Dialéctica y conocimiento verdadero en la filosofía Platón
Introducción
Platón nació en Atenas dos años después de la muerte de Pericles y vivió de cerca la crisis y decadencia de la democracia que siguió a la muerte del gran estadista. Fue testigo del juicio, la condena y la muerte de su maestro Sócrates, acusado por un tribunal ateniense de corromper a la juventud.
Sócrates era un hombre justo que había tomado como principio de vida la frase del Oráculo de Delfos que decía: «Conócete a ti mismo». Juzgaba que el conocimiento del hombre era más importante que el estudio y conocimiento de la naturaleza. Fue, pues, el primer filósofo que centró su atención en los problemas humanos, en la moral y en la felicidad. Su muerte abrió los ojos a Platón sobre la necesidad de reformar la sociedad a partir de bases justas, de manera que no se juzgara y condenara a hombres de la talla de Sócrates.
Platón, decepcionado de las instituciones democráticas, intentó construir un modelo de ciudad –el Estado perfecto, ideal–, en mi opinión, en el más importante de sus libros: La República. Esa ciudad, que se inspiraba en gran medida en la organización militar y totalitaria de Esparta, debía estar gobernada por un rey o tirano que fuese a la vez filósofo. Una especie de dictador ilustrado. En varias ocasiones intentó Platón llevar a la práctica esta idea, pero fracasó en su empeño. Desengañado, montó la célebre Academia, donde impartió las bases de su filosofía y en cuyo pórtico se hallaba la siguiente inscripción: «Que nadie entre sin saber geometría».
La más importante teoría filosófica de Platón es, sin duda alguna, la teoría de las Ideas. Para Platón, lo único verdadero es la Idea de una cosa; no es lo mismo, decía, la Idea de belleza, la Idea de justicia, que tal o cual objeto bello, tal o cual gobierno justo. La Idea es lo que nunca cambia, lo que no nace ni muere, lo que permanece. Nuestros sentidos corporales no son capaces de percibir la Idea de una cosa. Sólo nuestra alma, que para Platón es inmortal, es capaz de conocer las Ideas.
Para Platón hay dos vías igualmente importantes de acceso a las Ideas: una es la vía del conocimiento racional y otra es la vía amorosa. La célebre teoría del amor platónico es, junto con la teoría de las Ideas, su gran aportación a la filosofía occidental.
La filosofía de Platón fue discutida por su discípulo Aristóteles, cuya orientación era más realista que la de su maestro. Para Aristóteles, no existen ideas separadas de las cosas. El idealismo de Platón y el realismo de Aristóteles configuran las bases mismas de toda la filosofía de Occidente.
De su maestro Sócrates, Platón adoptaría el sistema de la mayéutica, o arte de «parir ideas». Las palabras de Sócrates se las debemos a Platón, quien narró los discursos de aquél, usándolo como el personaje principal de sus Diálogos, en los cuales Platón llegó a exponer su propio sistema de pensamiento.
La dialéctica platónica
Platón expone una gradación de conocimiento, que es necesario seguir para llegar a la contemplación de la Idea suprema (el sol, la Idea de Bien). Desde la caverna, que es el estado en el que se encuentran los seres humanos limitados al conocimiento sensible, no puede llegarse a la contemplación de las Ideas. Es preciso seguir un doloroso y complicado proceso que permita ascender paulatinamente, de las apariencias sensibles hasta el mundo de las Ideas. Por ello, es necesario pasar de las sombras de los objetos a sus imágenes y, progresivamente, superar mediante el intelecto cuanto de contingente tienen las realidades sensibles, hasta alcanzar la Idea de la que ellas son copia. Únicamente cuando se esté dispuesto contemplar el mundo de las Ideas y se considere el mundo sensible como copia de aquél, podrá alcanzarse el verdadero conocimiento.
La dialéctica es el método que Platón propone para acercarnos progresivamente al conocimiento de las Ideas, una vez que se ha comprendido la naturaleza aparente del mundo sensible. Éste es el modo supremo de acceso al conocimiento, mediante el cual se tiene la mejor vía hacia las Ideas verdaderas y sus relaciones –a diferencia de las matemáticas y la geometría, que suponen una forma de razón discursiva, y son menos perfectas–. Así, la dialéctica fue erigida como la base de todo conocimiento científico.
Según expone Platón en el Libro VII de La República, estos son los argumentos principales en torno a la importancia de la dialéctica:
- La dialéctica es semejante al sentido de la vista.
- El sentido de la vista es el sentido que permite ascender progresivamente desde las cosas materiales a los astros y al sol, pues se vale de la luz que procede del sol.
- El uso de la dialéctica enseña a prescindir de los sentidos, pero no de la razón.
- Utilizar el procedimiento ascendente de la dialéctica permite llegar al término del mundo inteligible, que es la Idea de Bien en sí mismo.
Esta descripción de la dialéctica ilustra uno de los puntos esenciales de la teoría platónica de las ideas. La dialéctica es comparada con el sentido más noble, que es, para Platón, el sentido de la vista, el sentido que permite captar la luz. De un modo semejante a como hace la vista, la dialéctica asciende por la escala de los seres hasta llegar a la luz del sol, que Platón identifica con la Idea de Bien, que es la Idea más elevada de todas.
La dialéctica sería, entonces, el método necesario para alcanzar el conocimiento de las Ideas, que es el único conocimiento científico posible. La dialéctica es, para Platón, el método científico propio de la filosofía.
Mediante la dialéctica se asciende desde el mundo de las cosas sensibles al mundo inteligible. Platón, sin embargo, eventualmente se plantea una dialéctica particular de tipo descendente, que permite abordar la comunidad y la relación entre las distintas ideas. En muchas ocasiones, Platón compara la dialéctica con la vista, y piensa que se encuentra apoyada en el amor, sentimiento ascendente que va desde las cosas amadas hasta la misma Belleza y el Bien en sí mismo.
El objeto de la dialéctica es, evidentemente, poder llegar al mundo inteligible, al mundo de las Ideas. Las Ideas –y no las cosas sensibles, que son variables y contingentes– son el término de todo conocimiento dialéctico, que debe ascender por la escala de las ideas hasta llegar a la idea máxima: la Idea de Bien.
Platón piensa que el gobernante de la ciudad debe ser un filósofo; alguien experto en la contemplación de las Ideas y en la práctica de la dialéctica. Sólo el filósofo, por su conocimiento de la armonía y del bien, podrá dictar leyes justas e imponer el bien a los ciudadanos, porque sólo él tiene el método adecuado para dirigirse al verdadero conocimiento de las ideas.
La teoría de las Ideas
El inicio de la filosofía occidental se encuentra unido al problema y a la posibilidad de explicación racional de la physis (naturaleza). Fueron los presocráticos los primeros pensadores que, en el mundo occidental, se plantearon la posibilidad de una explicación racional de la realidad, distinta de explicaciones anteriores basadas en el mito. Los presocráticos tenían como tema central de reflexión el problema de la naturaleza, y son varias las respuestas que ofrecieron, constituyendo diferentes escuelas o grupos de pensadores. Así, podemos distinguir: presocráticos pluralistas, que pensaban que la naturaleza se compone de varios principios (por ejemplo: la teoría de los cuatro elementos de Empédocles, la teoría de las «homeomerías» de Anaxágoras, y la teoría de los átomos de Demócrito); presocráticos monistas, que pensaban que la naturaleza se compone de un solo elemento (por ejemplo: el agua, para Tales de Mileto; el ápeiron (lo indeterminado), para Anaximandro; el aire, para Anaxímenes; el fuego, para Heráclito); y una escuela especialmente original, los pitagóricos, que ve en los números y en las matemáticas el origen de la naturaleza, y defienden una estructura dualista de la realidad.
Con Sócrates, «la filosofía baja del cielo a la tierra» y el problema de la naturaleza se transforma en el problema del ser humano, aun cuando muchas de las cuestiones que preocupaban a los presocráticos siguieron presentes en la filosofía posterior; esencialmente, en las filosofías de Platón y Aristóteles, y en las del helenismo tardío.
Platón recoge las reflexiones de los presocráticos y se sentirá especialmente influido por la filosofía de los pitagóricos, los megáricos y, sobre todo, por las enseñanzas de su maestro Sócrates. Su concepción de la naturaleza pretende reunir, en cierta forma, la polémica planteada en la filosofía presocrática entre el monismo, el pluralismo y el dualismo, y su respuesta se encuentra planteada en el conjunto de su teoría de las Ideas, así como en su concepción del mundo.
De un modo muy simplificado y esquemático, puede decirse que la diferencia entre Heráclito y Parménides es la diferencia entre la multiplicidad y la unidad. Parménides buscaba en la unidad y en la permanencia del Ser el fundamento de toda la realidad. Heráclito, por el contrario, pensaba que el fundamento de la realidad es el devenir, la lucha y la oposición de los contrarios, frente a la que no puede resultar victoriosa ninguna forma de unidad. El conjunto de la teoría de Platón puede entenderse como una respuesta al problema de la relación entre la unidad y la multiplicidad, entre el ser y el devenir, que afecta a toda la filosofía helénica clásica.
La teoría de las Ideas, en cuanto aportación original de Platón que posee una gran complejidad, es un intento de resolver la relación entre unidad y multiplicidad. El ámbito de la multiplicidad es, para Platón, el ámbito de la contingencia y del cambio, que encuentra su máxima expresión en el mundo de las cosas sensibles, que cambian y perecen. Por el contrario, el ámbito de la unidad es, en Platón, el ámbito de las Ideas que son siempre idénticas, son eternas y no se encuentran afectadas por cambio alguno.
La relación entre el mundo de las Ideas y el mundo de las cosas sensibles es una relación de copia o de «mímesis»: las cosas sensibles son una mera copia imperfecta y variable, del mundo de las Ideas. Para alcanzar la verdadera realidad será necesario advertir ese carácter de copia, superar el mundo de las apariencias sensibles y ascender, mediante la dialéctica, a la contemplación de las Ideas mismas, que son la única y verdadera realidad.
Esta perspectiva adoptada por Platón se encuentra, obviamente, más cercana a Parménides que a Heráclito, pues Platón privilegia el mundo de la unidad y la eternidad frente al mundo de la multiplicidad y la contingencia. Sin embargo, los últimos diálogos de Platón conceden una nueva importancia a la relación existente entre las Ideas y la realidad sensible, lo cual supone una cierta valoración del mundo de las apariencias.
Para Platón, la realidad verdadera es la realidad del mundo de las Ideas. Las Ideas son entidades metafísicas, de tipo matemático –ahí su influjo pitagórico–, eternas, inmutables y siempre idénticas a sí mismas, que no sufren variación alguna. Todas ellas se agrupan en torno a una Idea central –que es, para Platón, la Idea de Bien (que compara con el Sol)– y constituyen el mundo inteligible. Opuestamente al mundo de las Ideas, se encuentra el mundo de las cosas sensibles, el mundo contingente, variable y pluralista de la realidad que puede ser captada por los sentidos. Este mundo sensible es una copia del mundo de las Ideas, y tiene en el mundo inteligible su raíz y su verdadero modelo. Así pues, la Verdad para Platón se encuentra en el mundo de las Ideas y cada cosa podrá ser considerada en su realidad cuando se la ponga en relación con la Idea de la que es una copia.
Esta concepción del mundo de las Ideas y del mundo de las cosas sensibles encuentra una ampliación en la teoría del universo que Platón describe en uno de sus últimos diálogos: Timeo. En este diálogo, Platón expone su concepción del universo, insistiendo en el valor que tiene el concepto «imitación»: la realidad material y sensible es una simple copia de la realidad inteligible. Este mundo ha sido formado por un gran artista o demiurgo que ha ordenado la materia y el espacio de acuerdo con el modelo de las Ideas. El mundo es un gran organismo o ser vivo, formado a imagen del mundo ideal, que está estructurado según las leyes de la armonía.
Tanto el mundo en su conjunto como las cosas materiales que lo componen se encuentran formadas como una obra de arte, según el modelo de las figuras matemáticas, que se asemejan, por su carácter de objetos eternos, a las Ideas. La matematización del cosmos que Platón realiza en Timeo no es sino una consecuencia de aplicar su teoría de las ideas y de considerar el mundo material como un mundo que ha sido creado según las leyes de la armonía.
Aristóteles no aceptará la concepción dualista de Platón y su separación entre el mundo de las Ideas y el mundo de las cosas sensibles. Para Aristóteles, las ideas se encuentran «materializadas» en las cosas y, por esa materialización, las cosas pueden ser lo que son. Ello es la teoría hilemórfica y constituye una de las más interesantes síntesis de la filosofía griega clásica, con una importante repercusión en las filosofías posteriores.
La teoría de la reminiscencia y la transmigración de las almas
Para Platón, recordar es la única forma de alcanzar el verdadero conocimiento; en esto consistiría el conocimiento de las Ideas. Entender la función del recuerdo en la teoría del conocimiento de Platón exige plantearse algunos de los temas fundamentales de su antropología. Platón piensa que el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, pero la parte más noble e importante sería el alma. El alma es eterna, afirma el ateniense, y no está sujeta a los cambios del cuerpo, sobreviviendo a la vida corporal. En este esquema, las almas viven eternamente, y se da un proceso de transmigración de almas (una idea que Platón parece heredar de los pitagóricos).
Durante la vida de un ser humano, el alma se encarna en el cuerpo, y vivifica este cuerpo, aunque se encuentre limitada por él. Como el alma ha vivido, antes de su encarnación, en el mundo de las Ideas, puede recordar ese mundo inteligible con ocasión de la experiencia sensible. En cualquier caso, Platón mantiene una relación dualista entre alma y cuerpo: ambas son realidades separadas que se unen en la vida de un ser humano, pero que son totalmente diferentes entre sí.
El término anámnesis fue acuñado por Platón y significa que el saber es recordar, lo cual se da como un diálogo del alma consigo misma. Platón plantea los siguientes argumentos en torno a lo mencionado:
- Existe una estrecha relación entre la vida y la muerte: los vivos nacen de los muertos.
- Las almas de los muertos sobreviven a los cuerpos.
- Aprender es recordar. Podemos recordar porque hemos aprendido antes (en otra vida anterior) lo que recordamos ahora.
- Nuestra alma ha existido antes de poseer la forma humana que ahora posee.
- Nuestra alma es inmortal.
Hay dos temas centrales en la antropología y en la teoría del conocimiento de Platón: la inmortalidad del alma y la concepción del conocimiento como recuerdo.
Para Platón, el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, dos realidades diferentes entre sí. En su doctrina sobre el alma, Platón está notablemente influido por los órficos y los pitagóricos, asumiendo la existencia de dos mundos separados: el mundo sensible y el mundo inteligible. El alma pertenece al mundo inteligible; el cuerpo, en cambio, pertenece al mundo sensible, que es el mundo de la materia, de la multiplicidad y del cambio. Toda la doctrina platónica sobre el alma se encuentra atravesada por esta distinción.
El alma es la realidad intermedia entre el mundo sensible y el mundo inteligible. Siempre es superior al cuerpo y sobrevive a su muerte. El cuerpo deberá ser purificado para poder percibir cuanto el alma promete, ya que sólo por una caída originaria –que Platón relata en el diálogo Fedro– el alma ha sido alojada en el cuerpo.
Platón distingue tres tipos de almas, a veces identificadas como tres funciones de una misma alma, en La República:
a) El alma racional, situada en la cabeza , que es la más noble y es inmortal.
b) El alma irascible, situada en el tórax, sede de las pasiones más nobles del hombre, la cual es mortal.
c) El alma apetitiva o concupiscible, situada en el abdomen; es el alma inferior, sede de las pasiones innobles, que también es mortal.
Platón realizará un paralelismo entre estas tres almas y la estructura del Estado: las tres principales clases sociales de que se compone el Estado platónico corresponden a estas almas: los gobernantes, al alma racional; los guerreros, al alma irascible; y los trabajadores, al alma apetitiva.
En síntesis, para Platón, el alma es inmortal y ha vivido en el mundo de las Ideas; de ahí que, el conocimiento sea posible mediante el recuerdo –como afirma en Menón– o mediante una particular ascesis de purificación que no es más que el conocimiento dialéctico. No forma una unidad indestructible con el cuerpo, y permanece viva –en especial, el alma racional– aun cuando muera el cuerpo. Arrojada en un cuerpo, vive prisionera en él y lucha por liberarse de sus ataduras.
El mito de la caverna
En el famoso «mito de la caverna», que aparece en La República, capítulo VII (versículos 1-7, aproximadamente), Platón expone, de forma metafórica, su concepto de conocimiento, así como algunos aspectos de su teoría de las Ideas, con lo cual plantea una teoría de la realidad. En tal texto, Platón compara la vida y el conocimiento de los hombres con la estancia en una caverna; en esa situación, sólo conocen las sombras de la realidad, y deberán salir de la caverna para alcanzar el verdadero conocimiento.
El texto puede ser analizado siguiendo estos argumentos principales:
- Al salir de la caverna y advertir la luz, los hombres desean escapar, volviendo a su situación anterior para seguir contemplando las sombras que estaban acostumbrados a ver.
- El camino para salir de la caverna y llegar al sol es siempre arduo, ya que es necesario combatir la ceguera inicial que afecta a quienes comienzan a salir de la caverna.
- Este camino, siempre doloroso, mediante el que se puede llegar al verdadero conocimiento, es un camino progresivo, en el que se recorren las siguientes etapas de conocimiento y contemplación: a) contemplar solamente las sombras; b) contemplar las imágenes de hombres y cosas; c) contemplar los objetos mismos; d) contemplar las estrellas y la luna; es decir, acostumbrarse a ver las cosas mismas, aun cuando sea en la oscuridad de la noche; e) y finalmente, llegar a contemplar el sol mismo, la luz y cuanto ésta representa. Alcanzar este nivel supone poder contemplar la realidad verdadera.
Platón distingue dos mundos: a) el mundo sensible –captado por los sentidos–, que es el mundo de la multiplicidad, el cambio y la contingencia; b) y el mundo de las Ideas, que es el mundo de los objetos inmutables, necesarios y eternos; de los objetos que no cambian nunca y que sólo pueden ser alcanzados mediante el entendimiento, tras superar progresivamente los datos de los sentidos; éste es el llamado «mundo inteligible».
Para poder conocer realmente, es necesario superar el mundo de la sensibilidad y alcanzar el mundo de las Ideas. Sin embargo, ello es un proceso difícil. Los hombres se encuentran acostumbrados a vivir en el mundo de las cosas sensibles, y no advierten que ése es un mundo pasajero, que es una mera copia del mundo de las Ideas. Es decir, es necesario seguir un camino progresivo de purificación que elimine los elementos proporcionados por los sentidos y permita llegar a la contemplación de las Ideas, que son las realidades verdaderas, de las que las cosas sensibles son meras copias.
a) El recuerdo (reminiscencia o anámnesis)
El hombre puede conocer las ideas mediante el recuerdo porque el alma humana ha vivido en el mundo de las Ideas antes de encarnarse en el cuerpo (recuérdese que Platón defiende la inmortalidad del alma y la teoría de la transmigración de las almas). Así, por haber vivido en ese mundo, el alma puede recordar las ideas al contemplar las cosas sensibles que son copias de esas ideas, siendo el conocimiento sensible –que es una mera «opinión» y nunca ciencia verdadera– una ocasión para que el alma recuerde las ideas.
b) La dialéctica
Pero el hombre puede también conocer el mundo de las ideas mediante un riguroso método ascendente que Platón denomina dialéctica. Mediante este método, que Platón describe a detalle en La República, se puede alcanzar el mundo de las ideas a través de una gradación ascendente que termina en la idea más perfecta, que es la idea de Bien, comparada por Platón con el sol. Es éste el método que, según Platón, permite el acceso a la realidad del mundo de las ideas y el verdadero conocimiento.
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