
Un mundo nuevo. Cuento infantil sobre el derecho a la tecnología

Relato escrito por la autora de 12 años, María Pía Balvín Garrido
Bonnie es un conejito negro, muy simpático y alegre, que vive en un hermoso bosque lleno de manzanos. Él tiene la nariz muy chiquita, y por eso todo el mundo le dice “Chato”. Sus amigos son: Helpy, un osito de color blanco que combina su atuendo con unas hermosas gafas negras, muy amigable y lector; y Bonnet, una conejita rosada a la que le gusta usar flores como diadema, a quien le encanta cocinar. Estos amigos acuden a una biblioteca que está cerca de su bosque, la cual es atendida por un búho de nombre Aristóteles. Él ya está entrado en años, y pasa todas las tardes leyendo y jugando ajedrez con su mejor amigo, un perrito llamado Tato.
Chato, Helpy y Bonet habían conocido a muchos animalitos que pronto se convirtieron en sus amigos. Juntos pasaban momentos muy divertidos, jugando y aprendiendo nuevas técnicas de ajedrez. En uno de esos días especiales, Aristóteles organizó un campamento para todos los animalitos que asistían a la biblioteca.
Chato y sus amigos se emocionaron mucho y prepararon sus cosas: metieron en una mochila un poco de comida enlatada, botellas de agua, un saco para dormir y algunas prendas de vestir; al día siguiente, salieron al tan esperado campamento.
Todos llegaron muy temprano a la biblioteca. Chato y sus amigos, esperaron un rato hasta que llegó el transporte. Tenían planeado ir a un bosque muy lejano, en donde había plantas y árboles muy diferentes a los que ellos conocían; además, el lugar estaba lleno de bellos paisajes. A ellos les emocionaba explorar nuevos lugares.
Llegaron por la tarde a su destino. Aristóteles los condujo hasta una gran cabaña de madera, que contaba con muchas habitaciones. Sin embargo, no eran suficientes para todos los asistentes al campamento, así que decidieron acomodarse en literas para que todos pudieran descansar cómodamente. Chato, Helpy y Bonnet compartieron su habitación con un ratoncito llamado Ratín; él era un poco tímido, pero con el tiempo se empezaron a hacer amigos. Todos se prepararon para descansar, se pusieron su pijama y leyeron un rato hasta quedar profundamente dormidos.
A la mañana siguiente, los asistentes al campamento salieron a caminar. Aprovecharon para buscar fruta y leña. Cada grupo tenía una tarea, y al equipo de Chato le tocó recolectar arándanos. Cuando Chato se adentró en el bosque, se distrajo mirando unas plantitas muy extrañas, las cuales tenían unas flores gigantes de color azul pastel; estas se encontraban lejos de su grupo, así que nuestro amiguito se separó de sus compañeros e ingresó por un caminito para llevarse dichas flores. Poco a poco dejó de ver a sus amigos, pero no le dio importancia y se fue alejando cada vez más.
Chato observó con mucha atención las flores que había encontrado, las olió y notó que su perfume era algo que jamás había percibido; estas eran maravillosas y quiso compartir con sus amigos su descubrimiento, pero por más que caminaba y caminaba, no los encontraba. Luego de un rato, llegó cerca de una casita de madera, de donde salió una conejita marrón que le dijo muy confundida:
—¡Hola! ¿Qué haces aquí?
Chato ya se había desesperado porque no podía contactar ni encontrar a sus amigos, y por ello le contestó algo confundido:
—Hola, me perdí buscando a mis amigos. ¿Tienes internet para poder conectar mi GPS y enviarles un mensaje?
La conejita, llamada Canela, se le quedó mirando y sólo sonreía porque no sabía de lo que le hablaba; así, le preguntó:
—¿Te gustaría entrar a mi casa? Te invito una bebida para que te calientes un poco; quizá ello te ayude a tranquilizarte y a pensar mejor.
Él aceptó y Canela lo condujo a su casa; bebieron un té caliente y platicaron un rato. Chato le pidió prestado su celular para ver un mapa y rastrear a sus amigos, pero Canela no entendió de qué le hablaba.
—¿Qué es un celular? ¿Qué es internet? ¿Qué es eso de GPS? No conozco nada de lo que dices.
Chato estaba muy sorprendido porque pensaba que todo el mundo conocía la tecnología, así que le explicó qué cosa es un celular, le mostró el suyo y cómo funcionaba. Canela no podía despegar los ojos de ese pequeño aparato; en él podía ver cosas extraordinarias, pero al mismo tiempo le daba miedo tocarlo porque pensaba que lo podía descomponer.
Pasados unos minutos, el conejito le preguntó a Canela:
—¿Por qué vives tan aislada? Puedes ir con nosotros a vivir a nuestro bosque.
Canela le explicó que su familia nunca había salido de ahí y por eso no conocían nada más; todo lo que sabía del mundo, lo leía en los libros que tenía en casa.
Atardeció y Chato pasó la noche en la casita de Canela. Al día siguiente, muy temprano, se escuchaban a lo lejos unas voces desesperadas que gritaban su nombre:
—¡Chato, Chato! ¿Dónde estás?
Se levantó de un salto de la cama y descubrió que Canela había ido en busca de sus amigos. Ella los llevó con Chato y, al encontrarse, se abrazaron con mucha alegría. Luego de compartir una agradable charla, se despidieron de Canela y regresaron al campamento.
Cuando volvieron a casa, Chato le contó a Aristóteles la historia de su amiga Canela y cómo ella no estaba familiarizada con la tecnología; esto le preocupó mucho a Aristóteles y se quedó pensativo por un momento; él sabía que la tecnología es un derecho fundamental para todos.
Chato le propuso a Aristóteles regresar a ese bosque para enseñarles a Canela y sus amigos, qué es la tecnología y cómo se utiliza. Prepararon unas computadoras portátiles que Aristóteles tenía guardadas y las llevaron a las escuelas más retiradas de ese lejano bosque para que esos amiguitos aprendieran a utilizarlas.
Con las computadoras donadas por Aristóteles, Chato y sus amigos de la biblioteca comenzaron a impartir cursos sobre tecnologías de la información en la pequeña escuela de Canela. Por fin, los pequeños del lejano bosque comenzaron a comprender las palabras desconocidas que Chato utilizaba, y poco a poco exploraron un mundo nuevo que siempre tuvieron el derecho de conocer.