Poemas sobre guerra. Los cuatro jinetes del apocalipsis y un carrusel
Cabalga inmaterial en el tiempo
El jinete del caballo blanco
El libro de las revelaciones aguarda tranquilo,
cubierto de polvo, en un rincón olvidado espera
a que se desprendan cada una de sus hojas,
a que las letras caigan como lluvia ácida
sobre la humanidad.
En tanto, creció una selva iridiscente
regada con las lágrimas del niño encarcelado,
el viejo guardián, el de las llaves oxidadas,
el que tose y escupe sangre,
golpea furiosamente el rostro sudoroso del preso.
No llora, se hace un silencio y son las ratas
sacudiendo el polvo y las tizas de los muertos,
las acometidas de los sueños,
la cal del suelo,
las piedras esparcidas en la miga del alimento.
Sobre la lama grasienta de las paredes roídas
destaca el dibujo de un ahorcado,
en donde han anidado peces de plata,
sí, esos que comen de lo viejo y la pobreza,
crepitan llamas en las uñas heridas
del hombre que partió de la celda suicida
y, en sus ojos, la mirada de una madre que grita,
de una niña extraviada, de un anciano roto
en donde el jinete del caballo blanco olvidó
cercenar el dolor y el miedo.
Reza mientras pronuncias mi nombre
El jinete de la guerra
Cuando la esperanza regrese,
hace tiempo que voló y no la encuentro,
los viejos tomarán camino
y los gallos ladrarán como perros
para que los perros canten al alba.
La carne será de titanio y las entrañas de níquel y cadmio;
los dioses desaparecerán con la última luz del sol.
Entonces vendrán las guerras,
los humanos caerán y se volverán a levantar.
Morirás, morirás
y no encontrarás el libro para hallar el eterno descanso.
Las naves Ícaro chocarán contra los pocos edificios que queden en pie,
en las calles podrán ver los cuerpos fulminados por el estallido,
sobre la arena y el asfalto quedarán,
serán olvidados, insepultos, podridos y calcinados.
Fueron humanos, serán cenizas.
Cuando la esperanza regrese,
los niños saltarán las tapias del gigante
y con ellos los viajeros sin casa,
con los cacharros que rescataron de los escombros,
con los libros escondidos en la tetera de la abuela,
con los miembros heridos y cercenados,
no construirán dioses, no habrá fronteras,
el humo denso desaparecerá
y el jadeo de la bestia en donde monta el jinete de la guerra
se escuchará en ecos abisales,
entonces, gritaré:
Siendo Baal, bebí la sangre de los niños inocentes de Babilonia.
Cuando fui guerrero azteca, arranqué corazones en los altares de las pirámides.
Siendo Jesús, entregué mi carne y sangre para que me crucificaran.
Maté a niños musulmanes y violé a sus madres.
Siendo Alá, decapité a los infieles, les corté el cuello, fui un niño pero también una bomba.
Yo fui, soy y seré cada uno de tus dioses sangrientos.
Fui yo quien crucificó a los cristianos para Nerón.
Yo fui quien empaló a los turcos en las apuestas de Drácula.
Fui Torquemada, quien prendió fuego a las piras de la Inquisición.
Fui yo quien masacró a los indios con las manos de Pizarro.
Fui yo quien mató a los judíos en Polotsk para Iván el Terrible.
Fui yo quien asesinó a los africanos a manos de Idi-Amin.
Yo fui quien arregló el montón de cráneos de Pol-Pot.
Fui quien encendió la pira en los crematorios de Auschwitz.
Fui yo quien robó la comida en los campos de trabajo de Siberia.
Tengo la cara de todos los dictadores desquiciados de este mundo.
Babilonia, Roma, Tenochtitlan, Targowiste,
Vaticano, Moscú, Berlín, Kampala, Phnom Penh,
mi capital es cada ciudad de la humanidad,
mi hogar son todos los hogares de este planeta.
Orgullo, avaricia, impureza, envidia, ira,
falsedad, hipocresía, hipocresía, odio,
traición, estas son sólo algunas de mis virtudes,
¡este soy yo!
Yo soy todo el mal de vuestras civilizaciones.
Yo soy el mundo que creaste.
¡Yo soy el jinete de la guerra!,
quien pinta de rojo los mares y hace caer las estrellas.
Tota vita nihil aliud quam ad mortem iter est.
(“Toda la vida no es más que un camino hacia la muerte”).
Séneca
El jinete del hambre
Montó un caballo negro,
nadie supo cómo llegó, no escuchamos sus pasos,
los cascos no tocaron el suelo,
se deslizó en el hálito de la desesperación,
se metió a las casas por los bolsillos rotos,
en los platos y portaviandas vacíos.
El viento trae su voz: “yo soy hambre”.
Y sin embargo sigue ahí: esbelto, desgarbado,
con los ojos de la tisis y las espuelas filosas metidas
en las costillas del equino famélico que enojado y feroz
relincha y corre, corre, corre… Hacia una ciudad elástica,
perdida en el macrocosmos de mi hambre.
Me dio miedo la condición “humana” en ese mundo.
Era tan vulnerable a todo, que tuve la necesidad de idear la forma de protegerme.
Encontré rostros de niños difuminados de ojos caídos, nariz desgarrada y boca abierta.
La ciudad palpitó como un órgano humano de ventrículos en las avenidas
con torrentes de ríos en las vísceras y la lengua pegada al concreto,
respiró por las entrañas de los drenajes profundos que para ese momento
eran el templo del jinete.
La ciudad ardía, las balas chocaron y la gente cayó fulminada.
Respiré el olor a pólvora, vi las esquirlas por doquier,
pero fue el hambre quien me llevó a la tumba.
¡hambre!
¡hambre!
¡hambre!
Construcción del tiempo oblicuo
El jinete de la peste
En el aire denso se alza un presagio,
sopla el viento sus humores negros,
augurio de dolores venideros,
allá en el cielo las aves volarán en un
zig zag errático que será el aviso a la tragedia.
Escucharás doblar las campanas.
Tiempos oscuros serán, el flagelo aterra.
Rondaré por todos los caminos, las casas,
los lavaderos, los ríos, los lagos,
los jardines y vertederos,
en todos los rincones me restregaré
y serán mis ratas las que, con su pulgón en la espalda,
propaguen el mal,
llorarán, humanos,
llorarán y no tendré piedad.
No habrá iglesia que les salve,
ni roca que les aplaste,
ni río que les lleve.
Subirán insepultos sus restos bajo mi aliento pútrido,
licores.
¡Reza!, ¡reza!
Elige tu lugar entre los cadáveres amontonados.
¡Corran!
Yo soy, peste.
El jinete de la muerte
El libro de las revelaciones ahora se cierra,
nada vuelve a ser igual, las hojas caídas no se reponen,
el tiempo no regresa;
pero el niño creció, se convirtió en la humanidad
y montó el último de los caballos vivos.
La selva iridiscente comenzó a arder y entonces, lo pudimos ver,
pálido, transparente,
rapaz y veloz.
No lo escuchaste llegar porque vivía dentro del mundo,
latía con los corazones de los gobernantes,
y jugó con las cartas del bacará.
Así los hombres de todas las tierras le llamaron con distintos nombres, y le dieron hogares infames, algunos muy cerca del Infierno, otros en el vacío de las montañas de hielo, o en páramos desolados. En cualquiera que fuere su hogar o su templo, desde allí pernocta tan vieja como lo es la eternidad, impasible y sin voz.
El jinete de la muerte.
When suddenly Johnny gets the feeling he’s being surrounded by
Horses, horses, horses, horses
Coming in in all directions
White shining silver studs with their nose in flames,
He saw horses, horses, horses, horses, horses, horses, horses, horses.
Patti Smith
Carrusel
Pálido color de una figura de cerámica olvidada en el carrusel,
crispadas crines.
Caballos atravesados por la lanza de hierro, relinchan mudos mientras suena una melodía.
Granos diminutos de maíz se convierten en notas musicales,
pronuncia mal el nombre del niño herido,
una muñeca cierra un ojo perezoso,
carga una maleta al exilio.
Caballos atravesados por la lanza de hierro, brilla su mirada de madera enmohecida,
la melancolía se estacionó en la maquinaria oxidada de un tocadiscos viejo
en donde escuché cantar a Patti Smith por primera vez,
estrellamos el verano en un taxi aparcado que era nuestro lecho,
mientras la guerra estallaba.
Fuimos punks que destrozamos nuestro cuerpo para no sentir
y quisimos morir abrazados con un amigo antes que con nuestros padres,
estuvimos solos corriendo en el carrusel como mustangs salvajes,
forjamos un porro para alcanzar las estrellas y viajamos a la década perdida.
¡Corre!
Pero espérame en las canciones que nacieron como un poema, en esas canciones
que llevaban el repudio a las guerras…