Escasez. Un poema sobre el agotamiento del agua
En medio de la sequía
nos atraviesan las memorias
de lo que fue:
Un aparentar cambiar.
Un no cerrar el grifo a tiempo
para luego asomarnos a él,
esperanzados
en ver salir tan sólo una gota.
Litro tras litro
el mundo fue quedándose vacío.
Cuerpos deshidratados
que andaban por inercia
entre mareos y confusión.
El cambio climático
marcó la fatal hora.
Poco podía hacer ya
el deseo de redención.
La huella hídrica
había quedado grabada
en el orbe.
Acuíferos inalcanzables
que, subrepticiamente,
nos decían:
¡Ya no hay tiempo, no!
La sed inmensurable
nos fue arrastrando
y consumiendo.
Embriagados de calor
y sin hallar una solución,
buscando como obsesos
su cristalino rumor.
El colapso del mundo
se aproximaba.
¿Agua potable?
¿Agua transparente y clara?
¿Agua?
Muy pocos la podían aún sentir
recorriendo sus cuerpos,
bañándoles con su frescor.
Casi nadie miró el reloj
a tiempo.
¡Sofocación!
Animales marinos perecen
en brazos de una tierra
árida y caliente.
Nuestro líquido vital,
silente,
desaparece.
El acceso deja de ser libre
y restringido se vuelve.
El espejo de agua
se desvanece
hasta ser sólo vapor.
Líquido
que se agota
gota a gota.
Escasez:
El agua ya no corre por los ríos…
por los grifos.
Nos acabamos la vida
entre mil y un mentiras.
¡Ha llegado el Día Cero!
La raza humana
se ha extinguido sola.
Autocompasión absurda.
Culpa.
Sofocados…
Sedientos…
Con la boca seca
y el último clamor.