Landscape. Un relato de viajes en el tiempo
Gerardo Howard se impresionó al ver la gran máquina del tiempo de la corporación TimeWater. Le hizo recordar al sistema de su viejo atmosintetizador de la infancia. La máquina era una gran cúpula de grafeno, con tuberías de nanofibra para transportar las partículas; el pesado condensador de flujo en su interior requería mucha energía, la cual era abastecida por el reactor nuclear de las instalaciones. En cambio, el atmosintetizador era una pequeña cúpula que cabía en la mano; solamente se necesitaba una cápsula de agua para crear una pequeña nube que le diera un poco de sombra y frescura. Los tiempos eran distintos. La sequía y falta de agua eran graves problemas globales. Pero TimeWater otorgaba una solución: el proyecto Landscape: un escape al pasado.
TimeWater era la única empresa que daba solución a la falta del vital líquido en todo el mundo. El estrés hídrico en niveles alarmantes creó la necesidad de abastecer únicamente con diez litros de agua al mes a cada habitante de las metrópolis. Esto, realizado principalmente con ayuda de la corporación a través del proyecto Landscape, el cual fue financiado por varios sectores gubernamentales que vieron la capacidad de TimeWater de traer agua del pasado como una rentable y milagrosa forma de obtener el líquido que tanta falta hacía.
…
Gerardo, ingeniero físicoquímico, ahora formaba parte de la iniciativa. El equipo de doce científicos que lo incluía ingresó a la cúpula cronoestacionaria. Ajustaron los controles del condensador de taquiones y emprendieron el viaje. Retrocedieron cien años hasta el 2001. El agua en aquel entonces era abundante al sur de México.
Luego de pasar por la turbulenta brecha espacio-temporal, los científicos llegaron a la base subterránea de TimeWater. Las instalaciones se encontraban dentro del cráter de un conocido volcán mexicano. El doctor Jules Okawa decía que necesitaban de la energía geotérmica del magma volcánico para lograr hacer funcionar la máquina del tiempo, además de que la ubicación era perfecta para pasar desapercibidos por el mundo exterior.
Gerardo tenía que estudiar las nuevas rutas freáticas del Subdown: el sofisticado e inteligente sistema de tuberías de TimeWater. A pesar de que estaban en una estructura volcánica, el interior de las instalaciones era regulado por un sistema aerotérmico capaz de controlar la temperatura infernal del cráter.
El ingeniero Jean Morales, amigo de Gerardo, le dijo que quería conocer el territorio de ese México del pasado, a pesar de que las indicaciones eran estrictas sobre salir a los alrededores. Nadie debía tener contacto con la gente de ese tiempo, ni comentar dato alguno del proyecto Landscape.
Como única opción para salir del cráter estaba el transporte a otras bases de Sudamérica. Esto se hacía con largas aeronaves blancas en forma de cigarrillo, que funcionaban por impulso electromagnético. Solamente los ingenieros con más años en la empresa tenían tal oportunidad. Ese día, Gerardo vio cómo salía una de esas naves; subió por un túnel hacia la superficie, hasta salir disparada a la atmósfera.
Un par de geólogos lo llamaron para dirigirse a los túneles. Gerardo asumió el trabajo y los siguió a unos elevadores que lo llevarían a las profundidades.
…
—¡Deben de creerme! Existen bases alienígenas en el interior del volcán Popocatépetl— exclamó Horacio Trujillo ante los directivos del periódico Jornada de Puebla.
El director Pablo Medina tomó la carpeta de Horacio. Inspeccionó las fotografías que habían ahí. En muchas aparecían borrosos objetos voladores no identificados saliendo del cráter. El director lo vio con incredulidad.
—¿En serio crees que estas fotos serán convincentes? Han salido mejores en la televisión. Seríamos una burla.
Medina lanzó la carpeta a la basura. Horacio la volvió a recoger y se dirigió a la salida de la oficina con indignación. Antes de salir, el editor Fito Pérez dijo:
—Consigue mejores fotos, más claras, y hablaremos.
Los hombres se quedaron riendo y Trujillo azotó la puerta.
Marina, esposa de Horacio, lo esperaba en el restaurante que estaba frente al edificio de prensa. Los chilaquiles se habían enfriado cuando Trujillo llegó.
—Y bien… ¿Lo lograste, cariño? —preguntó.
Horacio meneó la cabeza con decepción:
—Me han bateado… ¡No saben nada de ufología!
Marina lo abrazó. Le dijo que se tranquilizara. Ya buscarían otra forma de publicar y vender su artículo. Horacio la vio con cariño; valoraba mucho la paciencia que le tenía su esposa, pero existía algo más en la mirada de Trujillo.
—Deberíamos acercarnos más al volcán. Tal vez así podamos tener mejores pruebas.
Marina lo vio con preocupación.
—Pero está prohibido. Es territorio de la CONAFOR. Hace poco han empezado a poner bardas para no pasar al bosque.
—No me importa. Debe existir la manera de entrar. Debo conseguir esto. Sé que sucede algo ahí arriba en el Popocatépetl. ¿Te acuerdas de aquella noche cuando acampamos cerca? Pudimos ver naves blancas salir lentamente de la boca del cráter. Todo esto es real —insistió Trujillo.
Marina asintió. A pesar de la incertidumbre, trató de entender a su marido. Seguramente podría darse otra oportunidad para descubrir lo que se ocultaba en la montaña.
…
—Cuenta la leyenda que los dos volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, representan el amor imposible de dos antiguos nativos tlaxcaltecas. Ellos estaban enamorados, pero el guerrero Popocatépetl tuvo que ir a una batalla contra enemigos aztecas. Solamente al regresar podría estar junto a su prometida. No obstante, el envidioso guerrero Katzigua le dijo a la doncella Iztaccíhuatl que su prometido Popocatépetl había muerto en combate. Embargada por la incertidumbre, Iztaccíhuatl entró en desesperación y decidió suicidarse. Cuando Popocatépetl recibió esta nefasta noticia, vagó con desolación por el pueblo. Finalmente, con el poder que le dieron los dioses de la tierra, procedió a juntar varios cerros para alzar una alta montaña en honor a su prometida. Fue así como ambos se convirtieron en volcanes, para vivir juntos por la eternidad —explicó Jorge Castillo, un viejo geólogo de TimeWater, mientras mostraba los planos tridimensionales del relieve de la región.
Gerardo escuchó con fascinación la historia. Ciertamente, existían dos altas montañas en la región, una frente a la otra, ahora convertidas en peligrosos volcanes cuyo magma era beneficioso para los fines de la corporación.
Howard estudió el trayecto de las tuberías inteligentes a lo largo de la semana. El sofisticado Subdown era una tubería de nanofibra intuitiva que se expandía por el subsuelo, creando ramificaciones al detectar nuevas rutas de mantos freáticos: manantiales, ojos de agua y cuencas. Hasta ese momento, la tubería había extendido sus frenéticos tentáculos por el sureste de México, a los estados de Chiapas, Tabasco y Veracruz, y también a parte de Guatemala, país vecino. Gerardo comparó las gráficas de succión. Supo con incomodidad que se obtenía tanta agua como fuera posible. Cientos de miles de galones diarios. Howard se preguntó si este robo de recurso hídrico no tendría alguna consecuencia en el futuro próximo.
—Estamos en una línea de tiempo alterna. Una ramificación distinta a la nuestra —comentó el físico Balkan Yeets—. No hay riesgo de que esto vuelva inestable la época de la que provenimos. Sepa, señor Howard, que lo que hacemos aquí es para la supervivencia de nuestra especie.
Gerardo trató de comprender la suposición del físico:
—Pero esta gente, la gente de este mundo, sí tendrá repercusiones en el suyo. Un estrés hídrico más elevado conforme avancen los años.
Balkan lo vio con escepticismo. Se paseó por su laboratorio y le mostró unas gráficas en un panel holográfico.
—La gente de este mundo no tiene respeto ante el vital líquido. México, por ejemplo, ha vendido la capacidad freática de sus pozos a una importante transnacional de refrescos azucarados. En esta época, los productos de azúcar masivo todavía son legales —explicó el físico y se dirigió a su nevera para sacar un envase de cristal—. Solamente aquí podemos tener esta maravillosa Coca Cola, producto favorito de este tiempo, por cierto, mortal; esto causó la pandemia de diabetes global de las primeras décadas del milenio. Por eso, no hay de qué preocuparse. Si no aprovechamos su agua, ellos la gastarán en productos nocivos para su salud.
Gerardo escuchó en silencio. No podía creer lo que decía Balkan. Tal vez necesitaba estudiar más de historia. ¿Gastar agua en refrescos? Qué forma más tonta de desperdiciar el líquido y perjudicar la salud. Asumió que TimeWater tomaba lo que era suyo para la supervivencia de su especie. A fin de cuentas, en el futuro no quedaba ningún río al cual acudir por agua, sino extensos terrenos desérticos y estériles, pues las aguas fueron consumidas por los circuitos de Techno-Ciudades.
Así, prosiguió con sus tareas cotidianas. Analizaba gráficas de consumo, informes sobre los kilómetros de subsuelo perforado, masas de agua disponibles, y los tanques de vacío cuántico, con millones de galones que serían enviados cien años en el futuro, a su línea temporal. Era demasiado líquido el que era teletransportado. Howard comprendió que debía existir una consecuencia a futuro para la región.
Una mañana, el ingeniero Jean Morales se acercó a Gerardo durante el desayuno. Vio a los alrededores y le mandó un mensaje a su directriz visual: “Encontré un acceso al exterior. ¿Quieres acompañarme a dar un paseo?”. Su colega le guiñó un ojo. Howard sabía que eso era contra las reglas de la corporación. Él respondió: “Pero, ¿cómo podremos pasar desapercibidos?”. Morales sonrió mostrando sus dientes de titanio: “Tengo un par de trajes de invisibilidad que conseguí de contrabando”. Howard estuvo a punto de ahogarse con su fruta. Algunos compañeros los vieron con sospecha.
…
Horacio Trujillo llevó su mejor cámara a su excursión a las inmediaciones del Popocatépetl. La Canon EOS D30, la primera cámara reflex digital que pudo comprar al empeñar su computadora de escritorio Linux. Marina había vendido un par de collares de plata que tenía como recuerdo de su fallecida abuela, para apoyar al proyecto de su esposo.
Acamparon tres días en el bosque, observando con sus binoculares la punta helada del cráter. El tercer día, Horacio se despertó muy temprano. Dejó a Marina descansar en la casa de campaña y subió más en la montaña. Ella le decía que era peligroso, que le podría faltar el aire en algún momento. Trujillo decidió que debía apostarlo todo. Tan pronto escaló un kilómetro, pudo ver una exhalación de humo que salió desde don Goyo, como le decían al volcán los habitantes de Puebla. Y ahí las vio. Un par de aquellas intrigantes aeronaves alargadas salieron del cráter, elevándose lentamente en las alturas. Horacio sacó su cámara con rapidez y tomó varias fotografías. Por suerte, la inversión había sido fructífera. Las fotos se veían con gran calidad.
…
Gerardo observó al peculiar hombre enfocando su extraño aparato. Después de una larga caminata, perdió de vista a su compañero Jean. Seguramente se dirigió al poblado más cercano. Algo debía de querer. Un poco de alcohol tal vez, pues en las instalaciones le había hablado mucho de los míticos licores mexicanos. Howard observó al hombre que tenía enfrente. Era tan parecido a él, aunque tal vez con la piel más clara. Supuso que no necesitaba mayor melanina para soportar el calor abrasador del exterior. Tras meditarlo, decidió que hablaría con el extraño:
—No deberías tomar esas fotos —dijo una voz que salió de la nada.
Un terrible escalofrío recorrió el cuerpo de Trujillo. Observó a su alrededor y no había nadie. ¿Acaso eran los alienígenas? Trató de buscar la navaja en su pantalón.
—Tranquilo. No soy ningún agresor. Soy alguien como tú, un ciudadano.
—¿Y por qué no te veo?
Howard desactivó la función de invisibilidad por un momento, mostrando su cuerpo cubierto con el traje de nanocristales adaptativos.
—¡Eres un maldito alien! —exclamó Trujillo y trató de alejarse.
—¡Oye, espera! No te haré daño.
Horacio trató de guardar la compostura. Si tenía paciencia, tal vez podría tomarle fotos y con eso ganar mucho dinero vendiendo el material al periódico El Universal.
—¿Qué quieres de mí? ¿Y de dónde vienes? —preguntó Trujillo con impaciencia.
—Aunque no lo creas. Yo vengo del futuro…
Horacio se echó a reír:
—Tal vez los tuyos sean seres inteligentes, pero no trates de jugar conmigo, amigo.
—Lo digo en serio. Aquello que viste salir del volcán son nuestras naves. Cosas humanas, para que entiendas —explicó Gerardo con picardía.
—Y ese traje que llevas, ¿qué hace o qué?
—Es solamente nanofibra de cristal, utilizada para operaciones especiales.
Trujillo se sentó en una roca que estaba a su lado. Escuchó atentamente.
—Aprovechando tu atención. Solamente quiero decirte que cuiden mucho sus reservas de agua. En el futuro no contamos con tan vital líquido. Ese es el objetivo de nuestra visita a tu tiempo. Llevar agua a la humanidad del mañana —comentó Howard con seriedad.
—¿No planean una invasión? ¿Solamente quieren nuestra agua? Vaya cuento…
—Esa es la verdad. Por eso te la revelo —Gerardo calló por un momento y prosiguió—: Pero sí, ahora que lo mencionas, sí actuamos como una invasión, para robarles el agua…
Howard vio que una mujer se acercaba subiendo por la pendiente. Activó su traje de invisibilidad y desapareció a los ojos de Horacio.
Trujillo se levantó con intriga, hasta que escuchó la voz de Marina, que le gritaba a unos metros:
—¿Qué era esa cosa que estaba contigo?
—No me lo vas a creer…
…
A la semana siguiente, Horacio Trujillo llevó las fotografías con mejor resolución al periódico El Universal. A pesar del alocado artículo que lo acompañaba, el director de prensa, Martín Gallardo, decidió que debía colocar un mejor encabezado para llamar la atención del público. Horacio había titulado el artículo como: “La invasión de los hombres del futuro: bases científicas de una corporación del mañana”, mientras que Gallardo y su editor acordaron titularlo: “Bases alienígenas en el Popocatépetl: insólitas fotografías de bases extraterrestres en México”. Sin importar su amarillismo, el artículo causó gran interés en el público, llegando a generar el Círculo de Ufología del Popocatépetl, con Horacio Trujillo como fundador. Y aunque tuvieron ese éxito, Horacio y Marina se dedicaron a proteger los ríos y lagos de México, así como a destapar el proyecto secreto de los hombres del futuro que seguían escondidos en su tiempo. Dos décadas más tarde, las noticias sobre ríos secos y largos periodos de sequía inundaron los medios de comunicación. Un Horacio mayor de edad y con nietos meneó la cabeza con desilusión: “Los hombres del futuro nos han destruido”. Años de lucha ambiental le habían acarreado cientos de enemigos. Diez años atrás, Marina insistió en que debían terminar con esa tarea. Luchar contra empresas y corporaciones del futuro encubiertas en el país, no era un trabajo fácil. Tal vez algún día la humanidad lucharía para preservar el agua como se debía hacer. Eso no podía ser el trabajo de un hombre como él.