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Una ética para la Tierra. Reflexión sobre la obra de Aldo Leopold

Una ética para la Tierra. Reflexión sobre la obra de Aldo Leopold

Durante la década de 1940, Aldo Leopold escribió, Una ética de la tierra, ensayo publicado en 1949, mismo que se ha convertido en su obra más famosa. En ese texto, el ecólogo, silvicultor y ambientalista, reflejó su preocupación por la tierra y su sobreexplotación, además de anunciar la necesidad de configurar una nueva ética en la que fueran incluidos todos los miembros de la naturaleza.

Este artículo es un análisis y una reflexión sobre la (aún vigente) tesis propuesta por Leopold hace más de 70 años; además, es una invitación a contemplar los problemas ambientales y ecológicos que vivimos hoy en día, desde una postura crítica.

Leopold inicia Una ética de la tierra con una explicación del surgimiento de la ética occidental, señalando que apareció a partir de la necesidad humana de relacionarnos con otros individuos. Posteriormente, esa primera moralidad evolucionó para ocuparse no sólo de la relación persona-persona, sino también de la relación persona-sociedad. Finalmente, el autor reclama una nueva transformación, que implica cambiar los valores éticos para conducirnos de un antropocentrismo a un ecocentrismo[1]. La nueva ética no sólo deberá considerar a la humanidad en su relación con la sociedad, sino también en correlación con la Tierra y sus ecosistemas.

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Hasta ahora no hay una ética que se ocupe de la relación del hombre con la tierra y con los animales y las plantas que crecen sobre ella. [2]

(Leopold, Aldo, 1949)

A más casi un siglo de las reflexiones expuestas por Leopold, la humanidad continúa ciega ante la urgencia de vivir de manera ética y respetuosa en la Tierra, y de considerar a la naturaleza como algo más grande y perfecto que nosotros, no como algo de nuestra propiedad.

La idea de que somos dueños de la tierra, supone que tenemos dominio sobre ella, que podemos disponer de ella a nuestro antojo; lo que conlleva a creer que, antes que obligaciones, tenemos derechos sobre dicha posesión. Esta noción admite el deseo de someter, explotar y controlar a la naturaleza, separándonos de ella y convirtiéndonos en seres ajenos a la misma.

Pensarnos amos de la naturaleza nos sitúa en una categoría ontológica diferente y nos conduce a negar nuestra animalidad; por lo que, al separarnos de la naturaleza, perdemos parte de nuestra identidad, al mismo tiempo que disminuimos el valor de los demás seres.

En suma, una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens: de conquistador de la comunidad de la tierra al de simple miembro y ciudadano de ella. Esto implica el respeto por sus compañeros-miembros y también el respeto por la comunidad como tal.[3]

(Leopold, Aldo, 1949)

En una sociedad capitalista, dichas posturas se han visto reflejadas en los intereses económicos, que han superado cualquier pretensión de cuidar al ambiente[4]. Por ello, Leopold remarcó la necesidad de un cambio profundo de valores; es decir, no basta con cuidar los recursos naturales, sino que es preciso ver a la naturaleza misma por encima del concepto de recurso, como algo más que una mera utilidad.

Una debilidad básica en un sistema de conservación basado completamente en motivaciones económicas es que la mayoría de los miembros de la comunidad de la tierra no posee valor económico.[5]

(Leopold, Aldo, 1949)

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Mientras no modifiquemos la idea de hombre y nos asumamos nuevamente como hermanos de las plantas y los animales –tal como señaló el Jefe Seattle en su carta al presidente de Estados Unidos–, cualquier enseñanza o educación en ámbito ambiental (y en cualquier otro) se realizará sobre las mismas bases, y, por tanto, tendrá, inevitablemente, similares resultados.

Como seres humanos debemos dejar de creernos seres superiores y de justificar nuestra “dominación” de la naturaleza. Debemos comprender que ni siquiera siendo racionales pudimos prevenir y evitar los grandes problemas de la actualidad: calentamiento global, cambio climático, crisis del agua, sobrepoblación, inseguridad alimentaria, pobreza extrema, etc., todos éstos provocados por actividades humanas.

Paradójicamente, nuestra inteligencia nos permitió emprender una carrera absurda hacia el llamado “desarrollo”, sin dejarnos ver que ese desarrollo estaba poniendo en riesgo a la vida. La ciencia y la tecnología han avanzado a pasos agigantados, de la mano de la industrialización, la sobreexplotación de los recursos y la sobrepoblación del planeta; con lo que, a la misma velocidad, mermamos la calidad del agua, el aire y el suelo, y con ello, la calidad de nuestra propia vida.

Los grandes pensadores, humanistas e ilustrados, lucharon por los derechos del hombre (sin contemplar a las mujeres) y por crear una sociedad igualitaria, democrática, justa y equitativa, pero nunca contemplaron a los demás seres vivos (al menos al momento de crear leyes). Para el hombre ilustrado ni la mujer era un ser con suficiente inteligencia y valor, mucho menos lo era la flora y la fauna. A los animales los consideraban simples bestias y a las plantas sólo las apreciaban por su utilidad nutricional, medicinal o estética. Sin embargo, las personas de hoy ya no mantenemos dichas creencias y sabemos que necesitamos con urgencia contemplar los derechos y cuidados de todos los seres vivos del planeta, incluyendo animales, plantas, ríos, lagos y cualquier otro ecosistema.

Durante siglos la humanidad se ha jactado de sus avances tecnológicos y científicos, vanagloriándose de la construcción de impactantes rascacielos, potentes y precisas máquinas e incluso de haber ido a la luna. La medicina y la química presumen cómo han logrado controlar enfermedades y prolongar la vida. En general, todos estamos muy contentos porque hemos alcanzado un gran confort y aparente seguridad; sin embargo, parece que son muy pocos los que se han dado cuenta que todo ese confort y seguridad no son más que una ilusión a punto de romperse sin remedio. La pandemia de covid nos demostró que somos seres frágiles y que si continuamos haciendo estragos a la naturaleza, nos acabaremos las barreras de protección que los ecosistemas nos ofrecían. El cambio climático y la contaminación están provocando una terrible crisis del agua que nos llevará a catástrofes sin precedentes, si no hacemos algo para afrontar y contrarrestar seriamente dichos problemas.

La Tierra nos ha demostrado que tiene gran habilidad para autorregenerarse, adaptarse y sobreponerse; sin embargo, la sobreexplotación de recursos, el exceso de contaminantes que generamos y la sobrepoblación, hace casi imposible que el planeta sea capaz de solventar los desgastes y daños que le provocamos. La naturaleza no obedece a nuestros deseos y tampoco es invulnerable, y actualmente los estragos que hemos causado en prácticamente todos los ecosistemas, se están volviendo contra nosotros, haciéndonos ver lo vulnerable que es nuestra cómoda vida moderna. Cada año los fenómenos meteorológicos son más devastadores, las inundaciones y sequías son más severas, el hambre y la escasez de agua más notorios.

El gran problema es que no somos dueños del planeta y sus riquezas, por lo tanto, no sólo tenemos derechos, sino también obligaciones hacia la Tierra y los demás seres vivos, pues, sean humanos o no, tienen el mismo derecho que nosotros a existir y a vivir con respeto. Actualmente no existe una real conciencia de los deberes que tenemos hacia el planeta y parece no importar mucho, porque una persona puede consumir y generar desechos de manera irresponsable y, a pesar de ello, ser respetada e incluso admirada[7], siempre que se cumplan con otros parámetros sociales, como ser “bondadoso”, rico, hermoso o famoso.

Hay millones de personas que jamás se preocuparán por el bienestar del planeta y que nunca se han preguntado –de manera seria– los efectos de su excesivo consumo ni el costo ambiental de sus caprichos. La humanidad vive una gran ficción: la ilusión de que puede trabajar duro, esforzarse y así tener todo lo que pretenda. No se ha dado cuenta de que no existe la capacidad real para darle a todos lo que desean. Los recursos, la riqueza y el espacio son finitos, y deberíamos asimilar esto con seriedad. ¿En qué momento asumimos que nuestro crecimiento poblacional podía ser desmedido?, ¿quién nos ha dado derecho a quitarle su hábitat al oso o al elefante para hacer resorts, casas y centros comerciales?

Realmente nadie nos enseña cuáles son nuestras obligaciones hacia la Tierra, porque nadie considera que existan. De ahí la importancia de reflexionar en torno a estos temas; por ello es relevante conocer el trabajo de Aldo Leopold, lo mismo que el de pensadoras como Karen Warren o Rachel Carson, quienes se han convertido en puntos de partida para los movimientos ambientalistas.

Antes de concluir, quiero remarcar que cuando se habla de problemas ecológicos, lo que se pone en primer plano es la preocupación por el futuro de la humanidad, no el de la tierra o el océano, no el de los ecosistemas, ni el de los demás seres vivos que habitan en ellos. Al ser humano sólo le importa cómo podrá perdurar con todas las comodidades que hasta hoy conoce. Sin embargo, y a pesar de lo dañinos que podamos ser, tenemos el mismo derecho a existir que cualquier otro ser vivo, entonces, ¿qué debemos hacer?

Reconocer que nos enfrentamos a gravísimos problemas que implican, según mi perspectiva, no sólo crear una ética para la Tierra, sino también una nueva forma social, política, económica e incluso religiosa, que sea congruente con la nueva ética.

Finalmente, sólo me resta decir que si no llegamos realmente a comprender la seriedad de los problemas ambientales a los que nos enfrentamos y la urgente necesidad de modificar nuestro estilo de vida, estamos sellando nuestro destino. No sólo destruiremos la belleza y riqueza de nuestro planeta, también acabaremos con la humanidad, dirigiéndonos hacia un futuro en el que millones seremos susceptibles de morir en pandemias o vivir en la pobreza extrema, pasar hambrunas y sufrir la falta de agua.

Las aportaciones que Aldo Leopold ha realizado a la ética ambiental son grandes y valiosas; sin embargo, no son suficientes. Como pensadores, estamos obligados a continuar con las reflexiones en torno al tema, a proponer soluciones, a señalar lo insostenible y dañino de nuestra sociedad actual (aunque a nadie le guste), y ofrecer una vía distinta de acción.

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Notas

[1] Leopold no utiliza estos conceptos, pero me parecen pertinentes en este contexto.

[2] Leopold, Aldo. “La Ética De La Tierra (1949)”. Revista Ambiente Y Desarrollo, 1966, p.30. Consultada el 20 de septiembre de 2018.

[3] Ibidem.

[4] Al igual que los sistemas económicos, la mayoría de las religiones señalan al hombre como dueño de la tierra, por lo que avalan su dominio y explotación.

[5] Leopld, Aldo. Op cit., p. 33

[6] Leopold nos da el ejemplo de un campesino que a pesar de sobreexplotar la tierra con el ganado y generar su erosión es un hombre respetado y valorado en su comunidad.

About The Author

Talía Morales

Filósofa, escritora y consejera filosófica. Editora y cofundadora de aion.mx. Mis temas de interés son: ética, bioética y feminismo.

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