Influencia de la filosofía racionalista en la ciencia ficción
Resumen: En el siguiente artículo son analizadas algunas características de la filosofía racionalista, presentes en obras clásicas de la literatura y el cine de ciencia ficción.
¿Qué es el racionalismo?
El racionalismo es una corriente de pensamiento que plantea que el uso de la razón es el mejor medio para adquirir conocimientos verdaderos. Se considera que el padre del racionalismo es René Descartes, autor de El discurso del método (1637), aunque hubo diversos enfoques racionalistas anteriores al suyo.
La relevancia del racionalismo es enorme en el desarrollo de la cultura occidental. Junto con la lógica y la causalidad aristotélicas, conforma una de las bases del pensamiento científico moderno. De hecho, los historiadores consideran que la modernidad comenzó al ser publicado El discurso del método.
Uno de los aportes de la filosofía cartesiana a la ciencia moderna es la confianza plena en la razón; propuesta arriesgada, porque conduce a rechazar los sentidos en favor del puro razonamiento, aunque siempre contemos con la capacidad de dudar, hasta del intelecto. En este sentido, el racionalismo cartesiano puede tomar una veta deconstructiva, entre otras posibilidades, al interior de la filosofía; ello significa que la duda metódica planteada en El discurso del método, continúa y continuará afectando el saber humano, igual a un agente crítico perenne, capaz de extenderse más allá de la filosofía. Y ese es el rastro a seguir ahora: los efectos culturales del racionalismo, que no permaneció dentro de los límites del discurso con pretensión de verdad, sino que se desplazó, de la literatura científica a la literatura de ficción.
Desde que el concepto cartesiano de razón fue puesto sobre la mesa, ha sido tomado y recreado por muchos artistas, los cuales lo han llevado en múltiples direcciones, en obras que muestran más o menos la influencia de Descartes.
¿Qué es la ciencia ficción?
La ciencia ficción es un subgénero de la ficción basado en el saber científico. La ciencia representa una búsqueda de la verdad mediante un método o teoría, mientras que la ficción, una búsqueda de las sensaciones, por medio de obras de arte. De esta manera, el concepto «ciencia ficción», que mejor traducido del anglosajón «science fiction», sería «ficción científica», puede ser entendido de dos maneras:
1. Como verdad sensacional
La ciencia ficción es aquello que presenta una “verdad sensacional”, es decir, una teoría o método, llevado más allá de lo conocido, hasta el punto de lo sorprendente.
Ejemplos de esto son las obras principales de H. G. Wells, quien es uno de los fundadores de este subgénero. La máquina del tiempo (1895), aunque es un relato de ciencia ficción «soft»[1] cuyo fin es exponer un concepto social, comienza con la presentación de teorías científicas acerca del tiempo y el espacio, para enseguida llevarlas más allá de sus límites, de manera que finalmente provoca un efecto estético de sorpresa o asombro, ante tan abrumadoras posibilidades. En La isla del doctor Moreau (1896), la cuestión exhibida por Wells es la experimentación con animales, cosa muy real, pero llevada a un exceso que provoca monstruosidades y horror. En El hombre invisible (1897) el punto de partida nuevamente es la experimentación y una interesante teoría física acerca de la luz, aunque el resultado es un producto químico cuyas consecuencias superan todo lo visto. Finalmente, en La guerra de los mundos (1898), H. G. Wells observa las estrellas e imagina visitantes de otros planetas, bélicos y amenazantes, con afanes de conquista. La base del relato consiste en que hay vida en el universo, además de guerras e invasiones; lo que lo vuelve ciencia ficción, es concebir vida más allá de los límites que conocemos, pues imagina extraterrestres, adimentados con elementos de los más terribles imperios, tan bien conocidos por el hombre. En conclusión, Wells presenta verdades sensacionales, y precisamente por ese motivo y por “morboso” fue criticado cuando publicó La isla del doctor Moreau, dado el debate de la época en torno a la práctica de vivisexiones. Este autor se valía de la ciencia ficción para conmocionar la sociedad y poner al público a debatir en torno a temas políticos. Sin embargo, no todos los creadores de ciencia ficción han tenido por objetivo hacer planteamientos sociales.
2. Como sensación de lo verdadero
Además de lo mencionado, la ciencia ficción también puede ser definida, como: ficción cuyo fin es generar una sensación de verdad.
Cuando alguien escribe buscando persuadir a los lectores acerca de algo, le conviene partir de lugares comunes, familiares, para elaborar un discurso que resulte comprensible y convincente. Ahora imagina a un escritor de ficción que quiere convencer a las personas de que, lo vivido diariamente es un sueño programado por una monstruosa máquina, mientras sus cuerpos duermen en un campo interminable de humanos incubados. Bueno, para convencerlos de lo último, probablemente aquél se valdría de elementos de la ciencia, la cual usa métodos, fundamentos, leyes e hipótesis, para elaborar una retórica de la verdad. Pero, ¿por qué intentaría un autor de ciencia ficción convencerme sobre lo que fuera con sus presupuestos? Porque su ámbito es la estética de la verdad y, su fin, la sensación de la verdad, mas no la verdad por sí.
Racionalismo en la ciencia ficción
Volviendo al racionalismo y sus efectos culturales, mucho de ello se desborda del discurso científico y acontece en el ámbito de la fantasía, en obras tan remotas como Somnium (1634) de Johannes Kepler, la cual es considerada por algunos, el precedente más antiguo de la ciencia ficción, pues en ella es narrado un onírico viaje a la luna, poniendo de manifiesto la creencia de la época en el poder de la razón.
La duda metódica
René Descartes afirmó, «pienso, luego existo», fundamentando así uno de los más importantes sistemas de la razón individual, determinada por un yo que se encuentra en ella, el cual, por ser consciente de sí mismo, tiene existencia. Ejemplificando esto, Descartes se introduce como personaje principal en El discurso del método, contando la historia de cómo se la pasó pensando junto a un fogón, un gélido invierno, cansado de los engaños provocados por los sentidos. Con la determinación de abstraerse de la mentira y seguir un camino de conocimiento seguro y verdadero, Descartes decide comenzar de cero, por decirlo de algún modo, al poner en duda absolutamente toda la información proporcionada por sus sentidos. En este punto, cabe mencionar que la duda constituye el método de investigación cartesiano, mismo que no deja de hacer vacilar hasta a los más seguros de la realidad. Y la duda metódica generó este conocimiento: todo puede ser puesto en duda, excepto el hecho de que soy capaz de dudar; por tanto, estoy seguro de poseer una conciencia. Si tengo conciencia y pienso, entonces existo, ¡aun si todo cuanto me rodea es el engaño de un dios maligno!
El momento en que Descartes pone en duda la realidad que le presentan sus sentidos, aislando a su razón y considerándola por sí sola, es tan impactante, que ha sido retomado repetidamente en el ámbito de la ficción, donde la razón es representada como un lugar oscuro, puramente virtual, cuya superficie es una retícula o plano cartesiano que se extiende hasta el infinito. ¿Te suena familiar? Tal vez lo has leído o visto replicado en alguno de los muchos libros, series y películas de ciencia ficción que se valieron de esta idea cartesiana, para alcanzar posibilidades sensacionales.
Un ejemplo de lo anterior es el cuento titulado Los hombres de la tierra, de las Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury. En ese relato, se plantea la capacidad de los marcianos, de proyectar sus ensoñaciones hacia el exterior de sus cuerpos, de modo que, cuando están locos, se proyectan a sí mismos con las figuras más exóticas. La idea de una razón que engaña a los demás mediante ensueños, en un escenario donde ya no es distinguible lo real de lo falso, está claramente presente en las meditaciones cartesianas y en este breve cuento espacial de Bradbury.
Otro caso similar es el de la película, La isla (2005), que presenta un grupo de gente aislada y enajenada, sometida mediante un sueño de libertad y placer, al control de una élite científica que induce este simple ideal en sus vidas: ganar un viaje a “la isla”, un lugar tan bueno que nadie regresa de allí. La sospecha de que la realidad percibida es un engaño (inducido con forma de dulce remedio contra un supuesto mal), se encuentra sugerida en las reflexiones de Descartes y en esta realización fílmica de 2005, así como en su antecedente más popular: la película Matrix (1999), dirigida por los hermanos Wachowski y protagonizada por Keanu Reeves.
Si las cosas fueran como plantea Matrix, entonces Descartes habría sido el más capaz de hacerles frente debidamente, pues su método parece estar configurado precisamente para desenmascarar un engaño. El método cartesiano comienza dudando de todo, y dudar de todo es lo que Neo tiene que hacer para escapar de la ilusión que lo aprisiona; dudar hasta de lo más lógico, conocido o creído, es el único camino para salir. Nótese que la Matrix puede ser equiparada con el intelecto o pensamiento humano, es decir, con la virtualidad que gobierna nuestros actos, la cual cuenta con grandes fuentes de datos, en donde el lenguaje y las ideas que determinan al individuo, fueron creados antes que ella o él, como en la programación informática.
¿Cómo asegurar que el simple y llano conocimiento de lo habitual, no representa una programación unidereccional de la cual habría que buscar salir para llegar a percibir y decir cosas legítimas, alguna vez en la vida? No tenemos esa certeza, y los hermanos Wachowski han escenificado tal drama, volviendo verdad los peores temores de un racionalista.
La disolución del yo
Ahora abordemos otras obras de ciencia ficción enfocadas especialmente en “disolver el yo”, que también es un tema bastante cartesiano.
¿Si dudamos de la realidad, por qué no dudar de la cordura? Además de afrontar un entorno engañoso, en películas de ciencia ficción como 12 monos (1995), la razón misma se ha visto amenazada por la posibilidad de estar loca, lo cual empuja a los protagonistas a tener que abandonar lo “racional” para, a través de lo “irracional”, abrirse paso hacia una nueva verdad.
Otra manera más directa de cuestionar el “yo” preclaro, racional y ordenado que describió Descartes, es introducir en escena una perturbadora razón meta humana, la cual muestra que razonar no es una facultad únicamente nuestra y que quizá no somos los mejores para ello. Ejemplos de esto son obras como, Frankenstein (1818) de Mary Shelley, y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, en las cuales aparece un ser que supera los límites del “yo” como lo conocemos.
La novela de Philip K. Dick, que sería llevada al cine con el título Blade Runner (1982) convirtiéndose en una película clásica de la ciencia ficción, juega con la idea de la inteligencia artificial y su estatuto ontológico, pues, el autor elabora androides que son más fuertes, inteligentes, e incluso más sensibles y capaces de apreciar belleza, que los seres humanos. Los androides de Blade Runner, llamados “replicantes” por su carácter de copias y a la vez contestaciones, son mejores que nosotros. Implican la superación y el paulatino olvido del hombre, y provocan la sensación de que hemos sido desplazados del centro, perdiendo relevancia.
Entre otras piezas de ciencia ficción con androides, Terminator (1984) también presenta monstruos robóticos que vienen a jugar el papel de alteridad para la humanidad, a la cual incluso desean liquidar por imperfecta.
Pero hablemos de Frankenstein y su cuestionamiento del “yo”. Es característico de la individualidad como la conocemos, que posea un cuerpo. A pesar de que el racionalismo otorga más importancia al pensamiento que a los sentidos y las afecciones de la materia, Descartes no negaba que tuviera un cuerpo, al cual describe presa del frío o reconfortado junto al fuego. Y todos sabemos que sus reflexiones pertenecieron a ese cuerpo, y asumimos que ello contuvo el pensamiento de él y nadie más que él: Descartes. Sin embargo, cuando Mary Shelley aporta su famoso monstruo, además de cuestionar la razón humana haciéndole frente con una alteridad más fuerte, inteligente y sensible, también “destroza” la unidad racional del cuerpo, pues Shelley nos cuenta que algo no humano fue creado a partir de un montón de pedazos de cadáveres extraídos del cementerio, sin que ninguna de las partes muestre un rasgo que le haga destacar en importancia sobre el conjunto, de manera que este personaje tiene diversos orígenes y a la vez ninguno. Cada parte de su ser conformó otro individuo con otra historia de vida, pero cuando aquéllas lo conforman a él, no hay nada allí; su multiplicidad anula la posibilidad de una identidad; Víctor, el creador, no le otorga siquiera nombre, como si este monstruo no tuviera ni un cuerpo, a pesar de venir de muchos.
Finalmente, hay obras de ciencia ficción que superan al “yo” cuando transforman nuestra idea de racionalidad, pasando de una razón antropomórfica a una figura diferente, como lo hace Isaac Asimov en su cuento, La última pregunta (1956), donde la humanidad entrega su conciencia a un gran ordenador universal. En este tipo de obras, una razón meta humana puede absorber al “yo” de seres más pequeños, como ocurre en el mencionado cuento de Asimov y en el manga de ciencia ficción ciberpunk, Ghost in the Shell (1989), en el cual, algunos sujetos y una gran red virtual devienen indistintos.
Conclusión
La especulación racionalista nunca se detiene, y sus ideas se extienden culturalmente. Algo interesante del discurso especulativo ocurre cuando, después de fantasear la humanidad un tiempo, aquél regresa de la ficción a la ciencia, el día en que la obra de un artista influye en la inventiva de un científico. Tal vez el método cartesiano, que pretendía la seguridad de la razón contra toda amenaza de mentira o engaño, irónicamente, ha ayudado a desdibujar los límites entre la ciencia y el arte, pues este último se ha valido de la duda metódica, la «razón» y el «yo», para generar una sensación artificial de verdad. Quizá la filosofía racionalista aún va a conmocionar con novedades al pensamiento, y puede hacerlo mediante un futuro ensayo académico, o una innovadora fantasía.
Bibliografía
Gastón Bachelard. El compromiso racionalista. Siglo XXI.
James Cameron. Historia de la Ciencia Ficción. Timunmas.
Johaness Kepler. Somnium (El sueño). Edición Kindle.
Johaness Kepler. El secreto del universo. Alianza.
René Descartes. El discurso del método. Alianza.
Mary Shelley. Frankenstein: The 1818 Text. Penguin Classics.
H. G. Wells. Six Novels. Canterbury Classics.
Isaac Asimov. Momentos estelares de la ciencia. Alianza.
Ray Bradbury. Crónicas marcianas. Clásicos Minotauro.
Shirow Masamune. Ghost in the Shell. Panini.
Notas
[1] A diferencia de la ciencia ficción «hard», las obras de ciencia ficción «soft» se caracterizan por no ser muy rigurosas en las descripciones científicas que realizan; no entran en detalles técnicos ni polemizan teóricamente. Estas ficciones suelen usar la ciencia, con el fin de desplegar conceptos ajenos a ella, pertenecientes a filosofía, sociología, política u otro ámbito.