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Calaveritas literarias de Día de muertos 2024

Calaveritas literarias de Día de muertos 2024

Calaverita a Guillermo del Toro

Francisco Javier Espitia Pérez

La Catrina, muy coqueta,

a Guillermo fue a buscar,

“¡Ya basta de monstruos raros,

te vengo a calaveriar!”.

Guillermo, con gran estilo,

la miró y le contestó:

“Si buscas historias macabras,

¡ven, te invito a una función!”.

La flaca, muy intrigada, pensó:

“¿Y qué hará este señor?”,

“¿acaso me pondrá en otra peli,

como La Forma del Terror?”.

“Tranquila, querida muerte,

que mi cine es mucho más;

mezclo sueños con pesadillas,

y monstruos que hacen pensar”.

“¡No me vengas con laberintos!”,

dijo la huesuda airada,

“Yo no me ando con cuentos,

¡te llevo ya de volada!”.

Guillermo soltó una risa,

y le respondió al final:

“Si me llevas, Catrinita,

¡dirigirás mi funeral!”.

La Catrina, de pronto

en su trono y muy altiva,

“Guillermo, ya te toca”,

dijo con risa festiva.

Guillermo, sin inmutarse,

respondió con gran destreza:

“¿Te gustaría un papel?

¡Te pondría en mi próxima pieza!”.

“¡No me vengas con cuentos!”,

la flaca dijo burlona,

“Tu fama y tus Óscar

no te salvan de la lona”.

“¡Ah, Catrina, no me apures,

que aún tengo mucho por crear;

monstruos más grandes que tú,

que hasta te harán temblar!”.

La huesuda, intrigada,

quiso saber más de eso:

“¿Un monstruo que me asuste?

¡Pues venga, no seas travieso!”.

Guillermo la invitó al set

y la envolvió en su trama oscura,

la Catrina acabó gritando:

“¡Mejor regreso a la sepultura!”.

Al final, la muerte cedió

y se fue sin su victoria.

“Te dejo, Guillermo del Toro”,

“¡pero me debes otra historia!”

El último lanzamiento de Fernando “El Toro” Valenzuela

Pablo Conrado Ruiz Larracoechea

El “Toro” lanzaba

su gran curva,

cuando la muerte, volando,

lo miró con cara turbia.

“Fernando, ya es tu turno”,

le dijo con presteza,

“te llevas récords en tu urna,

y tu fama, ¡esa sí pesa!”.

“Me llevo tu hígado maltrecho”,

siguió la flaca sin parar,

“pero tu brazo lo dejo,

aún tiene mucho por dar.”

Valenzuela carcajeaba,

sin miedo ni temor,

“Con mi bola ensalivada,

te poncho, ¡sí señor!”.

La huesuda, sorprendida,

lo retó desde el cajón,

pero “El Toro”, de una salida,

la acabó sin compasión.

El estadio aplaudía fuerte,

hasta el inframundo se escuchó,

y aunque ya le tocaba la muerte,

“El Toro” se la ponchó.

Por los campos sigue rondando,

sin hígado ni pulmón,

pero su curva sigue engañando,

en cada entrada es campeón.

“En el cielo me han pedido”,

dijo la huesuda molesta,

“que te lleve ya vencido,

pues tiempo ya no te resta”.

Fernando no le hacía caso,

seguía muy concentrado.

“Si me voy, que sea pichando,

en un juego laureado”.

Ahora en el más allá juega,

con Satán de cátcher fiel,

y en el dugout la calaca ruega

no sufrir otra embestida cruel.

Los fantasmas lo alaban,

su control es natural,

pues ni aun muerto falla,

¡sigue siendo inmortal!

Los Dodgers allá en los cielos,

a Fernando esperan con fe,

mientras la muerte, con recelos,

lo intenta llevar otra vez.

“Habrás escapado esta vez,

pero no te confíes, campeón,

que aunque la fama mereces,

al final golpeare un gran home run”.

Fernando con calma suspira,

mientras lanza su control,

y a la huesuda le tira,

otro strike ¡sin error!

En los campos sigue vagando,

sin cabeza, pero con guante,

y aunque ya se está apagando,

su legado es brillante.

Los fans le rezan contentos

a la leyenda del gran pitcher,

aunque la muerte, con lamentos,

en su equipo jamás lo fiche.

Calaverita a Elvis Presley

Alan Venegas del Castillo

En Graceland ya no hay ruido,

Elvis se fue sin aviso,

pero en el panteón de al lado,

la fiesta ha dado inicio.

Con su tupé bien peinado,

y su traje reluciente,

llega Elvis al inframundo,

¡causando furor entre la gente!

“¡Rock and roll hasta el final!”,

grita la Catrina loca,

y Elvis, sin pensarlo dos veces,

toma su guitarra y toca.

Las calacas lo rodean

pidiendo un buen concierto,

y Elvis les canta feliz,

como si aún estuviera despierto.

“¡Viva Las Vegas!”, entona,

con voz clara y afinada,

mientras las calaveras bailan,

todas bien emocionadas.

La muerte le dice: “Elvis,

te quedas aquí conmigo,

tocarás por la eternidad,

y serás mi mejor amigo”.

Él sonríe y dice: “Está bien,

aquí me siento en casa,

siempre hay música y fiesta,

y eso a nadie le cansa”.

Las ánimas corean

“Love Me Tender” al compás,

y en el panteón encantado

nadie quiere descansar.

Hasta los fantasmas cantan

“Jailhouse Rock” sin parar,

pues con Elvis de parranda,

no se puede dormir ya.

Los esqueletos contentos

zapatean al son del Rey,

gritan: “¡Elvis, Elvis!

¡Tú eres nuestro DJ!”.

La muerte le regaló

unas botas de charol,

para que Elvis en la fiesta

luzca como campeón.

“¡Así se baila!”, exclama,

y todos lo están imitando,

mientras en el más allá,

los vivos van preguntado:

“¿Dónde está el Rey del Rock?

¿Acaso no descansó?”,

y Elvis, en el panteón,

ni se acuerda de su yo.

“Gracias, Muerte”, dice Elvis,

“por invitarme a gozar,

en este reino oscuro

me la pasaré genial”.

Veinte estrofas se contaron,

la calaca lo atrapó,

pero Elvis no está triste,

pues la fiesta no acabó.

Así que si alguna noche

oyes un acorde fuerte,

es Elvis que en el panteón

le está cantando a la muerte.

Calaverita a Pedro Escobedo y Luis Cabrera

María Pía Balvín Garrido

Entre manzanos y neblina

se asomaba la Catrina,

había escapado del Mictlán

para pasearse por Zacatlán.

Desde el panteón llegó a una fuente,

no había nada, siguió de frente.

En una banca, sentado solito,

encontró a don Pedro muy quietito.

¡Don Pedro, bailemos un danzón

antes de regresar al panteón!

El músico no contestaba,

difunto parecía, ella pensaba.

¡Cómo es posible este suceso!

El músico ya estaba muy tieso.

Miró detenidamente la figura

y se dio cuenta de que era una escultura.

La Catrina no podía parar de reír,

la estatua la había hecho sufrir.

Se sintió muy tonta y apenada,

mejor se retiró de la explanada.

Descubrió que hay muchos artistas,

escritores, cantantes y muralistas.

Las redacciones de Luis Cabrera

emocionaron a la calavera.

Es un escritor de inmensa grandeza,

todo el pueblo lo sabe con certeza.

Una escuela, una biblioteca y una calle

llevan su nombre, ¡qué magnífico detalle!

Era hora de terminar su paseo,

la Catrina había cumplido su deseo.

Se había divertido con tanta cultura,

no quería regresar a su sepultura.

Caminaba rumbo al camposanto

y le dio un hambre de espanto.

Aunque era de puro hueso

quería comer un pan de queso.

Antes de meterse a su tumba

pegó un grito que aún retumba.

¡Gracias, Zacatlán, por lo que me diste,

ahora ya no estaré triste!

Calaverita a Jim Morrison

José Jesús Rodríguez Velázquez

Estaba Jim Morrison en los lagos del eón de la muerte,

proyectaba en sus danzas vencer la teoría del más fuerte;

sin tener que explicar una historia final,

se aprendió todo el código espiritual.

El poder del trueno,

el pasadizo abierto al cielo noveno,

el emisario del dístico de la omnipotencia,

el juez se ha quedado sin sentencia.

Tribunal de piano y guitarra,

el vino puesto en una enigmática jarra,

los vicios quedaron afuera de la soledad,

él prueba el ensueño de la verdad.

Una mirada en lo alto de los símbolos sagrados,

los dioses quedaron en el jardín enterrados,

sus almas viven en el cielo,

Jim les canta con potencia el verso del anhelo.

Las calaveritas jugaban en la necrópolis de París,

el cielo estaba bastante gris,

desapareció la torre Eiffel en el secuestro de Europa,

el malvado jefe persa mueve a la tropa,

se suicidaron los marinos de la gala napoleónica,

en el mar mediterráneo de cara camaleónica.

Jim canta en los suburbios elevando el plano,

en el símbolo de un tarot arcano,

ahí los reptiles crísticos entonan una sinfonía,

en la cosmovisión del mediodía.

Calaverita a Cantinflas

Javier Pérez Rocha Salazar

En el panteón se oía una risa muy alegre,

era Cantinflas que hacía reír hasta a la muerte.

Con su traje y su sombrero, y su bigote gracioso,

Cantinflas, el gran bolero, hacía reír a todos.

La Catrina lo miraba con su sonrisa de hueso,

y a Cantinflas le contaba chistes de esos traviesos.

“Vente, Mario, a mi lado, que en el cielo hay función,

con tu humor improvisado, serás la gran atracción.”

Cantinflas, siempre listo, con su gracia y su grandeza,

respondió en tono chistoso, “¡vamos, que hay mucha pereza!”

En el cielo se escuchaba una risa sin parar,

Cantinflas ya se encontraba en la fiesta celestial.

Los ángeles se reían con sus bromas y ocurrencias,

y las nubes se movían al ritmo de sus sentencias.

San Pedro lo agasajaba con un abrazo sincero,

“Bienvenido, gran amigo, a este cielo y sus destellos”.

Cantinflas, con su estilo, hizo reír a los santos,

y hasta el mismo Jesucristo se contagió de su encanto.

En la tierra lo extrañaban, sus películas y risas,

pero en el cielo gozaban de sus bromas y sonrisas.

La Catrina lo cuidaba como a un gran tesoro,

y Cantinflas le contaba chistes de plata y oro.

Así pasó el tiempo eterno, con Cantinflas en el cielo,

haciendo reír al invierno y al verano con su anhelo.

En el panteón se oía una risa muy alegre,

era Cantinflas que hacía reír hasta a la muerte.

Calaverita a Vicente Quirarte

Cuauhtémoc Rodríguez

“Hoy te tocó y ni quitarte”,

dijo la parca a un poeta,

“desde aquí veo una silueta,

es de Vicente Quirarte”.

“Deja de escribir versitos,

no me vengas a marear,

tú mismo vas a palear

a tus pecados malditos”.

“Es hora de irte a la hoguera,

aquí no importa quién seas,

no finjas que te paseas,

tu poesía me da flojera”.

“Yo no sé escribir poesía

ni te dedico un poema,

yo solo soy la suprema

dueña de mi altanería”.

“Deja de fingir demencia,

ya debes tomar mi mano,

tu muerte no será en vano,

solo no pidas clemencia”.

“Yo no voy a ningún lado”,

le sentenció el escritor,

“tomar tu mano, qué horror,

yo a ti siempre te he ganado”.

“Ya irás pagando tu cuota”,

ironizó el escritor,

“no vaya ser el error

y la que muera sea otra”.

Calaverita a varios literatos

Carmen Beera Medina Leal

La muerte tiene permiso

de enfiestarse en este rumbo,

busca entre los primerizos

de los Valadez, a Edmundo.

Don Quijote y Dulcinea

se metieron en un lío,

fumando cual chimenea

ahora reposan con frío.

La muerte ya está anunciada

desde que el texto empezó,

en la crónica indicada

que García Márquez dictó.

Cuando pasó por Comala

estuvo muy deprimida,

quiso dormir en la sala

y la echaron en corrida.

La Catrina con sus tretas

quiso engañar al lector,

doña Ángeles Mastretta

supo imponer su rigor.

A José Emilio Pacheco,

un escritor con criterio,

la parca le jugó chueco

y lo llevó al cementerio.

El Principito ocurrente

no piensa nunca en la muerte,

en su juicio es contundente,

la rosa le trajo suerte.

La parca llegó muy aprisa

detrás de los literatos,

está que muere de risa

pues pasó muy buenos ratos.

Calaverita a Elena Poniatowska

Francisco Javier Espitia Pérez

La Catrina, bien vestida,

a Elena fue a visitar.

“Ya basta de letras fuertes,

¡te vengo a llevar!”.

Elena, con pluma en mano,

la miró sin vacilar.

“¿Tú qué sabes de crónicas?

¡Déjame primero acabar!”.

“Escribes sobre los vivos,

y sobre la sociedad,

pero yo hablo sobre el panteón,

¡la realidad!”.

“Si supieras lo que veo,

allá abajo en el inframundo,

te daría tanto material

que serías la reina del mundo”.

“Ni me tientes, huesuda muerte”,

dijo Elena con destreza,

“si te sigo la corriente,

¡me escribes tú la prensa!”.

La Catrina se rió fuerte,

y le dijo sin dudar:

“Está bien, doña Elenita,

¡pero te leeré igual!”.

Elena con calma responde,

sin dejar su redactar,

“Espera un momento, huesuda,

aún falta más por narrar”.

“¿Qué tanto puedes contar?

¿Más de lo que yo sé?

Yo traigo historias del inframundo,

¡de esas que nunca leíste en el café!”.

“Si quieres contarme algo,

siéntate y déjame oír,

pero eso de irme contigo,

¡ni lo pienses, hay mucho por escribir!”.

La Catrina se carcajeó.

“¡Qué terca eres, Elena!

Te espero con calma y estilo,

pero al final te llevo a la escena”.

“Pues entonces te propongo un trato”,

dijo Elena con gran viveza,

“tú me llevas, si te atreves,

pero me escribes la última pieza”.

Calaverita a las historietas de Rius

Ma. del Carmen Álvarez Islas

Altar de muertos rural,

en “San Garabato, Cuc”.

Sin alteración de Gluc.,

llegan almas con morral.

Los SUPERMACHOS, su líder,

un indígena filósofo,

del RIP siempre se mofó,

ingenio y mordaz, joder.

Se trata de: Juan Calzonzin.

Su vestir: sarape eléctrico,

con enchufe suelto, tétrico;

sin cacles ni mocasín.

Le siguen sus fieles Stalin

BoturiniChon Prieto,

su amigo, siempre bien cueto,

fue en el pueblo el borrachín.

Doña Eme, es la beata.

Orden: “La vela perpetua”.

Cacique: Perpetuo. Fatua

percha, en cantina, trata.

Lechuzo y Arsenio, gendarmes,

el boticario: Don Lucas,

entre otras figuras locas,

hablan política y chismes.

Versaban con pulque y nopal,

de profunda idiosincrasia,

cultos mexicas hacían

inspirar incienso y copal.

Llegó el momento de partir;

otras ánimas llegaron;

de “Chayotitlán” le tocó

a los AGACHADOS ir.

Con Gumaro sin censura,

cuestionó hasta sus ideas.

Las historietas que leas,

triunfo de RIUS de locura.

Calaverita a Carlos Amorales

César Alberto Terrazas Valencia

Del camposanto salió la Catrina,

con su vestido de velo y su guadaña.

Por todo el pueblo, sigilosa camina;

solo el silencio de la noche la acompaña.

“Con su destreza en el dibujo y la animación,

a Carlos Amorales lo ocupo en mi mansión.

Está muy descuidada, necesita remodelación,

y este gran artista tiene buena conceptualización”.

“Que empiece la fiesta en grande, ya tenemos repertorio,

pues mi casa quedó para portafolio.

En aion.mx saldré en el apartado mortuorio,

gracias al maestro Amorales, el zahorio”.

Increíble arte textil y esculturas

rodean la morada de la calaca.

“Nadie tiene estas maravillosas pinturas”,

dijo muy segura la parca flaca.

“Se ganó mi admiración Carlos Amorales,

con su galería de arte kurimanzutto;

también realiza artes visuales,

Pero ese ya es otro atributo”.

“Por su gran obra,

este año no me lo llevaré.

Que honre su talento y, el próximo día de muertos,

en algún evento lo encontraré”.

Calaverita a varios artistas

Adriana de Jesús Casas Moreno

La flaca anda un poco afligida,

tantos huracanes la tienen abatida.

“Tengo que recuperar mi inspiración,

si no, caeré en una depresión”.

“Organizaré una velada cultural.

En el panteón, me hacen un mural;

lo está pintando Diego Rivera,

plasmando la muerte muy a su manera”.

“Para la tertulia traeré artistas latinoamericanos

que conversen con escritores cercanos;

Fuentes, “El Gabo” y Monsiváis,

a Xavier Velasco, sin duda aceptáis”.

“Iré por un poeta talentoso

que haga el inframundo menos doloroso;

trasladaré aquí a David Huerta,

para que cruce la última puerta”.

“Traeré también un performance irreverente,

que con máscaras cuestione a la gente.

Andrés Gudiño con desnudos parciales,

sacudirá las conciencias sociales”.

Por fin llegó el día de su reunión,

la muerte cantaba de la emoción;

difuntos antiguos y recién fallecidos,

con el don del arte, fueron bendecidos.

edición de libros físicos y digitales

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