
Lo infinito: poema de Antonio Hurtado

Lo infinito: poema de Antonio Hurtado.
Antonio Hurtado fue un escritor y poeta español, creador de una abundante obra, que pasa por prácticamente todos los géneros de su época.
I
¡Soñé anoche que había muerto!
¿Quién dormido no lo está?
Libre el alma de pasiones
se lanzó a la inmensidad.
¡La inmensidad! ¿Qué es lo inmenso?
Lo que no acaba jamás.
Lo que límites no tiene
y se extiende sin cesar;
Lo que es abismos sin fondo,
o abismo que al cielo va;
Lo que establece una suma
que no se puede sumar;
pues incógnita escondida
más allá de lo ideal,
en abstracción poderosa
por solución llega a dar
una cantidad sin nombre
que no tiene cantidad.
Vagó por lo inmenso el alma
como el águila caudal:
traspasó nubes y nubes
cargadas de oscuridad;
Cruzó vastas soledades,
tristes, densas, sin igual;
y al fin, rompiendo el silencio
que puebla la oscuridad,
preguntaba a cada paso:
¿Dónde está Dios?.. ¿Dónde está?
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
en lúgubre son le dijo:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá! –
II
Y subió el alma más alto,
subió rápida y fugaz,
con más presteza que el aire,
¡Más que la luz!, ¡mucho más!
Miró a la tierra, y la tierra
bajaba rodando al par,
perdiéndose en un abismo
de insondable densidad.
Bajaba… y bajaba siempre
por una llanura erial,
muda, silenciosa, opaca,
como cuando el sol se va
y desciende poco a poco
a su tumba de cristal.
Bajó muy hondo… y perdióse;
Dejó el alma de mirar
y siguió rasgando nieblas
y subiendo con afán.,
¿Qué miraba?, ¿qué veía?
Nada: delante y detrás,
el silencio, el caos, la sombra,
lo vago, lo inmaterial.
¡Qué noche!.. ¡qué densa noche!
¡Qué silencio más tenaz!…
¡Qué espacios más imponentes!
¡Qué imponente soledad!
Temblaba el alma de miedo;
volaba sin respirar;
pero subiendo y subiendo
siempre más… cada vez más,
murmuraba tristemente:
– ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
en lento son repetía:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá!
III
– ¡Yo creía (murmuraba
el alma en ruda ansiedad),
que era el cielo de la tierra
la ancha puerta de cristal
de esa gloria que nos brinda
la terrena humanidad!…
Pero ¡no es cierto!… ¡La gloria
no se ve! – ¿Dónde estará? –
¿Cuánto he subido?… Lo ignoro;
¡Y aún tengo que subir más!…
¡Ay!… el reino de las sombras,
¿en dónde terminará?
Y el alma se remontaba
por la escala sideral,
hollando sombras y sombras
que no acababan jamás.
De pronto, una luz confusa
vio a lo lejos clarear:
Subió más; y a más altura
se ensanchó la claridad;
Vio un cielo lleno de estrellas
y vio una luna cruzar
por una extensa llanura
de solemne majestad.
¡Qué resplandor!… ¡Qué grandeza!
¡Qué mundo más colosal! –
Suspiró el alma de gozo
ansiosa de descansar,
y preguntó alegremente:
¿Dónde está Dios? – ¿Dónde está?
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
en son doliente le dijo:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá!
IV
Y pasó el alma a otros cielos,
y vio a su paso girar
mil mundos en torno suyo,
mezclas de luz y de gas;
mundos informes, perdidos
en la vasta inmensidad
de esos cielos que a otros cielos
les sirven de pedestal.
Y fue subiendo más alto;
¡Más alto! Pasó el volcán
del sol, centro planetario
cuya atracción singular
arrebata en su carrera
deslumbradora y triunfal,
a otros mil astros gigantes,
que girando sin cesar,
navegan por el espacio
sin saber adónde van.
– ¿Quién los suspende en los aires? –
¿Qué ley suprema y fatal
por los ámbitos del cielo
los hace siempre rodar? –
¿Quién sabe?… El alma absorbida,
extática al contemplar
mundos y mundos y mundos
moviéndose aquí y allá,
sin rozarse en sus esferas,
sin tropezarse jamás,
iba en su ascensión diciendo
con vehementísimo afán:
– pero Dios ¿dónde se encuentra?
¿Dónde está Dios? – ¿Dónde está?
Y el eco sordo ondulante
como las olas del mar,
de mundo en mundo decía:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá!
V
Y el alma subiendo absorta,
absorta cada vez más,
iba pensando y diciendo:
– ¿Esos mundos qué serán? –
¿Serán mundos habitados?
¿Quién en ellos vivirá? –
¿Serán ángeles exentos
de la envoltura carnal? –
¿Vivirán como vivimos?
¿Cual nosotros morirán?
¿Irán de un mundo a otro mundo,
en progresión celestial
teniendo goces más puros
y mayor felicidad?
¿Sabrán que existe la tierra?
¿Habrán venido de allá?
¿Qué es la tierra a estas alturas?
Arista leve y fugaz,
que va por el hondo abismo
como por los aires va
un globo despedazado
a impulsos del huracán.
¡Y necio el hombre presume
que el creador universal
forjó esos mundos sin vida,
para dejarlos vagar
sin objeto, en estos campos
de eterna elasticidad!
¡Necios!, ¡piensan que esos astros
son lámparas nada más;
lámparas fijas y eternas,
destinadas a alumbrar
la lobreguez de las noches
exentas de claridad!
¡Loca vanidad del hombre! –
¡Soberbia descomunal! –
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tú eres grande!
Me asombra tu majestad;
Tú existes: yo no te veo;
mas ¿qué importa? ¿Donde estás?
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
tronó en los aires diciendo:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá!
VI
Y subió más alto el alma,
sin descanso ni solaz;
surcó piélagos de mundos
formados y por formar;
holló campos de cometas,
trozos de soles que van
rasgando el éther violentos,
de los aires a compás,
como caminan las nubes
al son de la tempestad.
Y subió más todavía,
y halló el vivo manantial
de luz, fuente ignorada,
que no se agota jamás;
de esa luz que baja y baja
sin acabar de bajar,
que es lumbre de toda lumbre,
claridad de claridad;
Luz ignorada y eterna
que sube y sube a la par,
siempre más alto, más alto,
en deslumbrante espiral:
espiral que se dilata
con viva celeridad,
por otros cielos excelsos
y otros más altos y más. –
Y gritó el alma abrumada,
de magnificencia tal:
– ¡Señor! ¡Y aún hay quien te niegue,
de tu grandeza a pesar!
¡Y hay quien dice que tus obras
son pura casualidad!
¡Casualidad! – ¿Qué edificio
puede el acaso inventar
que se parezca a esos cielos
que encubren tu majestad?
¿Dónde tiene sus cimientos,
tu creación universal,
tanto cielo y cielo tanto,
tanto y tanto luminar,
tanto mundo y tanta esfera,
sin principio ni final? –
¡Ah, Señor!, ¡yo te presiento!
¡Te presiento! ¿Dónde estás?
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
tronó en los cielos diciendo:
¡Sube!… ¡Sube!… ¡Más allá!
VII
Y al cabo, el alma cansada
de subir más, ¡siempre más!
gritó en la altura: ¡Dios mío!
¡Me canso de navegar!
¿Por qué camino pudiera
llegar a ti? ¿Dónde estás? –
Y un eco sordo, ondulante
como las olas del mar,
dijo: “Esfuérzate alma débil,
¡Sube y sube! ¡Siempre más!”
No temas, que a mí se llega
con suma facilidad,
Por el amor, que es la vida,
por la fe, que ahuyenta el mal,
por el dolor, que depura,
y en fin, por la caridad.