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Takezaiku. Un cuento sobre vejez y experiencia

Takezaiku. Un cuento sobre vejez y experiencia

Con el primer trueno, huyen a sus escondrijos los peces. El estruendo se nota en el agua y las hondas avisan a las carpas. Con el segundo trueno, son los pájaros los que escapan en todas direcciones, dejando sus refugios a merced de la furia del viento. Con el tercer trueno, que se siente como si un gigante hubiese tropezado y dado de bruces contra el suelo del bosque, el cielo se rompe y empieza a llover. Los párpados se van arrugando y plegando, y muy poco a poco, van tomando la forma de dos pergaminos que se cierran en perfecta sincronía con el sonido ascendente del agua que golpea la techumbre de la cabaña. Para cuando el viejo abre los ojos por completo, la lluvia es torrencial y se siente en toda la casa. Los pies se mueven buscando las sandalias. Kagome sabe que es hora de ponerse en pie.

Apura el té, se enjuaga la boca con el último sorbo y se aproxima a la puerta. Agarra el cuchillo y, tras ponerse la capucha con dificultad, sale y avanza en dirección al bosque con pasos lentos y pesados, arrastrando los pies y ayudándose del cuchillo como bastón para no ceder ante el viento, la hojarasca y el barro. Se hace muy difícil distinguir los troncos de bambú de las gotas de lluvia que, al caer, trazan una perfecta línea entre el cielo y el suelo.

Las gotas impactan como guijarros en la espalda curvada, pero el viejo no se amedrenta y persiste en su avance, alzando la vista cada veinte pasos. Ya cerca del primer tronco de bambú, se agarra al cilindro verde, alza el cuchillo con la mano derecha a dos palmos del suelo, lo clava con fuerza cerca de la base del tallo y se deja caer sobre el mango de madera. Con la mano izquierda empuja ligeramente el tronco, que no se mueve. Kagome gruñe y gira lentamente en busca de otro tallo. Aparta la hojarasca y el barro de la base del bambú y repite la operación. Tras empujar el grueso tallo verde con decisión y fijar el cuchillo para que descanse hendido en la base del tronco, la planta parece ceder ligeramente. Kagome da dos golpes secos pero fuertes al tronco a la vez que gira con rapidez la mano con la que sujeta la hoja afilada y, clac, el bambú se desliza sobre el corte con delicadeza hasta que cae a los pies del viejo.

El anciano cortador amputa del bosque dos maderos más y los junta, trazando después una pequeña hendidura a cada tronco, guiado por la marca que la tierra deja en los tallos y que anuncia el punto desde donde la planta se asoma al mundo. Con una gruesa tira de cuero, aprovechando el surco de las hendiduras, ata los troncos, los aprieta unos contra otros, tira del cuero sobrante y comienza a enrollarlo alrededor de sus manos. Cuando no le queda más de un metro de cuero, se lo lleva a la cintura dándole una vuelta y anudando el final de la tira sobre su costado derecho. Con el cuchillo haciendo de bastón una vez más, comienza a caminar, arrastrando la carga en dirección a la cabaña. El esfuerzo es mayor y la lluvia no cesa. El viejo tampoco tiene intención de ceder.

Alcanzada la puerta de la cabaña, Kagome la empuja con el cuchillo y arrastra los bambúes al interior. Con el cuarto trueno, la puerta de la cabaña se cierra, el viejo se resguarda, y deja de llover.

Aprovechando que Kagome ha vuelto a casa, Itachi sale de su escondite. El joven cortador regresa a la aldea como cada vez que espía a su objetivo: sin entender su comportamiento. Tras muchas jornadas de observación parece tener claro que corta los bambúes más maduros. Eso no es ningún secreto. Aunque la madera de los troncos maduros pueda ser algo débil, sobre todo cerca de la base, en el suelo, y suponga un riesgo a la hora de trabajarla si no se trata bien, es mucho más fácil de vencer con un cuchillo bien afilado, aunque después haya que obrar milagros para que las piezas que se fabriquen sean resistentes. Cortar un tronco joven, más o menos tierno en toda su dimensión, dejarlo secar y trabajarlo después es fácil, es lo que todos hacen, incluido él. Para los cuencos o los vasos no hay problema, pero una silla o una mesa de bambú joven no dura demasiado y lo sabe bien. Lidia con ese problema desde siempre. El bambú joven no es tan resistente. De ahí que la madera de bambú maduro sea el verdadero tesoro, resistente, pero casi imposible de doblegar en los trabajos más refinados. ¿Cuál es el secreto del viejo? ¿Acaso sabe qué tronco cortar? ¿Y por qué los días de lluvia?

Algunos aldeanos conservan sillas que pertenecieron a sus abuelos y bisabuelos, también mesas y otros muebles que no llaman especialmente la atención por su estética, pero que son venerados como piezas casi indestructibles, de una resistencia legendaria, y están empezando a adquirir cierto renombre en aldeas lejanas. Itachi está convencido de que nada es tan legendario como parece, que el viejo Kagome solo tiene trucos de antiguo oculto, y él, joven cortador, está decidido a descubrirlos. Solo hay que esperar al siguiente trueno.

Con el primer trueno, las carpas huyen. Con el segundo, los pájaros. Con el tercero, la lluvia llega, e Itachi espera la salida del viejo cortador, agazapado entre la espesura de los tallos jóvenes. Pero Kagome no aparece. Itachi espera, paciente, pero empieza a sospechar. Puede que el viejo le haya descubierto. El joven cortador da un rodeo sin perder de vista la cabaña y se aproxima a la zona donde el viejo ha estado cortando maderos las últimas jornadas. Al paso nota que la tierra es ahí más blanda y que además ha sido removida alrededor de donde crecen los bambúes. Los pequeños huecos están anegados, pero son visibles las partes bajas de los troncos, de un verde mucho más claro, que permanecen normalmente bajo tierra. Justo ahí, Itachi comprueba, arañando el tronco, que el tallo es mucho más tierno. ¿Ese es el secreto del viejo Kagome? ¿Ahogar el bambú para reblandecer el tronco y que sea más fácil cortarlo? ¿Así de simple? ¿Se estaba riendo el viejo y aquello no era más que otro de sus trucos?

Kagome sigue sin aparecer e Itachi está preocupado. Decide aproximarse lentamente a la cabaña. Al mirar por la ventana solo ve vapor. Más allá de esa espesura blanca es imposible adivinar nada, luego no queda más remedio que entrar. La puerta está abierta, solo tiene que empujarla lentamente. El vapor se escapa poco a poco y el habitáculo descubre sus secretos.

En un rápido vistazo analiza la parquedad de muebles y enseres: una mesa baja, una silla, el hogar en un pequeño rincón, una estantería con vasos y utensilios de cocina y en la esquina opuesta, maderos, recortes de bambú, herramientas y dos enormes balsas llenas de agua, la fuente del vapor que se había condensado con tanta fuerza. Cerca de las balsas, sobre una estera, el viejo Kagome permanece tendido, con el brazo derecho estirado. Itachi se aproxima al viejo con cautela, pero ya está suficientemente cerca para comprobar cómo los ojos y la boca están ligeramente entreabiertos y la cara del viejo cortador tiene el mismo color que el bambú que tantas veces ha visto estropearse. El mismo color del bambú viejo y deslucido que usa para las figurillas que fabrica para sus hijos y que tiene que disimular siempre pintándolo con colores muy vivos.

Arrodillado ante el viejo, el ceño fruncido, desconcertado, Itachi parece reconocer que el viejo Kagome no tenía demasiados secretos. El joven cortador se incorpora y encara la salida de la cabaña, pero repara en el detalle de las balsas cercanas. Dos contenedores de madera tan grandes como el propio Kagome, como él mismo incluso, llenos de agua. En una de las balsas descansan varios troncos de bambú sumergidos en el agua caliente. En la balsa contigua, el agua de lluvia se precipita desde el tejado hacia el interior con lentitud. Dentro, permanecen sumergidas en el agua fría varias láminas verdes, combadas por la fuerza del cuero que las ata.

Itachi se agacha ante la balsa, estupefacto, y saca una de las láminas de bambú. La palpa, la acaricia. Es tierna y suave, pero a la vez rugosa y firme. Al sumergirla de nuevo, el joven cortador descubre una pequeña inscripción en el fondo: “el bambú que se curva es más fuerte que el roble que resiste”. Al apartar los maderos y comprobar el fondo de la balsa de agua caliente de al lado, lee otra inscripción que reza: “sé como el bambú que cuanto más alto crece, más se inclina”.

El joven cortador, rendido ante el descubrimiento, mira de nuevo el cadáver del viejo como si se despidiese de él y a la vez le agradeciese la herencia de su conocimiento. Con el sombrero entre las manos y la cabeza agachada, muestra sus respetos al viejo cortador antes de partir en dirección a la aldea. Cerca ya de la puerta y justo antes de salir, adivina, justo encima del quicio, unas letras talladas en la pared: “Takezaiku”, y debajo, otro grupo de letras apelotonadas, pequeñas y casi imperceptibles, forman la frase “la lluvia es un problema sólo para quien no quiere mojarse”.

Itachi se gira para mirar el cuerpo del viejo una vez más, pero el joven cortador descubre que ha desaparecido.

Con el cuarto trueno el cielo se abre, Kagome encuentra su refugio, y deja de llover.

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