En cada gota,
minúscula tragedia
cae de tus ojos.
Esparce el polvo
de sus vencidos huesos,
un estallido.
Y cadenciosa
marcha la cabellera
sobre los vientos.
Diáfana escala,
levanta la mirada
a las estrellas.
Alargan breves
pasos un frío ardor
en los sollozos.
En espiral,
permanecen los cuerpos
entre suspiros.
Sin titubeos
su pie planta en la plaza,
el obelisco.
Cubre la túnica
con destellos nocturnos
al firmamento.
El río pasa
cantando en los caminos,
si en él te bañas.
De madrugada
con tardo paso arranca,
viejo tractor.
Marcan llanuras
poderosas pisadas
en su estampida.
Con esmeraldas
busca plasmar el brillo
de aquellos ojos.
Miel exquisita,
abundante regalan
tus labios rojos.
Largo silencio
provoca la ola verde
quieta en el lienzo.
En la acuarela,
la retirada escucho
de tus tacones.
Siguen ardiendo
las llorosas palabras,
al despedirte.
Musa invisible
baila en los prados sólo
con hojas secas.
En los océanos
humedece su frente,
raudo el galeón.
Guarda la mina
abundantes jardines
en la cascada.
Montes de seda
obediente tejió
ciego el gusano.
Inflan sus flores
los verdes bergantines
en la laguna.
Guían palabras
escuchante mirada
hacia los sueños.
Su luz libera
la humedad de las sombras,
cuando despierta.
Orfebres manos
tejen sobre los campos
manto de pétalos.
Bosques en duelo
intentan levantarse
de antiguo infierno.
Coro de trinos
alegre anuncia el fin
de la sequía.
Fieles regresan
por pendientes y arroyos,
desfallecidos.
Vívida voz
enciende en melodías,
tiempos remotos.
Vence certera
mariposa monarca
el vendaval.
Arrinconada,
se marchita la piel
en dama de hierro.
A feligreses
recibe con arcoíris,
la catedral.