I

Has poblado cada rincón de la Tierra

como el viento que me abraza,

como el sol que expulsa

el fuego de la vida.

También tu nombre brilla

en medio de nosotros

como estrella en un cosmos muy oscuro.

Nadie puede aniquilar los hijos que has parido.

Nadie puede usurparte la cama

o el hogar en que has nacido.

Tu nombre es tuyo. Grítalo

sobre los cuatro puntos de la Tierra

con toda la fuerza del orgullo.

Vive libre como las ballenas

que habitan

las aguas más profundas del océano.

Llena tu corazón

con la fragancia de todos los sueños

y el aroma de todas las esperanzas

que quepan en él.

II

Aquí no hemos lanzado tu voz

hacia el pozo más profundo

que existe

ni hemos borrado

el honor que se merece

en las páginas y tratados.

Tu voz es dulce y humana

como la de los otros hermanos.

Tu voz es el canto

con que la vida nos llama.

Mi corazón se alegra

al oír tu voz en los mercados

al saber que palpitas

en las radios

y en las calles

ofreciendo hamacas

y guitarras.

Aquí tu voz amanece temprano

y se duerme tarde como el día.

Aquí tu voz es redonda

y brilla como un sol blanco o amarillo.

III

Mi deseo es infinito

como las aguas azules del cielo.

Yo quiero

que todos los pueblos del mundo

disfruten su raza.

Que su bandera

se llame “justicia”

y sus derechos sean iguales:

del mismo tamaño,

del mismo color,

que tengan el mismo peso todos

y que estén hechos

del mismo oro.

Mi deseo azul e infinito

es que todos se vistan de poder

y no haya diferencias

en las camisas

que cubren sus cuerpos de barro.

Tal vez te interese: 16 libros para comprender mejor el problema del racismo