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Qué significa ser mujer en la sociedad actual. Una reflexión

Qué significa ser mujer en la sociedad actual. Una reflexión

En estos momentos, el feminismo y en general los movimientos de mujeres llegaron a un punto que es imposible evitar; llega a nosotras la pregunta: ¿Qué, cómo, de cuáles características se configura una mujer? Hay facciones que defienden la biología como respuesta: nuestro útero, nuestra menstruación, nuestra capacidad de dar vida. Otras, defienden la construcción social de la mujer, es decir, las actitudes propias de lo femenino, dejando de lado la biología. Algunas más, defienden combinaciones entre estas dos posturas (que a veces se colocan una frente a otra como oposiciones) cuales extremos de un solo hecho: las mujeres existimos y aún no sabemos cómo definirnos sin hacer uso de lo que los otros dicen que somos.

Esta cuestión me ha quitado el suelo varias veces, pues me hago la pregunta a nivel muy personal; yo me identifico como mujer, mas, ¿cómo lo sé? Aún no lo tengo claro. Lo único que sé es que, las actitudes tipificadas como femeninas en esta sociedad no me bastan para expresar lo que soy, y me resisto a justificar que soy mujer sólo porque tengo un útero, ya que han usado nuestra naturaleza, nuestra biología, para decirnos débiles o sucias por menstruar, a partir de lo cual hacen más grande la brecha en la búsqueda de la igualdad y equidad. Tal vez, valga la pena ir más a fondo, a los fundamentos de nuestro lenguaje, analizando cómo estructuramos nuestro pensamiento y nuestra manera de ver el mundo.

Hay que redefinir lo que significa ser mujer, no sólo a nivel cotidiano, sino a nivel conceptual. Antes de siquiera empezar a construir habría que deshacer lo que está establecido. Como primer paso, deconstruir el tema de ser consideradas como una idea complementaria de otra, es decir, la mujer y el hombre como conceptos contrarios-complementarios. Asumir el tema de los contrarios como verdadero representa un problema, pues: no se puede ser el contrario o complementario de quien no es, en cierto nivel, su similar.

Todo concepto que sea usado para describirnos, en cualquier nivel, vendrá de un discurso (científico, filosófico) creado y avalado exclusivamente por hombres. Si es que hubo participación de mujeres será porque empataban con sus fines, o hacía crecer sus propios discursos, no los nuestros. Describir las características de uno y otro, y hacer una correlación, un puente, que vincule de manera unilateral, no puede ser de confianza.

Las mujeres en la historia no hemos sido un similar al hombre; durante años apenas si hemos sido una “cosa”. La conceptualización de “hombre”, desde los griegos, sólo los incluía a ellos, los hombres; no es una categoría que en su establecimiento nos tomara en cuenta como parte de ese sujeto pensante. Podríamos aceptar que no erraron tanto en cómo definen al humano que piensa y cómo es que se hace manifiesto su “ser” en este mundo. Toda filosofía está hecha de los pensamientos de un hombre que tenía la libertad de pensar, hablar y escribir al respecto de sus vivencias. Por otra parte, nuestras vivencias, las de las mujeres, han quedado en el secreto y a veces en la vergüenza. Podríamos describir diferentes ritmos al pensar, incluso podríamos pensar diversas maneras de relación, superando esas divisiones infranqueables de las historias y filosofías modernas. Lo pudimos haber hecho, lo podríamos hacer si también nos fuera sencillo poder ponernos a leer, pensar y escribir sobre cómo vemos el mundo, haciendo uso de nuestros propios conceptos, de nuestra propia visión.

Hace un tiempo vi una publicación en redes sociales, con motivo del festejo de la mujer en la ciencia; la imagen era realmente un texto, extraído tal vez de alguna publicación más grande o de algún artículo; la autora de este comentario se llama Sandi Toksvig y, por lo que entiendo, ella es una mujer feminista, actriz, escritora, locutora y demás cosas que le permiten difundir su pensamiento y experiencias. En la publicación se narraba de manera breve lo que sucedió en una clase de antropología a nivel universitario; contaba cómo su maestra les mostró un hueso con 28 macas en él, diciendo que había sido un primer intento del hombre por ordenar los días, es decir, un primer intento de hacer un calendario; ¿qué hombre cree que es importante contar 28 días y establecerlo como un ciclo?, la respuesta es: ninguno. Los primeros intentos de establecer un calendario, una ciclicidad de 28 días fueron, obviamente, mujeres. Nos hacen creer que el interés nació de los astros, de la luna y el movimiento de las estrellas. Nos intentan borrar, una vez más.

De este tipo de reflexiones nacen intentos por rescatar y revalorizar nuestra biología, hablar de nuestra menstruación, de nuestras hormonas, de nuestra capacidad de dar vida. Pero mi intento va mas allá, mi invitación sería el pensarnos más allá de la biología, del útero y las hormonas. Hay que encontrar con qué OTRA cosa estamos en tensión, misma tensión que nos permite definirnos. Creo que es básico y necesario definir el ser mujer sin usar términos de una historia de la que no fuimos parte, ya sea porque nos expulsan de ella, nos borran o simplemente no somos tomadas en cuenta.

En este camino de reflexión me he topado con una pared que no se mueve: tal vez no podamos definirnos en términos “positivos”, es decir, en términos felices. Tal vez lo que nos define son todas esas cosas que hemos tenido que hacer para sobrevivir. Pelear, discutir, manifestarnos, marchar, refugiarnos en la naturaleza. Todas estas acciones nos han traído diferentes nombres, etiquetas para, una vez más, callarnos, borrarnos. Hemos sido brujas y no científicas, por investigar y conocer la naturaleza. Hemos sido sufragistas y no ciudadanas, porque el derecho humano al voto sólo pertenecía a los hombres. Somos feminazis por exigir una vida digna de cualquier ser humano. Lo que nos define es y ha sido todo lo que hemos tenido que hacer para sobrevivir.

Una primera cuestión, primera característica para definirnos, podría ser la “resistencia”. Nunca han logrado hacernos desaparecer. Siempre, cada año, cada década estamos resistiendo algo. Una mujer enviste la resistencia. Las resistencias crean espacios, ese es su fin, crear un hueco lo suficientemente grande en medio de una realidad aplastante, asfixiante; explotamos y en esa explosión se abre un espacio, en el que se puede construir de manera más generosa, donde se puede habitar.

Las mujeres, también, hicimos las paces con el dolor. No lo olvidamos, no lo minimizamos, no lo ignoramos. Aprendimos a vivir con él, es un motivo, un combustible, es lo que sabemos que encontraremos enfrente, en nuestro futuro. El dolor siempre está ahí, de alguna u otra manera, viene en diferentes formas, del rechazo de quien prometió amarnos, de la traición de aquél en quien confiábamos, de la reprimenda por decir lo que pensamos, de la soledad de nuestros pensamientos, del abandono a nuestros sueños, del proteger a otras… Una persona que se dice mujer sabe lo que es el dolor y sabe que no siempre éste conlleva sufrimiento.

Creo que éste podría ser un inicio en el camino de re pensar qué somos. Creo que este camino rescata nuestras voces, nuestras vivencias: nos rescata, del pantano que no nos deja movernos, que nos obliga a usar y aceptar una historia que no es la nuestra… sí, nuestra historia es más sangrienta, de más pérdida, de más lucha que la que dicen los libros. Vale la pena rescatarla. Necesitamos rescatarla.

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