Análisis de la película Roma, de Alfonso Cuarón
Con una secuencia pausada y continua que hace un paneo de 360 grados, el director nos muestra un álbum de recuerdos de su infancia defeña, -a manera del riel de sucesos del Weekend de Godard-, y también las cicatrices de una sociedad donde la mujer es testigo paciente del abuso y crisis de la fuerza masculina, a la que el paso del tiempo apenas se sobrepone.
Tanto Cleo, la humilde indígena mixteca y “nana” que cría a los niños de la casa y que enfrenta un embarazo no deseado cuyo “encargo” el padre quiere ignorar, y por el que teme, la patrona la pueda correr; así como Sofía, señora de la casa, que con cuatro hijos en la escuela asume sola el mando del hogar, padecen el mismo abandono como ausencia y silencio no solicitados.
Martín, el novio de Cleo arrojado a las artes marciales y reclutado por la inteligencia estatal para reprimir protestas estudiantiles, es el padre ausente de una hija no deseada.
Antonio, es el gran pater familias, un intelectual al que rinden reverencia esposa, hijos y empleadas y que en una crisis de mediana edad, emprende un viaje a Canadá para no volver dejando a su esposa Sofía a cargo de toda la familia.
Mientras tanto, los convulsos años 70 muestran un ánimo de expresión de los estudiantes y la juventud que es reprimido por las fuerzas estatales en la matanza del Corpus Christi que rememora la masacre de estudiantes en Tratelolco en octubre del 68 y que incluso no respeta a los mayores ni a las abuelas de esta historia.
Como a la señora Teresa, madre de Sofía, quien protege a Cleo y la lleva al hospital para el trabajo de parto, cuando un tiroteo se apodera de la tienda de muebles donde han ido a buscar el cunero para una bebé cuyo nacimiento se verá frustrado desde la tensión de este acto de violencia, que pareciera se repite en el devenir de la cotidianidad con nuevas violencias, como la reciente desaparición de los 43 estudiantes de Guerrero en 2014 aún sin resolver, o los terremotos que se suceden a manera de metáfora del cambio abrupto y violento, telúrico, local.
La violencia política en las calles refleja la de los hogares, un abandono a las responsabilidades que supone el esfuerzo de pareja y la revalidación de los roles masculino y femenino en el orden familiar y social.
Serán ahora las mujeres quienes por decisión propia o “abandono” -esa violencia pasiva-, se vean empujadas a valerse por sí mismas como madres solteras y administradoras de la casa.
Así lo denuncia Sofía cuando en una noche de ebriedad tras arruinar el coche del pater familias, abraza a Cleo y le confiesa: “no importa lo que te digan, siempre estamos solas”, en una experiencia de solidaridad femenina como motor del cambio que supera las diferencias sociales y no por otra razón diferente a que el abandono las afecta por igual.
Es el coraje ante la vida en su integridad, el que convierte a Cleo en la gran protagonista, cuando supera el miedo al mar y salva del ahogamiento a los niños en las playas de Veracruz, en la reivindicación de su propia hija ausente ahora representada en los hijos de crianza que han sido abandonados por el padre.
Cleo, se convierte entonces en la heroína protectora de la vida en esa demostración -odiosa para muchas revisionistas de género-, del cuidado de los otros, de los hijos idos y de los ajenos como una responsabilidad que aún hoy no comparten hombres y mujeres pero atribuible culturalmente a la madre.
Ello nos cuestiona si el rol femenino del cuidado replanteado por el cambio económico y social compite con el masculino sin redefinirlo a otras miras, en un círculo vicioso de roles intercambiables pero no superables por la tiranía del mercado, que no distingue géneros ni posturas sino apenas instancias de productividad y gasto.
Sobre sus bases navega un mismo modelo de empoderamiento mediante el consumo en la sociedad, que les impone una ficción de libertad pero con mayores obligaciones que las que cualquiera pueda soportar; ser profesionales exitosas y también madres e hijas y vestirse bien y arreglarse mejor y ser bellas y también ser proveedoras, mater familias, ser hombres y mujeres en una sola.
Situación abrumadora enfrentan también hoy las masculinidades sometidas por “privilegios del género” a la estoicidad emocional, al auto rechazo que implica experimentar la vulnerabilidad como aquel sinónimo de debilidad en un contexto que exige la idea de la fuerza, la de llevar las riendas del dinero y el trabajo y que también de manera no explícita es la crisis contemporánea del padre de Cuarón que abandona a su familia desecho en su rol de hombre de la casa.
El coche que otrora manejaba el padre y que sirve de metáfora para la autoridad y el poder, se desvalija, se estrella, cambia de conductor; el hombre desesperado y temeroso, huye. ¿Es acaso un cobarde? ¿O son el tiempo, el mercado, la ambición y el ego intelectual y la inalcanzable autosuficiencia a crédito, la vida misma, las que se le han venido encima?
De ahí que se afirme que en la era contemporánea de la escasez, el hombre pueda ser tanto un privilegiado del tan mentado “patriarcado”, como su propia víctima y equivocadamente, entren las mujeres no precisamente a alterar esa dinámica “opresora” atribuida a los hombres, sino a sustituirlos deseando el mismo poder negado en un ejercicio consciente de “venganza histórica”, que aplica la misma lógica masculina que pretendían subvertir.
Que la película se ruede en la colonia Roma, vecindario hoy de tendencia hípster de la Ciudad de México y en los años 70´s residencia de clases profesionales en ascenso económico, nos relata el cambio de una sociedad contada desde la experiencia vital del director que reivindica el rol femenino como gestor del cambio y fuente de solidaridad social.
Alfonso Cuarón es el niño testigo, el relator de la historia de la “indita” humillada cuya imagen parece un trazo nostálgico de Guayasamín, es el cronista del recuerdo y de la memoria, de la abuela como presencia, de la madre abnegada que sufre y del padre ausente; es la luna, esa “mujer” que abriga el llanto y que hace un llamado al pasado para explicar la suerte de una nación que se refugia en un cuestionamiento latente, que parece incluso hoy lejano en el horizonte y donde sobrevive una violencia en las calles que se esconde y fecunda desde el interior de los hogares.