Análisis de la película Joker (2019) de Todd Phillips
A lo mejor ya te cansaste de leer opiniones “del bromas” (Joker) porque igual yo ya me estoy cansando. No por eso este filósofo deja de tener una opinión al respecto.
Joker es un estudio del personaje Arthur Fleck, libremente inspirado en el archivillano de Batman. El mayor atractivo de la película es la interpretación de Joaquin Phoenix, conocido por su actuación de método. Con su interpretación, Phoenix eleva un guion que parece un checklist para crear un antagonista: abandonado por la sociedad, trastornado mentalmente, abusado, en un contexto socioeconómico complicado.
Ante lo formulaico de la escritura se recurre fuertemente a la caracterización de Phoenix: se muestra, continuamente, la transformación física del actor descamisado, tomas en primer plano de su rostro, así como sus extravagantes, enigmáticos y bien logrados bailes de vaudeville.
Phoenix hace mucho con el poco material del director-escritor, Todd Phillips: cuyos trabajos más reconocidos fueron los churros de la trilogía Hangover (2009, 2011, 20113) y la respetable comedia negra, War Dogs (2016). Se nota falta de experiencia en la escritura de drama.
Se agradece que un estudio tome riesgos creativos; sin embargo, ¿fue realmente un riesgo producir Joker tras el agotamiento y cansancio que está padeciendo el género de las adaptaciones de los cómics?, o, ¿más bien se trata de un paso lógico necesario?
Pensemos si tendríamos un Joker (2019) sin el precedente de Logan (2017; igual un filme libremente basado en las historietas y que se centra en estudios de personaje. A diferencia de Logan, que comienza en el medio de la acción in media res, Joker es una historia de orígenes. La película está centrada en explicar el comienzo de una locura, quizá por eso abusa tanto de la exposición.
Cuando más adolece el filme, es al intentar responder la pregunta: ¿la locura es explicable? Yo preguntaría, para los fines dramáticos del cine, ¿conviene hacerlo? Como apunta Foucault: ¿no es acaso lo problemático de la locura, precisamente, que no sea clasificada ni explicada?
Una de las reglas cardinales de la narración es: show don’t tell (muestra no cuentes) y debido a su obsesión con la exposición, esta película, en el plano narrativo, adormece.
Por el afán de explicar al personaje hay excesos de exposición. Las acciones de Arthur terminan siendo perfectamente entendibles. ¿De qué otra manera podría haber reaccionado tras tanto abuso? No sorprende que se haya convertido en Joker, sino que hubiera esperado tanto tiempo.
A continuación, ¡spoilers!
Por un twist narrativo se oculta hasta el segundo acto la locura de la madre. Esa relación que pensábamos benévola e inocua es el origen mismo de la agresión que no presenciamos, sino que, nos enteramos, a través de un expediente médico (show don’t tell). El filme se contenta con mostrar los efectos del padecimiento. Su libro de notas (metáfora de su vida interna) es sólo utilería. Arthur es un personaje reactivo: al que le acontecen cosas y que por efecto “lógico” acomete su venganza contra todos aquellos que le agredieron.
El colmo de la racionalización termina siendo que: quien es considerado en la cultura popular el más demente de los criminales se da tiempo para un acto de piedad, perdona la vida del payaso de baja talla, a quien le dice: “tú no me hiciste nada”.
Esta adaptación se diferencia tanto del material original, que no es posible reconocer en Arthur al villano de Batman, pues carece de su característica primordial, ya que este Joker no está loco. No está loco porque en el momento climático de la película Arthur es capaz de verbalizar perfectamente su propia condición a Murray Franklin (Robert De Niro): “esto es lo que sucede cuando una persona con problemas psicológicos es abandonada por la sociedad”. ¡Un loco muy sensato!
A diferencia de la interpretación de Heath Ledger (Dark Night, 2008), o incluso Jared Leto (2016), este Joker puede dar perfecta cuenta de sus acciones, a tal punto que la sociedad es incluso capaz de racionalizarlo y tomarlo como un revolucionario. Se le interpreta como un vigilante. No hay locura sino emasculación e impotencia, a tal punto que sus acciones son acogidas por los desfavorecidos y no son resultado de una desconexión con el principio de realidad, sino de un proceso reactivo y lógico, alimentado por una sociedad que fomenta este comportamiento.
Arthur, lejos de ser una excepción se convierte en regla. Joker quien debiera ser excéntrico, contradictorio y contingente, resulta ser uno más; se termina mostrando a la ciudad entera adoptando el símbolo. Lógico: al sufrir las mismas vejaciones todos se vuelven guasones.
El verdadero horror de la maldad es que no tiene justificación. El rostro de lo más atroz es aquello que no se puede explicar. La racionalización agota la locura. Joker quisiera ser Psicosis de Hitchcock (1960), pero termina siendo más una neurosis urbana, mediañera y masculina al estilo de Falling Down (1993), Taxi Driver (1976) o los puñetazos noventeros del Club de la Pelea (1999).
Interpretado así, Joker no sería un contrapunto de Batman sino una versión exagerada de él. Igual persigue gente que a su parecer es perniciosa siendo la diferencia una sentencia más brutal. La única excepción de esta agresividad de Joker es el presunto asesinato de Sophie (Zazie Beetz) que, quizá por esa misma moralidad implícita, sólo se sugiere, pero no se muestra. Lo que hubiera sido en verdad horroroso y un acto de locura, termina siendo auto-censurado.
Ni archivillano, ni loco: Joker termina siendo un vengador con métodos extremos, subjetivos y arbitrarios, más cercano a un Punisher que a un Norman Bates. Inmoral claro, pero al final de una sensatez al estilo Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza, la sociedad lo corrompe.
Como adaptación, Joker se queda muy lejos del material original y como estudio de personaje se repiten fórmulas y lugares comunes; así termina siendo un filme que se queda a medio coser. Al personaje le hacen mejor servicio Ledger o Mark Hamill, y si uno quisiera ver estudios de personaje, la historia del cine está plagada de ellos. Sobre este tema en particular, De Niro en Taxi Driver.
Lo que me parece más curioso de Joker es la recepción del filme. Ante la nula o poca exposición que tiene este estilo de cine en los circuitos comerciales, Joker parece completamente innovador para un público inocente.
El mayor pecado de Joker es pretender explicar, hasta agotarlo, algo que resultaba mejor dejar sin explicación. Aquella virtud del Joker de Christopher Nolan —el misterio del origen— aquí se muestra hasta la última gota. No hay misterio, no hay villano.
La popularidad termina matando a los villanos más clásicos, algo que podríamos llamar la domesticación del antagonista y que ya padecieron otros iconos del cine como: Darth Vader y Norman Bates. Pienso que se pueden explorar estos temas, pero se debe evitar la sobre-exposición. Joker muestra lo complicado que resultan estos ejercicios de personaje con material adaptado y que lo hecho por Logan no es fácilmente replicable, pues al intentar hacer ambas cosas no se termina por satisfacer a nadie más que a los impresionables.