
Entrevista a Pedro Bravo, autor de ¡Silencio!

En una época en que la atención es mercancía y el silencio parece sospechoso, Pedro Bravo se atreve a decir lo evidente: estamos demasiado conectados y, a la vez, radicalmente desconectados. Periodista, escritor y pensador inquieto, Bravo lleva años explorando cómo el ritmo frenético de nuestras sociedades moldea no sólo nuestros hábitos, sino también nuestras formas de estar en el mundo. Su obra, cruzada entre ensayo, activismo y crítica cultural, cuestiona la lógica del exceso, del consumo y de la productividad total. Es autor de libros como Exceso de equipaje y ¡Silencio!, donde propone una vida más lenta, más habitable, más humana.
Demasiadas voces, pocos diálogos; mucha prisa, poca dirección. Pedro, dime… ¿por qué hay tanto ruido?
Hay muchos ruidos y muchos porqués. Hay ruidos físicos y ruidos mentales. Los ruidos que se miden en decibelios son una constante presencia en nuestras vidas urbanas. Pero también hay ruidos más difícilmente medibles, los que están en nuestra cabeza, los miles de pensamientos que saltan por ahí dentro cada día y a los que a veces damos demasiada importancia: las inquietudes que nos provocan las empresas de la economía de la atención, los medios de comunicación, las redes sociales, las plataformas de streaming; la prisa que nos exige un ritmo de vida impuesto… Se puede decir que hay ruidos que vienen de serie con nuestro ser animal y otros que hemos ido creando, que ha creado, sobre todo, el modelo económico. Mi tesis es que el silencio, parar, observar, escuchar, darse cuenta, es una necesaria forma de resistencia, un esfuerzo con recompensa, la manera de empezar a hacer las cosas de otra manera.
¿Existe un silencio verdaderamente emancipador o siempre estamos en peligro de que el silencio acabe siendo solo una pausa entre dos ruidos impuestos?
No creo que haya una sola cosa que solucione la diversidad y complejidad de nuestros problemas, individuales y sociales. Pero, como te decía, sí creo que el silencio es una forma de empezar a abrir hueco. Efectivamente, si te vas a dar un paseo a un bosque o te quitas el móvil durante un día o haces cualquier otra acción de resistencia, probablemente sólo estás haciendo un paréntesis entre ruidos. Pero si lo haces más veces, te darás cuenta de que esos paréntesis conforman una narración alternativa de la que puede salir algo nuevo, algo distinto. No se puede cambiar haciendo todo el tiempo lo mismo a la misma velocidad.
¿Esa velocidad ha existido siempre? ¿Por qué tenemos la sensación de estar tan acelerados?
Es curioso, porque desde hace siglos se ha tenido la sensación de que se iba muy deprisa. Se puede observar en citas de autores clásicos, renacentistas, románticos… Pero mi sensación es que el cambio de velocidad tiene mucha relación con tecnologías asociadas al modelo económico, al capitalismo. La Revolución Industrial es un gran acelerador y, más recientemente, esto que algunos llaman Tercera Revolución Industrial, lo está siendo mucho más. Las tecnologías digitales, la conexión permanente, las exigencias y adicciones que provocan las redes nos hacen sentir esta prisa. Pero también el propio modelo económico, la desigualdad creciente y la necesidad de ir rápido para llegar a todo lo que hace falta para sobrevivir.
¿Entonces el capitalismo es un sistema que va en contra de nuestra temporalidad?
Nuestro cuerpo animal está hecho para reaccionar y convivir con los estímulos de la Naturaleza, de la que formamos parte. Eso también implica una velocidad, un ritmo. Nuestro ingenio y nuestra capacidad de asociarnos han ido creando artefactos y sistemas que nos han acelerado la vida. Podemos ponernos a ese ritmo, pero tiene consecuencias. En la salud de cada uno y en la de todos. La forma que tiene el capitalismo de asumir el control de los tiempos y las vidas puede llevarnos a eso que decía Lynn Margulis: “El destino inevitable de las especies con exceso de éxito es borrarse a sí mismas”.
Un exceso es lo que nos lleva a sentirnos saturados. Ante esto, Thoreau pedía “simplicidad, simplicidad, simplicidad”. ¿Por qué es tan difícil transformar ese consejo en algo realmente efectivo?
Quizá se trate de la propia dinámica de aceleración y de ruido, es posible que el aturdimiento que sufrimos nos impida darnos cuenta. O quizá seamos así, puede que ésta sea nuestra manera de ser y de existir, que nuestro destino evolutivo sea eso de “vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito”: esa frase que se atribuye a James Dean, aunque nunca la dijo, y que retrata la existencia fugaz de muchas estrellas del rock. Somos un poco estrellas del rock, de hecho. Una especie narcisista y caprichosa que piensa que es la más lista, la más guapa y la más importante.
¿Crees que este narcisismo colectivo y la obsesión por la velocidad son síntomas de una etapa transitoria –quizá adolescente– en la evolución de la conciencia humana, o más bien rasgos estructurales y permanentes de nuestra especie?
Uf… Difícil pregunta, pero yo desconfiaría de cualquiera que dijera que la puede responder. Quizá sólo alguien parecido al concepto de dios que manejan las religiones podría tener esa perspectiva del trayecto y personalidad de nuestra especie. Sospecho que nuestra evolución no responde a un plan, y menos a uno nuestro, y creo que lo que somos es consecuencia de cómo somos, de nuestras condiciones de partida, y de los caminos que hemos ido tomando. Y sí creo que esos caminos imprimen carácter, y parte del nuestro se alimenta de lo que hemos venido haciendo en los últimos siglos: preocuparnos más por el dinero que por la vida.
Nos preocupa más el oro que el becerro de oro…
El ingeniero informático Linus Torvalds habla en el prólogo de un libro llamado La ética hacker de tres motivaciones del ser humano para hacer cosas: la supervivencia, la vida social y el entretenimiento. Cubierta una, pasamos a la siguiente. Lo novedoso de esta llamada ley de Linus es lo de huir del aburrimiento. Torvalds dice que eso es lo que nos motiva a investigar y reflexionar, a meternos en todo tipo de proyectos, a superar récords. Dice que esa motivación está por encima de la acumulación de dinero o poder, que esto es consecuencia de aquello. ¿No será que ahora nos hemos equivocado de prioridades y por eso nos sentimos torcidos?
Cuando lo que hacemos nace sólo del impulso de llenar el tiempo, de evitar el vacío, corremos el riesgo de confundir el sentido con la distracción. Nos volcamos en metas, acumulaciones, logros, pero todo eso puede ser solo una forma refinada de huir. No del aburrimiento, sino de algo más hondo: de nosotros mismos, de la pregunta por quiénes somos y qué significa estar vivos. ¿No será que ese extravío lo sentimos porque hace tiempo dejamos de habitar la pregunta?
Sí, así creo que es. Sospecho que no todo el mundo en el pasado –en los pasados– vivía en la tranquilidad y el equilibrio; la diferencia es que ahora los estímulos, cuyo fin es que nos dejemos llevar por el ruido, la inquietud y la prisa, son muchísimos más que nunca y utilizan mecanismos de atracción y adicción mucho más sofisticados. Pero la clave para resistir está en eso que mencionas, en habitar las preguntas y en descubrir el vacío. Sólo en lo que no es se puede empezar a descubrir lo que es, porque el vacío es fértil, es vida. Quizá no se trate, sea imposible, de saltar a él de cabeza, pero conviene asomarse de vez en cuando.
Asomarse de vez en cuando. ¿Qué prácticas recomiendas?
No me gustaría convertirme en guía de nadie; creo que cada uno tiene que encontrar sus recursos para la resistencia y que, de hecho, hay mucha gente haciéndolo, paseando por el campo, escuchando y observando pájaros, moldeando cerámica, meditando, usando los llamados teléfonos tontos o quitándose las apps o incluso renunciando a trabajos. Diré que la ventana al vacío asoma en acciones como callar, frenar, apartarse, renunciar; como ves, todas palabras muy poco populares en nuestro tiempo.
Sigues a los que promueven que “menos es más”; que nuestros problemas sean uno o dos, y no mil; devolver a la atención la importancia que merece.
Es que el ruido, la inquietud y la prisa son una manera muy eficaz de aturdimiento, de opresión, por tanto. Tratar de resistirse a esta impuesta vorágine a partir del silencio y la quietud es esforzarse en recuperar la atención. Es disidencia y es resistencia, el primer paso para cambiar las cosas. Porque atender significa poner el foco en algo o en alguien y también significa cuidar. En el primer capítulo del libro cito a Jose María Esquirol cuando dice “vivir no es vivir, sino darse cuenta”. Eso es atender, darse cuenta de lo que nos es importante, que pueden ser muchas más cosas de las que creemos, porque cuando uno se concentra de verdad aprende a abrazar los matices de todo y de todos. Es la manera de cuidarnos y cuidar a los otros.
Quizá, al final, todo se resume en eso… en darse cuenta. En una época tan ruidosa, tan urgente, donde todo pasa sin que apenas lo vivamos, detenerse a atender no es sólo un gesto íntimo, sino un acto profundamente político, humano. Lo que has dicho, esa atención como forma de cuidado… vivir como si escucháramos por fin algo que llevábamos tiempo olvidando.
¿Hay algo más que te gustaría añadir… algo que aún no se haya dicho pero que pida salir?
Gracias: a ti, a aion.mx y a quienes lean esto por su tiempo y su atención.