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Una reflexión estoica con ecos al hoy

Una reflexión estoica con ecos al hoy

Escenario helénico

Con el declive de las ciudades-estado en la Grecia del siglo V a.C. empezaron a gestarse algunos de los cambios que permiten conectar al estoicismo con los seres humanos de hoy. Hubo un vuelco en el objeto de estudio de la filosofía, que venía de enfocarse en cuestiones especulativas, tales como las ideas de Platón y Aristóteles, luego pasando a esquemas conceptuales encaminados a lo más vivencial e individual.

Los antiguos griegos pertenecían a un mundo donde las decisiones políticas dependían de pequeños grupos que ostentaban el poder, de hecho “el gusto por lo «puro» llevaba también a los griegos al desprecio por el otro [1], por ende todas las personas que no eran de esos pequeños grupos que acudían a la democracia, no participaban de la estructura política griega. Sin embargo, con la pérdida de autonomía de las ciudades-estado las decisiones que se tomaran en un lugar en específico, no se veían reflejadas en los cambios que se llevaban a cabo en ese mismo sitio; había una estructura mucho más grande, el Imperio, donde el ciudadano de un lugar cualquiera, por más derecho que tuviera a votar o dialogar, no tenía plena certeza de que sus ideas fueran a materializarse. 

Esta situación producto de la expansión del Imperio macedonio tiene características muy similares a lo que llamamos democracia, por el simple hecho de que actualmente el ciudadano de cualquier país, rara vez se siente representado por sus dirigentes y menos aún llega a sentirse parte de la estructura política.

Además del desligamiento del individuo y la política en los tiempos helénicos, encontramos que hubo una mayor distinción entre las clases sociales. Plutarco atribuyó a Aristóteles las opiniones hostiles a los bárbaros [2], sentimiento que recrudeció con la expansión parcializada del griego, haciendo que solo aquellos que hablaran tal idioma pudieran instruirse, leer y ser bien vistos en el Imperio macedonio, pese a que su extensión abarcaba pueblos que no hablaban (ni les querían enseñar a hablar) griego. Esto fue muy parecido a lo que sucede en el siglo XXI con el inglés, donde solo aquellos que hablan ese idioma pueden encontrar un empleo exitoso o ser admitidos a una buena universidad, a pesar de que hay comunidades enteras donde no existe forma alguna de aprender inglés. De tal forma, la desigualdad económica e intelectual aumentó alarmantemente en el Imperio macedonio.

A estas dos características del mundo helénico, la desligación de las personas a la política y el marcado aumento de la desigualdad, se sumó que las escuelas filosóficas dejaron de hacerse preguntas abstractas y todas empezaron a girar en torno a la interrogante: ¿cuál es el mejor modo de vivir?

En ese escenario la filosofía hace de las suyas y crea diversas orientaciones para resolver la tarea de vivir. El escepticismo, el epicureísmo, el hedonismo y el cinismo, se plantean respuestas valiosas, pero quizá la corriente que más fuerza adquirió y que aún puede aplicarse, es el estoicismo.

Zenón de Citio: de comerciante a filósofo

En el siglo IV a.C. un pujante comerciante procedente de una isla del centro del Mediterráneo navegaba en su barco, rumbo a Atenas, sin tener idea de lo que se avecinaba. Frente a las costas de su destino mercantil, la navegación encalló y se hundió junto con sus mercancías, dejando muertos y heridos. El comerciante, un hombre de la ciudad de Citio (en lo que actualmente es Chipre), quedó devastado y sin saber qué hacer con su vida; tal vez hubiera preferido estar junto a sus mercancías en el fondo del mar en vez de quedar en la más absoluta pobreza.

Ese hombre se llamaba Zenón, quien en medio de su trágico naufragio encontró una manera diferente de ver el mundo. Poco después del hundimiento de su barco deambuló por las calles de Atenas, encontrando una tienda de libros a la cual ingresó. Ahí se maravilló con lo escrito acerca de Sócrates, y comenzó a labrar su camino en la filosofía.

Zenón de Citio fundó una escuela en Atenas e instruyó a sus alumnos en lo que para él era la mejor manera de vivir: encontrar tranquilidad a pesar de las circunstancias que haya alrededor. No especuló sobre fórmulas mágicas para evitar los malos momentos, sino que invitó a sus alumnos a aceptar el mundo tal como es. También insistió en el desarrollo individual a través de las cuatro virtudes cardinales: la sabiduría práctica, la temperancia, la justicia y la valentía. Además, le dio importancia al actuar en la política, aun teniendo ésta una estructura tan enorme y aun siendo él un extranjero que nada podía decidir en Atenas.

Ahora bien, hoy encontramos muchos consejos aplicables de Zenón. En nuestro mundo globalizado parece que hay situaciones que no podemos manejar, el desligamiento de los individuos con la política produce el mismo sentimiento que las personas del helenismo tenían, ante lo cual Zenón insistió en que los seres humanos debemos actuar.

La valentía para él no se limita a los actos heroicos, más bien se encuentra en las conversaciones incómodas y en la identificación de quién es uno mismo, así como todo aquello que en la cotidianidad nos aterra. Ahí precisamente, el hombre del siglo XXI puede nutrirse del naufragio de Zenón; no se necesita nada más que de uno mismo para decidir qué clase de vida se quiere tener, a pesar de los prejuicios y estigmas, a pesar de que las personas realicen juicios apresurados, a pesar de todo, el ser humano debe ser valiente en lo que sueña con realizar.

La realización de esos sueños no se produce con cuentos de hadas u oraciones espontáneas, Zenón mismo lo aclara; se debe tener temperancia y sabiduría práctica, de tal manera que se puedan controlar los impulsos evitando que estos controlen a las personas, para así decidir con prudencia aquello que en realidad se quiere hacer.

En definitiva, las virtudes cardinales no son abstractas, hacen parte de ese vuelco filosófico hacia el sujeto y las vivencias del mismo; para fortuna de las personas de todas las épocas, constituyen no solo consejos, sino (y más importante aún) conocimientos prácticos que hacen más llevadera la vida.

De la consciencia a la muerte

“En este mar proceloso, expuesto a todos los vendavales, los navegantes no tienen más puerto que la muerte” [3], es una de las frases con las que comienza un capítulo de una consolación escrita por otro de los más grandes filósofos estoicos, Séneca. Pese a no formar parte del periodo helenístico como tal, él es una de las figuras que mejor refinó las virtudes cardinales que Zenón de Citio trató de exponer en su tiempo.

La justicia, aquella virtud que guarda relación con tener un equilibrio entre cada elemento de la mente y los actos exteriores, hace que los estoicos sean conscientes de que en cualquier momento la vida se puede detener. Posterior a la muerte de Zenón, su sucesor en la escuela estoica, Cleantes, perfeccionó las ideas de su maestro, dejando un poco más claro lo que Zenón había querido decir y dándose a la tarea de trabajar en la virtud de la justicia, para así sembrar en los hombres algunas de las realidades a las que más temen.

A las personas de hoy, como a los del periodo helénico, les sentaría muy bien ser conscientes de su mortalidad. Cleantes cuestionaba a los ciudadanos de Atenas sobre la avaricia o el miedo a hacer lo que sueñan, les preguntaba si creían ser inmortales debido a que postergaban cosas que querían realizar, cosas que desde la perspectiva de Cleantes los hacían ir contra su naturaleza, desequilibrándolos y causando la ausencia de justicia en la vida.

En los tiempos del Whatsapp, los examenes estandarizados y los escáneres del cerebro, el ser humano ha perdido casi por completo la virtud cardinal de la justicia. Nos hace falta tener en mente que nuestro entorno, por más seguro que sea, no nos hará vivir para siempre. Los avances en salubridad y seguridad han conseguido que la esperanza de vida creciera los últimos 50 años como nunca antes lo había hecho, cada vez es más fácil llegar a anciano y por esa noción de longevidad, las personas, erradamente, creemos que podemos con todo.

Esa creencia de poder con todo desencadena algunas de las más nefastas costumbres que el ser humano de hoy tiene, entre ellas el desequilibrio. La justicia como virtud cardinal, se traduce en poseer un punto medio entre las propiedades de la mente y lo que sucede en el mundo físico, haciendo a la sabiduría práctica posible. Para desventura de las personas de hoy, que todo lo pueden aplazar y que a la vez todo lo quieren de forma inmediata, hallamos una ausencia de sabiduria práctica, consecuencia de no tener justicia. No obstante, hay muchas acciones cotidianas por tomar para alcanzar la felicidad en sí, y en térmios estoicos, una conexión con la naturaleza.

Aceptar el mundo y vivir como los estoicos de la época helénica

Hasta ahora he esbozado algunos de los preceptos que dos grandes filósofos del periodo helénico usaron, también exponiendo las circunstancias que ese periodo histórico tuvo. Así pues, el hombre del siglo XXI con facilidad puede conectarse a las estructuras interiores que le brinden una conexión con la naturaleza, que viene a ser el equilibrio entre la mente y lo externo.

No podemos negarnos a los cambios, y aun menos a las cuestiones más negativas de la vida, eso sería como si Zenón de Citio no hubiera hecho nada después del naufragio de su barco comercial. Algunos de los más importantes y reconocidos personajes de la historia han sabido encontrar sentido a las malas situaciones, y de hecho algunos de los más significativos cambios históricos provienen de graves crisis sociales; por lo tanto, el ser humano de hoy debería aprender que la realidad en la que vive no es del todo manejable, y a veces, es necesario que sea así para desarrollar las virtudes cardinales de las que tanto hemos hablado hasta ahora.

En el periodo helénico hubo desigualdad, como en el nuestro, pero eso no impidió que hubiera actores políticos que se opusieran a la injusticia. En dicha época hubo un desligamiento del individuo con la estructura del poder, pero eso no impidio que aquellos que pudieran votar y dialogar lo hicieran. También hubo personas que sentían que sus vidas estaban vacías y que pese a buscar por doquier nunca le encontraban un propósito, pero eso no impidió que hubiera personas de todas las clases sociales que se fascinaran con lo que el mundo les podía brindar, como el cálido abrazo de un ser querido o la inmensa satisfacción de hacer un acto justo.

Los estoicos invitan a aceptar la vida que a cada quién le tocó vivir, y también dan cabida a una de las más grandes invitaciones jamás hechas al hombre: buscar en uno mismo sentido al existir, en pequeñas o grandes cosas que la cotidianidad nos puede brindar, siendo valientes para ser lo que auténticamente queremos ser, siendo justos para entender que el mundo y lo interior deben tener un punto donde coexistan y se satisfagan, siendo sabios para ver con claridad lo que hace bien y lo que no, y por último, teniendo la suficiente templanza para no desechar los placeres que el mundo brinda, pero tampoco para depender de ellos enteramente.

Así pues, ¿qué más remedio puede curar las devastadoras héridas que el ser humano del siglo XXI se ha propinado, además del estoicismo?

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Notas

  1. El mundo helenístico, Grecia y Oriente desde la muerte de Alejandro hasta la conquista de Grecia por de Roma, tomo dos, Claire Préaux, Editorial Labor S.A, 1984, p.326.
  2. De Alexandri Magni Fortuna Aut Virtute, 329 A-C, Plutarco.
  3. Consolación a Polibio, capitulo noveno, Séneca, Editorial Austral.

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1 Comment

  1. Francy Elena Orozco gomez

    Excelente artículo una comparación muy acorde con el momento, la cual he venido pensando hace días y queda muy bn argumentada por Lucas felicitaciones

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