Ruinas fértiles. Un poema sobre la fuerza de la naturaleza
“y arrogante
se cree el hombre eterno.”
Giacomo Leopardi
Pregunto:
¿cómo reconocen
algo vivo los muertos?,
¿cómo se abre
el sentido de lo biótico
a su cuerpo inerte?,
¿cómo logran percibir
el olor natural
cuando le huyen,
cuando le temen
y se refugian en lo sintético?
Así que a ustedes,
moradores de rascacielos,
lo vivo
no les cabe en los ojos;
prefieren caminar
por ciudades que hieden a sombra,
respirar el aire que infecta,
levantar muros
a la vez que gritan
consignas de guerra.
Ustedes
–afanados en su biofobia,
orgullosos de sus necrópolis–
han nacido muertos
bajo un cielo muerto;
o sea,
bajo un imperio
edificado sobre otro imperio
que habían levantado sobre otro
–siempre con el signo de la barbarie–.
Así fue
como crecieron, devoradores;
así fue como, a pesar de muertos,
se siguen llamando vivos.
Porque construyen casas como nichos,
suplantan árboles por estatuas,
riachuelos por aceras,
lagos por pueblos;
esclavizan a otros, mordientes;
saquean ríos,
exterminan selvas,
le imponen diques al océano,
y aun así
se niegan
a llamarse fantasmas,
aunque amanezcan con la oscuridad en los ojos
o con la sangre de otro coagulada en las manos
o con la sal del llanto en la boca,
aunque se acuesten con el peso del plomo en el cuerpo
o con el olor de carne entre ácido
o entre huesos acumulados
en las ruinas que han dejado a su paso.
Pero a diferencia de ustedes,
nuestras Ruinas viven;
se abren a lo fértil,
a liberar lo sagrado,
a conservar la energía indestructible.
Cuando les hablo de ruinas
hablo de las piedras
angulares de la memoria
que demuestran en su quietud
que el tiempo no existe;
es otro muerto que camina junto a ustedes.
Pero ellas se mantienen en silencio
en esos sitios
que fueron templos,
en esas cimas
talladas con las figuras de dioses,
en esas cavernas
abiertas por ancestros
donde se conservan
los símbolos que rigen el cosmos
y el espíritu de los antepasados
en forma de fósiles.
Cuando les hablo de ruinas
hablo de cementerios de árboles
donde una vez nació el aire
o el agua que rompió la tierra,
la Tierra misma
que sostuvo la selva
habitada por hormigas
quienes levantaron ciudades vivas,
transitada por manadas
quienes abrieron senderos como huellas
poblada por aves
quienes hicieron crujir las ramas con sus cantos;
ruinas donde el río practicó su ritual de caer,
donde la luz fluyó entre el follaje,
donde viejos gigantes se convirtieron en montañas
que guardaron en sus frentes sitios sacros
adornados con telarañas y hojarasca;
lugares
profanados
con su maquinaria y ruido,
donde abrieron las venas
a los espíritus de sabia,
dejándolos con las raíces expuestas
entre estas Ruinas Fértiles.
Cuando les hablo de ruinas
hablo de su lenguaje
que resuena
como un golpe de puerta
en una casa vacía,
ya que llenaron a la lengua
de ideas
traducidas en fonética;
palabras
–origen de la mentira–
con las que reinventaron el mundo.
¿Ustedes
qué pueden decir del amor
si han masacrado a millones,
si nos han llevado a lo extinto?
¿Qué pueden aportar sobre el ser
si se inmolan en los centros comerciales,
si aniquilan a los que migran,
si caminan entre campos minados
o yacen en fosas comunes?
A lo sumo
podrán hablar de la tragedia;
habitan en ella
y los arma de rabia
que descargan ante todo lo vivo,
pero estimados muertos
que habitan en sus ciudades muertas:
les comunico
a través de las ruinas de su lenguaje,
que nuestras Ruinas Fértiles
germinarán como bosques en los parques,
como guaridas en los edificios,
como raíces en las alcantarillas,
y resonarán nuevamente
los cantos de las ballenas,
el chirriar de los murciélagos,
el aullido de lobos y coyotes
entre las cuencas
de sus cráneos vacíos.