ya está, mi reina, no llore más, que las penas no se van a ir muy lejos si las llama a cada rato. Déjelas que broten, eso sí; porque si no, uno se enferma y después no sabe de qué. Pero hágame caso, mi hermosura; levántese, que ya le preparé un tecito caliente con limón y miel. Como la vida, un poco dulce y ácida al mismo tiempo. Acá tiene su deshabillé o prefiere que le traiga una bandejita con tostadas y las flores blancas del jazmín, que ya brotaron, no sabe cómo. Eso voy a hacer. Mientras, le dejo el peine para que vaya aplacando tanto remolino. Esta noche va a estar espléndida. Yo voy a ir a mi cuarto más tarde, que puse el uniforme en almidón. Estaré impecable para atender la mesa, como le gusta al señor; que contraste el blanco del delantal con mi cabecita morena, bien latina. Usted no se haga más problema por nada, yo me voy a encargar de que todo esté en orden y a tiempo. ¡Vamos!, no diga eso, señora mía, no van a encontrarlos; ya se fueron hace días y nadie sospechó nada. Siéntese, que le voy a masajear un poco la espalda, que demasiado peso tiene. La gente piensa que los de arriba no sufren, en cambio nosotras hemos pasado juntas tantas tormentas. Usted desde su enjoyada vida de mansiones y yo desde catres y ranchos. A ver… dígame si no, ¿quién me cuidó de la gripe mala que casi me lleva pal otro lado?, ¿ah? O es que quizás se está haciendo la que no se acuerda cuando pasó las noches en vela al lado de mi cama, abrazando a mi Juancito que entonces tendría unos cinco años nomás. A escondidas se escapaba para prepararle un puchero y ponerme los pañitos en la frente para que me bajara la fiebre. O, ¿quién me enseñó a leer con la paciencia de un santo? Así que no me va a impedir que hoy yo le seque las lágrimas. Mi paz está sólo a su lado, mi niña. Las dos vamos a lograr que nuestros hijos lleguen a destino. Ya deben andar por los caminos de los lagos del sur. Su princesita es valiente como su madre, y mi hijo, fuerte y duro como yo. Son complementos del mismo Dios, ellos son toda nuestra religión. Su amor va a ser libre. En la cena de hoy no habrá novia a la que entregar la mano. Magdalena ya está con Juan, bien lejos están. No van a saber nada, que mi boca es una tumba y usted se va a llevar la peor parte: disimular ante los padres del candidato, ese que el señor le consiguió. No se aflija, ¡claro que voy a estar a su lado! Mire, vamos a hacer una cosa, cada tanto, como sin querer le voy a rozar su hombro para que sepa que no está sola. Mientras sirva la mesa y llene las copas, míreme, que en mis ojos va a encontrar complicidad y consuelo. O, ¿no anduvimos toda la vida siendo bastones la una de la otra? Ellos crecieron viéndonos, sabiendo que ni sus bucles claros ni mis matas morenas son más importantes que nuestros corazones buenos. Y las personas no somos más que manos y latidos que andamos buscando ser felices. Nosotras lo fuimos, los que no entienden todo esto, se hartan de encontrar diferencias que los llevan al rencor eterno. En cambio mírenos a nosotras, aferrándonos la una a la otra, como madres que somos. Cuando ya no nos quede más qué vivir, usted descansará en el mausoleo de la familia y yo en un nicho. ¡Qué nos importa eso! Si las dos sabemos que a mi Juan y a su Magdalena sus hijos los van a enterrar juntos cuando ese día tenga que llegar.