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Una interpretación alegórica del Infierno de Dante Alighieri

Una interpretación alegórica del Infierno de Dante Alighieri

Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada (…) Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo eterno, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!

Canto Tercero, Inferno, Dante Alighieri.

Introducción

Pocas obras sintetizan tan fielmente la cosmovisión transicional entre Medievo y Renacimiento como lo hace la Comedia escrita por Dante Alighieri. Esta epopeya alegórica compuesta de catorce mil doscientos treinta y seis versos, es un canon de la literatura universal que con el paso del tiempo ha sido sujeto a diferentes interpretaciones; debido al género mencionado de este texto, la más acertada de ellas es tal vez la interpretación alegórica, que somete a una lectura rigurosa basada en el análisis de los símbolos, lo cual genera una exégesis moral. La obra se convierte en una especie de manual de comportamiento del buen cristiano, dividido en tres reinos.

Este ensayo pretende, en un nuevo descenso hacia los nueve círculos del Infierno, buscar una interpretación alegórica de sus símbolos, producto del sincretismo entre la cosmovisión cristiana y clásica, antesala al Renacimiento.

Simbolismo de los 9 círculos del Infierno de Dante

El primer símbolo es localizado antes de llegar a las puertas del Infierno, en el momento en que el mismo Dante se encuentra perdido en medio de una selva. Dicha selva podría tener diferentes significados; por el contexto, podría interpretarse como una alusión a los desórdenes políticos de Italia en aquella época. Sin embargo, la mención de la voz narrativa de encontrarse «a la mitad del viaje de nuestra vida»[1] hace que el significado cambie por completo. El autor parece referirse más a la juventud, como una época turbulenta en la que el ser humano se entrega al pecado[2]; en esta etapa es un ser perdido y necesitado de guía.

Continuando su camino encuentra una pantera, un león y una loba. La pantera en el imaginario medieval tenía una connotación positiva asociada a Cristo[3]; sin embargo, el autor cambia este significado, acercándose más a su sentido bestial, como representación de los pecados carnales.  El león, según el cristianismo, hace referencia a los gobernantes y al poder[4]; este significado no cambia, pero existe una connotación negativa siendo ésta una alegoría de la soberbia de las personas que están al mando. La loba, por otro lado, es la representación del pecado de la codicia[5] que lleva a la juventud a la perdición ante Dios. Estando el joven Dante frente a estas tres bestias que intentan corromperlo, Virgilio aparece, como símbolo de la razón que le ayudará a escapar de estos pecados. La razón es el único medio por el cual el hombre puede evitar caer en el pecado, plantea el poema.

En el primer círculo, el limbo, es evidente la influencia clásica que impregnará toda la obra. Este lugar se asemeja a los campos asfódelos de la mitología griega, un lugar neutro en el que sus habitantes ni sufren ni son premiados. Será incluso el mismo Caronte, como en la tradición griega, quien llevará a Dante a este primer círculo. Este lugar puede ser interpretado así: Dios es justo con quienes no fueron bautizados pero obraron bien en vida, puesto que no sufren tormento alguno, incluidos los primeros padres (Moisés, Abraham, Noé) y otros de sus siervos no bautizados. Sobre estos últimos, se dice que Dios desciende para llevarlos al Paraíso.

Dentro del segundo círculo se atormenta a los lujuriosos. Su castigo consiste en ser arrastrados por un torbellino sobrenatural, chocando entre sí y contra las paredes del lugar, sin que ello se detenga en ningún momento. Esta tormenta es una representación de cómo estos pecadores se dejan arrastrar por sus pasiones[6]. El entregarse sin mesura a Amor les causa su propia perdición. Es por esto que es mencionado el conocido caso de Tristán y otros personajes que se dejaron llevar a la perdición por su amor. Sus historias siempre terminan en un final funesto para ambos amantes, siendo culpables ellos mismos por su deseo desmedido de estar juntos. Lejos de admirar su amor trágico e imposible, éste se convierte en un ejemplo de cómo terminan aquellos que anteponen sus pasiones ante cualquier razón.

Una lluvia incesante, impetuosa, pestífera y maldita, cae en el tercer círculo. Aquí son castigados aquellos que pecaron de gula; su condena consiste en estar sepultados en el fango dentro de esta lluvia, siendo a su vez pisoteados y despedazados por Cerbero. Aquí se observa una oposición al símbolo lluvia-purificación[7]; el agua tiene un carácter «maldito». Cae de arriba, pero no es de la bóveda celeste y no purifica a quien la toca, al contrario, hace que los condenados se hundan más en su inmundicia, representada por el fango en el que están sepultados. Cerbero, criatura tomada también de la cosmovisión clásica, funge como guardián y torturador de este lugar, representando la bestialidad que estas personas no pudieron abandonar, pues, dejándose llevar por su hambre monstruosa, transformaron su apetito en un dios[8] atentando así contra el primer mandamiento.[9]

La cuarta esfera es lugar de tortura para quienes se dedicaron a acumular o derrochar bienes materiales. Pluto, dios griego de la riqueza[10], resguarda la entrada. La condena de los aquí presentes consiste en arrastrar grandes pesos de oro y pelear entre ellos. Su idolatría a las riquezas los lleva a ser lastimados y esclavizados por aquello que más aman. Dante se da la libertad de hacer una crítica a los excesos de la Iglesia católica, pues la mayoría de los personajes que ahí se encuentran fueron clérigos. Ellos abandonaron los preceptos de pobreza y humildad establecidos por mandato divino, según dictan los evangelios: «Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero».[11]

El quinto círculo es una laguna fétida llamada Estigia, que significa odio y coincide con uno de los ríos del Hades para la tradición clásica, donde penan los iracundos y al fondo de ella los perezosos. Los primeros se encuentran siempre encolerizados, peleando entre ellos y golpeándose. Los perezosos están condenados a permanecer al fondo del lago sin poder hablar. Existe asimismo un símbolo importante que es mencionado en esta esfera: la puerta que permanece abierta. Virgilio relata que cuando Dios quiso bajar para llevar al cielo a los primeros profetas, los demonios opusieron resistencia; entonces Él rompió la puerta del Infierno. Esto significaría que, pese a encontrarse en reino de demonios, Dios tiene poder absoluto. La puerta (misma por la que entra Dante) queda abierta como un recordatorio de que la voluntad divina impera en todo lugar.

La sexta división infernal es la ciudad de Dite. En este lugar se encuentran los herejes cuya condena es estar apilados en tumbas que arden. El fuego funciona como una metáfora de la sabiduría en su forma rebelde que se olvida del espíritu[12]. Las tumbas, por su parte, podrían simbolizar este abandono espiritual, así representado por el lugar en el que se colocan los cuerpos cuando el espíritu los ha abandonado. Quien se deja llevar completamente por el intelecto puede caer en olvidarse de Dios. No se pretende afirmar que Dante condene la sabiduría, sino que, en su cosmovisión cristiana, afirma que el conocimiento debe adquirirse sin poner en duda a Dios. Es por esto que coloca aquí a los epicúreos, refiriéndose a los incrédulos y libre-pensadores.

El siguiente es el séptimo círculo, donde es castigada la violencia; éste se divide a su vez en tres niveles. El primero es para aquellos que atentaron contra el prójimo, el segundo para quienes se violentaron a sí mismos y, el tercero, para los violentos contra Dios. La figura del Minotauro es la primera en aparecer, seguida por los Centauros: animales mitad humano mitad bestia, que simbolizan la brutalidad y la violencia[13], la razón humana sometida a sus instintos salvajes. Los violentos contra el prójimo se encuentran en un río de sangre. Los tiranos están condenados a sumergirse en tanta sangre como la que derramaron al atentar contra el prójimo. La sangre es un símbolo opuesto al espíritu, un principio corporal que funge como vehículo de las pasiones[14]. El río fluye haciendo alusión al abandono –sin retorno– a las pasiones violentas.

A los violentos contra sí mismos se les castiga haciéndoles abandonar su forma humana, transformándose en árboles, ya que al cometer suicidio decidieron abandonar su naturaleza humana. El árbol es una representación de la conexión entre lo terrenal y lo divino[15]; los condenados se presentan en forma de árboles haciendo alusión a cómo intentaron huir de las preocupaciones de la vida y alcanzar el Paraíso pero atentaron así contra la vida dada por Dios. Por eso su follaje es gris y sus ramas nudosas; son una contraposición al árbol de la vida. Las Arpías, seres mitológicos que perseguían incesantemente a sus enemigos[16], son sus verdugos, una metáfora de la culpa que los carcome.

Los violentos contra Dios se encuentran en un desierto de arena ardiente bajo una lluvia de fuego. Este elemento pierde totalmente su aspecto purificador[17] y se transforma en una herramienta de tortura que simboliza la ira de Dios ante los blasfemos, sodomitas y usureros; podría decirse que el autor hace uso de un pasaje bíblico que deja claro que éste será su castigo: «Yavé hará oír su voz majestuosa y dejará ver el descenso de su brazo con furia de ira y llama de fuego consumidor, con turbión, aguacero y piedra de granizo».[18]

La octava fosa es la más extensa de todas, Malebolge. El pecado tratado aquí es el fraude, pero éste a su vez se divide en diez secciones. En la primera se encuentran los proxenetas y seductores que son azotados por demonios. Ésta podría simplemente ser una alusión a la flagelación, castigo asociado con la purificación del alma en la Edad Media; pero, el hecho de que se encuentren desnudos agrega cierta significación sexual, alusión a la sodomía en la que vivieron. Dentro de la segunda división están los aduladores siendo bañados en estiércol. Dicho castigo es un símbolo de la basura que sale de la boca de estas personas cada vez que hablan alabando y buscando su beneficio, pero sin pensar realmente lo que dicen.

Posteriormente, los simoniacos se encuentran con la cabeza enterrada y las piernas en llamas. La cabeza funciona como símbolo de la autoridad de gobernar[19]. Al no ser buenos representantes de Dios en la Tierra, su autoridad es revocada, sepultada en las rocas. Las piernas simbolizan los vínculos sociales[20], al estar envueltas en fuego, su significado toma un carácter negativo: ellos rompen el vínculo que deberían establecer entre Dios y sus devotos al comerciar con la fe. Los magos y adivinos, en la cuarta división, caminan con la cabeza hacia atrás, sin poder ver al frente; se empeñaron tanto en intentar vaticinar que su castigo es no poder ver jamás hacia adelante[21]: una alegoría de que el hombre no puede ni debe intentar conocer el futuro, pues ello es contrario a la voluntad de Dios.

En la siguiente área de este mismo círculo se encuentran las personas que se enriquecían mediante cargos públicos; ellos son lanzados en resina pegajosa. En la sexta fosa se encuentran los hipócritas; ellos cargan con una capa de plomo, de oro por fuera, pero pesada por dentro, símbolo claro de la manera en que tenían una cubierta que mostraban al mundo para ocultar su verdadero ser. Los ladrones están en el siguiente círculo perseguidos por serpientes, empero, éstas se transforman en seres humanos. La serpiente es vista en su representación bíblica como emblema del mal y de la tentación al pecado[22] que «persigue» al hombre, en ocasiones alcanzándolo y envenenándolo.

Los malos consejeros se encuentran envueltos en llamas que no les permiten hablar por completo. En esta ocasión dichas llamas pueden simbolizar la sabiduría[23], misma que no les permite hablar porque ya han demostrado que no tienen ningún consejo sabio que dar; por lo tanto es mejor que la razón les mantenga callados. En el penúltimo foso se encuentran los sembradores de discordias, mutilados por demonios que continúan el tormento en cuanto sus heridas sanan. En el final del octavo círculo, la décima fosa contiene a los falsificadores, que padecen enfermedades de toda índole que los deforman, similar a lo que hacían ellos en vida: intentar cambiar la forma de las cosas.[24]

Finalmente, el noveno círculo concéntrico del Infierno está destinado para aquellos que cometieron traición. Contrario a lo que se pudiera creer, este lugar no es el más abrasador; es un lago helado que simboliza la frialdad en los corazones de los traidores. En esta zona existen gigantes que son traidores pero a la vez custodios; ellos «representan, respectivamente, la vacía estupidez, la ciega rabia y la vanidad sin sentido en las cuales queda el alma cuando se han desaparecido los lazos del amor y la luz del intelecto»[25]. Este recinto está dividido en cuatro zonas: Caína, Antenora, Tolomea y Judeca. Caína toma su nombre de la historia bíblica de Caín y Abel[26]; aquí se encuentran aquellos que traicionaron a sus parientes, y su tortura consiste en estar sumergidos en el hielo con la cabeza hacia abajo.

En Antenora se castiga a quienes traicionaron a su patria; ellos están sumergidos con la cara hacia arriba y el hielo cubriendo la mitad de su cabeza. Tolomea es el lugar para los traidores a sus huéspedes, sumergidos en el hielo con la cabeza hacia atrás para que sus lágrimas se congelen y no puedan llorar. Judeca, nombre que hace alusión a Judas, es el lugar más alejado de Dios. En él se encuentra Lucifer, quien ejerce la función de condenado y verdugo; sufre y llora, pero a la vez tortura a los tres grandes traidores de la historia. Satanás tiene tres rostros, simbolizando la antítesis a los valores de la Santa Trinidad: ira, avaricia y envidia[27]. Bruto y Casio, traidores de Julio César, mostrando una vez más la influencia clásica de Dante, son merecedores de este castigo debido a que, para el autor, el imperio es la institución establecida por Dios para el gobierno[28]; ellos no sólo traicionaron a su emperador, sino también los mandatos divinos. En la boca central es masticado Judas Iscariote, uno de los máximos traidores de la tradición cristiana, sólo superado por Lucifer.

Conclusión

Sin duda, la Divina Comedia, como se le conoce en la actualidad, es una obra que ha conseguido mantener su lugar canónico en la literatura aun con el paso del tiempo. Sus abundantes símbolos han contribuido a generar una gran cantidad de interpretaciones en torno a la misma. En plena posmodernidad, su estudio y análisis no termina; es muy posible que la reinterpretación de sus símbolos en la actualidad traiga consigo nuevas perspectivas. Con ésta, una de tantas interpretaciones simbólicas, espero haber ayudado al lector interesado, a comprender la cosmovisión de la época, dada en esa curiosa mezcla entre la visión cristiana, aún con tintes medievales, y la clásica, albor del Renacimiento.

Bibliografía

Alighieri, Dante. La Divina Comedia. Trad. Francisco Montes de Oca. México, Porrúa, 2011.

Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de Símbolos. Barcelona, Labor, 1922.

Chevalier, Jean. Diccionario de Símbolos. Trad. Manuel Silvar y Arturo Rodríguez.  Barcelona, Herder, 1986.

Garibay K., Ángel Ma. Mitología Griega. México, Porrúa, 1964.

La Biblia Latinoamericana. Ed. Bernardo Hurault. Madrid, Verbo Divino, 1989.

Soto Neira, Katherine. «El infierno de Dante “Lo esencial es invisible a los ojos”» en Revista de la Universidad de Chile. Diciembre, 2017. pp. 1-15.


Notas

[1] Dante Alighieri, La Divina Comedia, p.3.

[2] Francisco Montes de Oca, La Divina Comedia (Introducción), lx.

[3] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de Símbolos, p. 354.

[4] Véase, Apocalipsis 5:5.

[5] Cf. Jean Chevalier, Diccionario de Símbolos.

[6] Francisco Montes de Oca, La Divina Comedia, (Introducción), lxi.

[7] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[8] Véase, Filipenses, 3:19.

[9] Véase, Éxodo, 20:2.

[10] Cf. Ángel Ma. Garibay K., Mitología Griega. Cabe destacar que Dante comete un error, pues escribe Plutón, nombre latino del dios Hades, aunque tiene más sentido que haya querido decir Pluto.

[11] Mateo, 6:24.

[12] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[13] Cf. Op cit. Francisco Montes de Oca.

[14] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[15] Ibídem.

[16] Ángel Ma. Garibay K., Mitología Griega, (México: Porrúa, 1964).

[17] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[18] Véase, Isaías, 30:30.

[19] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[20] Ibídem

[21] Vid. Katherine Soto Neira, «El infierno de Dante “Lo esencial es invisible a los ojos”.

[22]  Véase, Génesis, 3 4:5.

[23] Cf. Op cit. Jean Chevalier.

[24] Vid. Op cit. Katherine Soto Neira.

[25] Ibídem

[26] Véase, Génesis, 4.

[27] Cf. Op cit. Francisco Montes de Oca.

[28] Vid. Op cit. Katherine Soto Neira.

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