Las novelas suelen contar la historia de un personaje: sus aventuras y desventuras en un tiempo y lugar específico. Sin embargo, hay obras que se distinguen por su enfoque particular; estas novelas no siguen una trama convencional, sino que narran sin adherirse a una estructura típica. Ejemplo de ello es Nostromo, de Joseph Conrad; una novela extensa y a veces tediosa, pero que adquiere un atractivo especial cuando nos liberamos de la expectativa de un desarrollo tradicional. Otra novela que no tiene una trama común es Un puente sobre el Drina, de Ivo Andrić; obra en la cual son narrados sucesos que resultan casi inconexos por acontecer en diversos tiempos, pero que se relacionan por situarse alrededor de un mismo lugar.

Quiero expresar mi reconocimiento y admiración por Ivo Andrić: autor yugoslavo galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1961 por su obra Un puente sobre el Drina. Considero que esta novela merece mayor reconocimiento en nuestro continente, ya que ofrece una experiencia literaria única al centrarse en un lugar en vez de en un personaje o grupo de personajes. En cierto sentido, este texto se asemeja más a un apunte antropológico que explora la relación entre los habitantes de Višegrad y el río Drina, así como la relevancia del puente que fue erigido allí.

Andrić narra casi 300 años de ese sitio; algunos de sus personajes son presentados en más de un capítulo y otros solamente tienen unas líneas. Las descripciones del autor sobre los humanos son cortas, mientras que las descripciones sobre los loci (lugares) son extensas y detalladas. Así, este texto nos permite visualizar la zona como a través de una colección de fotografías; sabemos bien qué casa está más cerca del puente, dónde están los comercios, de qué lado del río están los otomanos, en qué lugar del puente se exhiben los cadáveres de los traidores, etc. Los conceptos cambian durante la narración; por ejemplo, los traidores no siempre son los mismos. El sentimiento nacionalista tampoco es el mismo, y es obvio que no podría serlo en casi 300 años. No obstante, un elemento que se mantiene durante todo el libro es la multiculturalidad, es decir, el respeto a las religiones ajenas y a los matrimonios interreligiosos. En 2023 este elemento sigue vivo y es bastante relevante en la cultura de Bosnia y Herzegovina. 

La novela culmina en un momento en el que los lectores hemos desarrollado un fuerte apego al puente y comprendemos su importancia no solo para el pueblo cercano, sino también para Bosnia, Serbia, Turquía y muchas otras regiones. El puente trasciende la mera construcción, superando en longevidad a la vida humana, y es por eso que Andrić eligió convertirlo en el tema central de su novela. Es común encontrar paralelismos entre la vida personal del escritor y las vidas narradas en su obra. Andrić pasó gran parte de su infancia en Višegrad. Su manera de profundizar en lo que otros podrían haber visto como solo una pieza arquitectónica, reconociendo en ella tantos significados e historias, es admirable. Confieso no haber leído antes a ningún autor de los Balcanes. Me atrevo a aventurar que quizá ustedes tampoco lo hayan hecho. Confíen en mí y lean este libro. Es largo, con muchos nombres que en realidad poco importan. Andrić expone a personajes que demuestran que todos llevamos dentro algo compartido, ya seamos, como en su novela, musulmanes, ortodoxos o judíos, o como en el puente que quiero construir con esta reseña: hispanohablantes o yugoslavos. Somos lo mismo, estamos hechos de lo mismo; nuestras palabras cambian, nuestras construcciones también, pero al leer a Andrić nos damos cuenta de que nuestras vidas diarias son sorprendentemente similares. Nuestros intereses, miedos y pasiones son humanos, universales. El puente que Andrić escribe es mucho más que esa construcción otomana histórica que aún se mantiene; es un puente entre personajes, religiones y géneros. Leer a Andrić nos permite cruzar algunos ríos culturales, y en caso de que esto que digo no sea verdad, confía entonces en que, por lo menos, cruzarás el Drina.