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Reflexión sobre la película “Sin novedad en el frente” (2022)

Reflexión sobre la película “Sin novedad en el frente” (2022)

El cine es una de las armas más poderosas que existen, más que las pistolas, las ametralladoras, los tanques y los políticos. Me gustaría hablar al respecto a través de una obra literaria-cinematográfica que detona en la cara de quienes creen que la guerra es un problema menor y asumen sin reparo las consecuencias de la guerra: Sin novedad en el frente

Sin novedad en el frente es un libro con tres versiones fílmicas. La última, de 2022, dirigida por Edward Berger, significó la tercera adaptación cinematográfica del libro de Erich Maria Remarque. La cinta fue multipremiada y elogiada por la crítica, por su espléndida ejecución y sobre todo por su poderoso discurso antibélico que cobró fuerza en el contexto del conflicto entre Rusia y Ucrania, y que hoy adquiere más poder con los acontecimientos de la franja de Gaza.

Ambientada en la Primera Guerra Mundial, cuenta la historia de Paul, un chico alemán que se alista junto con sus amigos a las fuerzas armadas tras recibir discursos patrióticos en la escuela. El frenesí de estos jóvenes se apaga una vez que son enfrentados a los horrores de la batalla, las trincheras y la precariedad de sus circunstancias. 

En 1930, nueve años antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, se estrenó la primera de las películas, dirigida por Lewis Milestone. El fenómeno en taquilla fue demoledor gracias a que su propuesta y sus imágenes de violencia rompían algunos arquetipos cinematográficos del Hollywood de la época; tanto, que recibió el Óscar a Mejor Película y, dicen algunos, aceleró la puesta en marcha del Código Hays (la censura que marcó el cine norteamericano durante casi treinta años). 

En 1979, en el marco de la Guerra Fría, pocos años después de finalizada la de Vietnam, se filmó otra versión bajo la dirección de Delbert Mann que sería producida para televisión. Ya a colores, con herramientas modernas, reflexivo y metafórico, este telefilme de producción británico-estadounidense fue premiado en los Emmy y los Globos de Oro. 

La adaptación de Berger, producida por Netflix, consta de algunas distinciones importantes respecto a sus antecesoras: es alemana y hablada en los idiomas en los que transcurre la acción del texto original; por otro lado, ha aprovechado los recursos técnicos actuales para mostrar escenas más violentas y potentes, puntos que dotan de verosimilitud al relato. Además, esta obra pone más énfasis en la brutal desigualdad que existe entre quienes luchan en la guerra y los que toman decisiones desde sus escritorios, a través de dos elementos básicos en la dignidad humana: la alimentación y la individualidad.

El prólogo del filme establece esta problemática. En un plano secuencia genial, vemos a un joven soldado que corre desesperado en el frente de batalla, mientras ve cómo algunos de sus amigos caen. Poseído por la rabia y la desesperación, opta por encajar una pequeña hacha en el corazón de un soldado enemigo. La imagen se detiene y da paso al título de la película, en cuyas primeras escenas podemos intuir que este combatiente heredará su traje a Paul (Felix Kammerer), el incauto protagonista. Así asistimos al primero de los contrastes que propone Berger: los altos mandos tienen sus propios uniformes, los jóvenes portan atuendos de gente muerta.

Más tarde, el montaje a cargo de Sven Budelmann nos presentará repetidamente estas desigualdades a través de la comida. En el contexto de la batalla podemos ver lo que los soldados son capaces de hacer con tal de ingerir alimentos y tener las energías suficientes para sobrevivir. Con las manos sucias, llenas de lodo, buscan pequeños espacios en el entorno para comer lo que sea, la comida que encuentren, lo que dejó en el plato su amigo recién suicidado o lo que les alcancen a dar en el precario abastecimiento de sus tropas. Lo más disfrutable que pueden hacer en el horror de la guerra es reunirse para asar un pato recién robado, no importa cuán riesgoso sea obtenerlo de la casa de algún granjero con escopeta.

A cada una de estas escenas, le corresponden imágenes de jerarcas que gozan de platillos elegantes y que son capaces de desperdiciarlos por falta de sabor, sazón o frescura, mientras se enteran de las odiosas noticias de cuántos muertos hay en el frente; claro, para alejarles el plato de la mesa habrá un mesero que también porta un impecable uniforme y guantes, listo para satisfacer esos y otros caprichos de sus patrones, quienes, sí, en todo caso cargan con la responsabilidad estratégica de ganar un pequeño territorio superando en soldados vivos a su enemigo.

A través de los años, la temática de la guerra ha logrado despertar el interés lúdico debido a su carácter estratégico. Soldaditos de plomo, juegos de mesa, figuras de acción, videojuegos y series de televisión han consumido tardes completas de niños, jóvenes y adultos que se entretienen (y apasionan) después de empacarse una rica comida casera, tal y como los mandatarios de esta última adaptación de Sin novedad en el frente. Berger lanza una granada a los espectadores, con un guiño a Crimea y a los conflictos posteriores, para establecer lo que supuestamente ya sabemos pero a veces olvidamos: la guerra es algo muy serio.

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